Tribuna:LA ZONA FANTASMA

CUANDO A UNO LE DAN LA PIMPORRADA

En verdad qué mal informan nuestras televisiones. Son exhaustivas con lo nimio y superfluo y suelen quedarse cortas con lo interesante. Con motivo del incidente entre Hugo Chávez, Zapatero y el Rey en Santiago de Chile, no ha habido una sola capaz de ofrecernos resumido, en una secuencia montada al efecto, lo que había sucedido antes del incidente mismo, para que pudiéramos explicárnoslo en su justa medida. Según algunas informaciones de prensa, no era la primera ni la segunda vez que Chávez, con su habitual grosería, interrumpía a quien estuviera en el uso de la palabra, y además, cuando la h...

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En verdad qué mal informan nuestras televisiones. Son exhaustivas con lo nimio y superfluo y suelen quedarse cortas con lo interesante. Con motivo del incidente entre Hugo Chávez, Zapatero y el Rey en Santiago de Chile, no ha habido una sola capaz de ofrecernos resumido, en una secuencia montada al efecto, lo que había sucedido antes del incidente mismo, para que pudiéramos explicárnoslo en su justa medida. Según algunas informaciones de prensa, no era la primera ni la segunda vez que Chávez, con su habitual grosería, interrumpía a quien estuviera en el uso de la palabra, y además, cuando la había él tenido, como es su megalómana y narcisista costumbre, la había acaparado durante larguísimo rato (ya saben que en su país, Venezuela, obliga a todas las cadenas a sintonizar con él cuando le da por exhortar y cantarle rancheras al pueblo con su voz espantosa y desafinada -por martirizarlo, en suma-, a lo largo de cinco, seis y hasta más de siete horas seguidas: el charlatán por antonomasia, en todos los sentidos del término. Un obseso loco del micrófono, vamos).

Sin esa secuencia de lo previo, es difícil hacerse idea del hartazgo que debía de tener el Rey, así como los demás presentes, más diplomáticos o temerosos que él. Francamente, lo comprendo. Pocas cosas sacan más de quicio que esas personas incapaces de callarse un segundo, de escuchar un instante, de hacer una mínima pausa, esas ametralladoras que todos hemos sufrido alguna vez en la vida y que nos han llevado a casi gritar, a largarnos o colgar un teléfono abruptamente. Y si quien, además de eso, resulta tener una voz estridente o desagradable, entonces me siento tentado de exculpar hasta el homicidio.

El Rey, al fin y al cabo, se limitó a espetarle al verborreico: "Pero, ¿por qué no te callas?" (El "pero" resultó casi inaudible y por eso no parece haberlo captado nadie, pero ahí estaba, para los de más fino oído.) Bien es verdad que el asunto habría tenido menos transcendencia si el Rey le hubiera dicho a Chávez: "Pero, ¿por qué no le dejas hablar?", refiriéndose a Zapatero. O si, al menos, no lo hubiera tuteado. A estas alturas Don Juan Carlos debería saber que ese tuteo al que tiene discutible derecho con todos sus conciudadanos no lo tiene con quienes no lo son, y que en el extranjero produce un pésimo efecto. Hace no mucho lo criticó Jacques Chirac por eso, y no es de extrañar, siendo Francia un país en el que el "usted" todavía rige casi siempre: a veces, incluso, entre los compañeros de colegio.

Pero, con todo y con eso, el Rey nos ha dejado una frase inolvidable (no puedo contener la risa cada vez que veo las imágenes), dedicada certeramente a quien más se la merece, es decir, a quien tiene por oficio no cerrar nunca la boca y dar una pimporrada infinita a los venezolanos y, en menor grado, al mundo entero. La cantidad de veces que Hugo Chávez va a tener que oírla a partir de este incidente es un acto de verdadera justicia retórica. Una vez recuperada el habla -se quedó mudo, milagro, durante unos instantes-, Chávez volvió a su catarata habitual de sandeces, y no se le ocurrió otra cosa que recordar que él era tan Jefe de Estado como el Rey, sólo que a él se lo había elegido. Se le olvidó añadir que su elección se produjo tras beneficiarse de un indulto incomprensible y salir gracias a él de la cárcel, a la que había ido a parar por su intentona de golpe de Estado militar en 1992, que causó varios muertos y le supuso un delito de alta traición a su patria hoy tan querida. El Rey, en cambio, impidió y frustró un golpe de Estado militar en 1981.

Salvando las distancias ideológicas (en el fondo no muchas), que Chávez sea Presidente de su país viene a ser como si el de aquí fuera Tejero. No sé si se lo imaginan.

A raíz de este incidente, y también con anterioridad a él, se ha puesto de moda en España meterse con el Rey y su familia, desde diversos flancos: los chuscos sin ingenio de una revista, los independentistas más incendiarios, los programas de chismorreo llenos de periodistas cenutrios, la Conferencia Episcopal a través de su Monaguillo Colérico. Hasta la Presidenta de Madrid, Aguirre, le ha hecho reproches al Rey, en plan palurdo. Y el perennemente obtuso ex-portavoz Anasagasti ha tildado a su familia de "parásitos y vagos", cuando, a tenor de lo que vemos sólo en televisión, esa familia no para, y encima ha de chuparse unos rollos que cualquier ser normal pagaría por ahorrarse: ¿ustedes conciben lo que ha de ser que cualquier caprichoso o idiota requiera su presencia y se dedique a darles la vara? Políticos, diplomáticos, empresarios, académicos, inauguradores, dueños de fábricas que hay que visitar con casco puesto, afectados por calamidades, enfermos, periodistas, banqueros, militares, pseudocortesanos. Ni un mal gesto, ni una renuencia o desplante se ha visto a los miembros de esa familia a lo largo de treinta y dos años. Por no hablar de los muchos contratos que al parecer el Rey consigue en sus visitas al extranjero. Jamás he sido ni seré monárquico, sino de convicción republicana. Pero, tal como está este país, y tal y como son estos Reyes, creo que hay que agradecer que existan y -como dice la Constitución- que "reinen", aunque no se sepa ya bien qué es eso y la fórmula esté más o menos vacía de contenido.

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