Tribuna:Entrega del IX Premio Alfaguara

La naturalidad terrible

Éste es un libro de verdad terrible. Una novela, o sea, un libro de ficción: pues sólo en la ficción lo terrible resulta verdadero, como sabemos todos desde que oímos los primeros cuentos infantiles. Los lectores de periódicos, o de libros de investigación histórica, pueden enterarse de que en la guerra terrorista y antiterrorista y a la vez razonable y absurda, innoble e idealista, ganada y perdida que se ha jugado en el Perú en los últimos 30 años han muerto, no sé: ¿veinte, sesenta, doscientas mil personas?, y el dato no produce ni frío ni calor. En esta novela de Santiago Roncagliolo, ...

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Éste es un libro de verdad terrible. Una novela, o sea, un libro de ficción: pues sólo en la ficción lo terrible resulta verdadero, como sabemos todos desde que oímos los primeros cuentos infantiles. Los lectores de periódicos, o de libros de investigación histórica, pueden enterarse de que en la guerra terrorista y antiterrorista y a la vez razonable y absurda, innoble e idealista, ganada y perdida que se ha jugado en el Perú en los últimos 30 años han muerto, no sé: ¿veinte, sesenta, doscientas mil personas?, y el dato no produce ni frío ni calor. En esta novela de Santiago Roncagliolo, Abril rojo, no hay sino media docena de muertos. Pero son insoportables.

Insoportables en varios sentidos. El uno es casi ingenuo, puramente aritmético. En las novelas llamadas negras o en su modelo anterior y menos truculento de las llamadas detectivescas los muertos se acumulaban, como los Diez indiecitos de Agatha Christie que iban cayendo como cartas de la baraja, sin consecuencias psicológicas ni éticas para el lector, y tampoco para los propios personajes. En este Abril rojo de Roncagliolo lo inquietante no es saber cuál va a ser el siguiente, sino por qué. Porque lo que hay detrás no es sólo la historia del Perú políticamente violento de los últimos 30 años, sino también la celebración de la Semana Santa católica en la ciudad peruana de Ayacucho, litúrgicamente violenta. Una Semana Santa de muertes violentas ritualmente necesarias.

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Lo ritual: el mes de abril de sangre en el que unas imágenes van regando la suya por las calles, a hombros de los fieles, en una representación teatral; y el del derramamiento de sangre verdadera en un teatro todavía más grotesco, en el que un profesor de filosofía especialista en Kant baila el sirtaki y se hacía llamar la "Cuarta Espada de la Revolución", y desata sobre la cordillera de los Andes una rebelión maoísta para regenerar el Tawuanti suyo de los Incas prehispánicos.

Todo esto, sin embargo, no está en la novela, sino sólo en su trasfondo, de la misma manera que en una pesadilla no se le dan al durmiente (en este caso, al lector) los datos específicos. En la novela aparece Sendero Luminoso, sí, figura la guerra sucia de los militares, sale toda la historia del Perú de los últimos veinte años, o de los últimos quinientos; y en todo eso está el motor de la acción dramática. Pero lo que hace que la novela sea terrible no es su trasfondo, sino la naturalidad de su desarrollo. Las razones literarias por las cuales unas cosas van saliendo de las otras, forzadas por las necesidades temperamentales y psicológicas de los personajes o por las obligaciones argumentales de la anécdota. Una vez planteado el punto de partida (un apocado pero reglamentista fiscal judicial en una aburrida pero apocalíptica ciudad provinciana), todo lo demás va corriendo por su cuenta. Sin esfuerzo. No porque no le haya costado al autor (eso nunca se sabe), sino porque va brotando de sí mismo.

Como en todos los buenos libros -de ficción o de geometría-, lo que cuenta el Abril rojo de Roncagliolo le ha sido dictado al autor por la necesidad de lo que venía diciendo. Y él, como los buenos autores, ha sabido en dónde debía pararlo.

Antonio Caballero es escritor colombiano y formó parte del jurado del IX Premio Alfaguara.

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