El futuro de Oriente Próximo

Democracia palestina para negociar la paz

¿No quería el presidente Bush la democratización de Oriente Próximo? Pues ya ha comenzado, sólo que por donde menos la desea. El triunfo del movimiento integrista Hamás en las elecciones del 25 de enero ha sido una victoria contra los elementos. Ni todo el clientelismo de Fatah, ni todas las amenazas occidentales anunciando el fin de la financiación a la Autoridad Palestina si ganaban los que no debían, han podido impedir que una fuerza que es también terrorista, pero que desde hace un año observa una tregua por lo menos tan seriamente como Israel, obtuviera la mayoría absoluta en el Parlament...

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¿No quería el presidente Bush la democratización de Oriente Próximo? Pues ya ha comenzado, sólo que por donde menos la desea. El triunfo del movimiento integrista Hamás en las elecciones del 25 de enero ha sido una victoria contra los elementos. Ni todo el clientelismo de Fatah, ni todas las amenazas occidentales anunciando el fin de la financiación a la Autoridad Palestina si ganaban los que no debían, han podido impedir que una fuerza que es también terrorista, pero que desde hace un año observa una tregua por lo menos tan seriamente como Israel, obtuviera la mayoría absoluta en el Parlamento de Ramala y creara una situación con unas posibilidades de negociar la paz como nunca se habían dado anteriormente.

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Los hechos nuevos son que, en primer lugar, la tregua debería consolidarse en el tiempo aunque sólo sea porque legisladores y gobernantes de Hamás, al tener que salir al campo abierto de la gestión pública, se convierten en dianas valiosísimas para Israel; por ello es Hamás quien está más interesado, al menos de momento, en poner un largo punto suspensivo a la violencia. Y en segundo lugar, que habrá un Gobierno palestino con poderes para negociar y garantizar la paz en la misma medida en que es Hamás quien, desde la oposición armada, podía hacer que abortara ese proceso.

Frente a ello, el Gobierno del primer ministro israelí, Ehud Olmert, anuncia que retendrá los pagos -unos 40 millones de euros mensuales- a la AP en concepto de devengos por exportaciones e impuestos indirectos. Y aunque el razonamiento no carece de mérito -no facilitar recursos a quien podría utilizarlos contra Israel- no es menos cierto que esas cantidades no se le deben a Hamás, sino al pueblo palestino que, sin ellas, se despeña miseria abajo. La política de cuanto-peor-mejor es la que parece, por tanto, que adoptan Israel y su sumiso mentor, Estados Unidos, abriendo así la puerta no sólo a una financiación que puede llevar a la AP a entregarse en brazos económicos de Irán, sino, peor, que refuerza la posición de Al Qaeda en todo el mundo islámico ante el contencioso palestino.

En 1992, el Ejército argelino anuló por la fuerza unos resultados electorales que daban la victoria en primera vuelta a la versión local del islamismo, el FIS, en absoluto un movimiento terrorista. Occidente apoyó a las sucesivas juntas argelinas en una crudelísima guerra de erradicación masiva, y hoy da por buena la más que dudosa democratización del país. Con Hamás puede repetirse el error, si la UE y Rusia, que no son partidarias de cortar abruptamente la ayuda al nuevo Gobierno, se alinean con Israel y Estados Unidos, que quieren ahogamiento, ya.

No significa lo anterior que el movimiento palestino haya hecho todo lo debido, aunque sólo fuere para poner más difícil a Israel la adopción de su política de bloqueo. Pedir, como se ha hecho casi universalmente, que Hamás reconozca a Israel es una fórmula retórica porque cualquier reconocimiento ha de ser recíproco, y no hay ningún indicio de que Israel quiera negociar con Hamás; insistir, asimismo, en que elimine de su carta fundacional el objetivo de la destrucción de Israel es obligado, pero imposible de llevar a cabo sin mediar una negociación, como ocurrió con la OLP, que sólo abrogó el artículo ofensivo tras la firma de Oslo. Pero sí debería ser factible que Hamás proclamara una tregua indefinida o el fin de la violencia si el Estado sionista también hacía callar las armas.

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Y, como ha pedido la Liga Árabe, aún más efectivo habría sido sumarse a la declaración conjunta de marzo de 2002 en Beirut, en la que los Estados miembros ofrecían relaciones plenas a Jerusalén a cambio de una retirada también completa de los territorios ocupados. El Gobierno israelí no se dignó ni a responder a la propuesta, pero el embarazo de tener que mirar para otro lado estaba ahí. Hamás, si quiere hacer política, ha de empezar a aprender en qué consiste, y su objetivo no puede ser otro que llevar a Israel a una negociación de paz o a que tenga que dar estruendosas razones para negarse a ello.

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