Tribuna:

La afirmación de la vida

El Premio Internacional Menéndez Pelayo nació bien, en la mano de Octavio Paz; 18 años después ha prolongado su excelente trayectoria al recaer en Emilio Lledó. Tres facetas de éste merecen apuntarse.

Sobresale, en primer lugar, la "dimensión" europea de su tarea como profesor e investigador, trabajando con igual intensidad en universidades españolas y germanas. Proyección europea de toda una tarea de estudio y docencia que no ha sido, desde luego, usual en su generación, los nacidos en los años veinte y primeros treinta del novecientos, y en la que puede verse una afirmación más de la ...

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El Premio Internacional Menéndez Pelayo nació bien, en la mano de Octavio Paz; 18 años después ha prolongado su excelente trayectoria al recaer en Emilio Lledó. Tres facetas de éste merecen apuntarse.

Sobresale, en primer lugar, la "dimensión" europea de su tarea como profesor e investigador, trabajando con igual intensidad en universidades españolas y germanas. Proyección europea de toda una tarea de estudio y docencia que no ha sido, desde luego, usual en su generación, los nacidos en los años veinte y primeros treinta del novecientos, y en la que puede verse una afirmación más de la condición radicalmente europea de la España contemporánea. Una España que hoy une su suerte a la de todo un continente que mereció ser definido, hace medio siglo, como la suma de historia, libertad y ciencia.

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El segundo hecho que interesa destacar de Emilio Lledó es su manera ejemplar de ejercer el oficio intelectual. Desde una insobornable independencia y, a la vez, desde un sentido muy nítido de compromiso. Con amor apasionado a la verdad y a la libertad, como quería Camus; ejercitando el pensamiento para buscar simultáneamente secretos del mundo y reglas de conducta; manteniendo obstinadamente los deberes y el honor del espíritu por encima de todas las fronteras; sabiendo y atreviéndose a decir que la libertad no consiste en la libertad de prosperar, sino en asumir las obligaciones de los deberes cívicos. Es lo que ha hecho de Emilio Lledó maestro de multiplicadas promociones de estudiosos y profesores de Filosofía y lo que le ha convertido, para muchos de sus conciudadanos, en referencia estimulante de autenticidad y de coherencia, de integridad y de decencia.

Lo tercero que cabe subrayar es la afirmación de la vida que se contiene en la obra de Emilio Lledó. La filosofía como actividad armonizadora del mundo y la mente, de la realidad y las ideas; el pensamiento, ayuda para vivir lo real, y a aceptar las inevitables condiciones de posibilidad de la existencia humana. La educación que ha de servir -al modo de Epicuro- para inculcar apego a la vida y a la pobre y desamparada carne de los hombres. La palabra, el Logos y su recobrada capacidad de comunicación, medio de luchar contra la invitación a la desmemoria, irradiando una cierta claridad sobre la que asentar la libertad y la concordia. Como la historia para Ortega, la filosofía para Lledó acaba siendo, en consecuencia, "una guerra ilustre contra la muerte".

José Luis García Delgado es rector de la UIMP.

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