Columna

Integridad

Siempre ha estado ahí. Siempre ha sido el mismo. Pero, de pronto, es como si todos repararan en él.

La discreción, la integridad, la perseverancia con que Juan Eduardo Zúñiga ha ido destilando su impecable obra narrativa otorgan un marchamo de credibilidad a todo galardón que recibe. Y más que eso: parecen otorgarle -al galardón en cuestión- una plusvalía moral, que lo blinda, se diría, de toda sospecha de oportunismo. Una sospecha a la que muy bien podrían dar lugar las connotaciones tan "oportunas" que reúne Capital de la gloria, que trata de una ciudad de Madrid castiga...

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Siempre ha estado ahí. Siempre ha sido el mismo. Pero, de pronto, es como si todos repararan en él.

La discreción, la integridad, la perseverancia con que Juan Eduardo Zúñiga ha ido destilando su impecable obra narrativa otorgan un marchamo de credibilidad a todo galardón que recibe. Y más que eso: parecen otorgarle -al galardón en cuestión- una plusvalía moral, que lo blinda, se diría, de toda sospecha de oportunismo. Una sospecha a la que muy bien podrían dar lugar las connotaciones tan "oportunas" que reúne Capital de la gloria, que trata de una ciudad de Madrid castigada y amedrentada; que trata de las heridas de la Guerra Civil; que trata, más ampliamente, de los desastres de la guerra, de cualquier guerra; y que lo hace con una austera sentimentalidad, que sortea pero no obvia las derivas ideológicas.

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Con admirable coherencia, Capital de la gloria prolonga y clausura un ciclo narrativo que remonta cerca de un cuarto de siglo atrás. Su impertérrita validez a través de todo este tiempo demuestra la incorruptibilidad de todo empeño artístico fraguado en la íntima alianza de una honda inquietud ética y una alta exigencia estética. En los 23 años transcurridos desde la publicación, en 1980, de Largo noviembre en Madrid (que inauguraba lo que conforma hoy una trilogía, a la que pertenecería también La tierra será un paraíso, de 1989), la propuesta de aquel libro no ha hecho más que abrirse paso a través del desinterés o de las reticencias que por aquel entonces podía producir su decidida opción por la narración breve, por un realismo susceptible de ser desdeñosamente calificado de "social", por una prosa laboriosamente despojada de todo preciosismo, por una vindicación serena pero estricta de la memoria personal y colectiva. Hay en Capital de la gloria una frase: "Pasarán años y olvidaremos todo, y lo que hemos vivido nos parecerá un sueño, y será un tiempo del que no convendrá acordarse". Así ocurrió. Sólo que, cuando a nadie le convino acordarse, Zúñiga se empeñó en hacerlo. Y aquí sigue, discreto e insobornable. Entre los mejores.

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