Tribuna:CLÁSICOS DEL SIGLO XX (2)

Maestro en el arte de fugas

Así Cunqueiro, siendo él mismo huidor, atravesó paisajes de sí mismo. El fugitivo vive siempre bajo el disfraz, no tiene traje propio, y si ve su figura en el espejo no se reconoce. El fugitivo sólo se reconoce cuando se detiene, se acaba la huida, cuando está muerto. Él no se quiso conocer y no hemos conocido a Cunqueiro, varón de cabeza redonda, expresión apacible y lentes de carey, seguramente nadie lo conoció. Y con seguridad todo su afán fue que nadie lo viese. Los que viven emboscados no son valientes; Cunqueiro, como todo escritor, fue medroso. Retrocedía. Avanzó retrocediendo.

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Así Cunqueiro, siendo él mismo huidor, atravesó paisajes de sí mismo. El fugitivo vive siempre bajo el disfraz, no tiene traje propio, y si ve su figura en el espejo no se reconoce. El fugitivo sólo se reconoce cuando se detiene, se acaba la huida, cuando está muerto. Él no se quiso conocer y no hemos conocido a Cunqueiro, varón de cabeza redonda, expresión apacible y lentes de carey, seguramente nadie lo conoció. Y con seguridad todo su afán fue que nadie lo viese. Los que viven emboscados no son valientes; Cunqueiro, como todo escritor, fue medroso. Retrocedía. Avanzó retrocediendo.

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¿Qué autor fue? Hay gentes que lo han cruzado en el camino y cuentan que lo conocieron en primavera, que entonces era comunista, independentista gallego y poeta vanguardista. Es cierto que han quedado escritos de un autor así, parece que esos testimonios son ciertos. Otros relatan que lo conocieron en verano, militares se habían sublevado y él se había hecho falangista, que ensayó prometedora carrera literaria en Madrid. Es cierto que hay artículos en la prensa franquista, sonetos al fascio, de un autor así, parece que esos testimonios también son ciertos. Hay muchos otros que recuerdan haberlo conocido en otoño de vuelta a su país. Y que allí, habiendo conocido que el fracaso es la verdad, se había refugiado en la ensoñación, rodeado de las gentes que verdaderamente amaba: personajes hechos de sueño y palabras. Por entonces volvía a escribir en gallego. Y aún hay gente que dice habérselo encontrado ya en el invierno, el frío alcanzaba los huesos y él buscaba el cariño de su gente, escribía su poesía última, cuando la muerte ya no es una figura literaria sino la que hace vacilar la mano que sostiene la pluma. En sus poemas finales los disfraces del fingidor están hechos jirones y la ironía encubridora es una mueca patética de quien ve la muy temida calavera en el espejo. No hay escapatoria, y el poeta vencido y anciano da cuenta de ello.

Merlín y familia es melancolía destilada, cuando ya se han filtrado las amarguras que acompañan a esta destilación los restos de orujo, y solamente resta el aguardiente transparente. Entonces, la melancolía ya es resignación pura y lleva incorporado el aroma del humor. Hay un humor levísimo en todo el Merlín. Es la vejez de un personaje que ya antes era viejo, don Merlín se retira de su Bretaña armoricana a Miranda, un incierto pueblo de lo que hoy es tierras de Lugo. Como corresponde a la magia celta, y a la vivencia del tiempo en muchas otras obras de Cunqueiro, el presente es elástico y conviven en un mismo tiempo del relato épocas distintas, lo remoto con lo cotidiano. Y en un bosque, y en una casa dentro de un bosque, como en los cuentos de hadas indoeuropeos, ocurren episodios mágicos enhebrados por un narrador, un sirviente que ahora es un anciano que recuerda pero que fue un mozo que sirvió a su amo don Merlín. Y el tono paisano, irónico, del narrador ilumina toda la historia y hace que lo mágico se nos haga familiar. Porque el conjuro de Cunqueiro casi siempre es amable.

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