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El juego democrático produce efectos saludables. La Junta de Andalucía autoriza la investigación con embriones humanos congelados para remediar la diabetes, el Alzheimer y otras enfermedades que no tienen cura, y, en el fragor que levanta la decisión, el ciudadano ignaro, que quiere votar a unos o a otros en las próximas elecciones, se asoma a los misterios científicos sobre los que disponen sus gobernantes. ¿Qué sé yo de investigaciones bioquímicas y genéticas? Existen tratamientos de fertilidad, existen almacenes de embriones humanos, rige una Ley de 1988 sobre reproducción asistida contra l...

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El juego democrático produce efectos saludables. La Junta de Andalucía autoriza la investigación con embriones humanos congelados para remediar la diabetes, el Alzheimer y otras enfermedades que no tienen cura, y, en el fragor que levanta la decisión, el ciudadano ignaro, que quiere votar a unos o a otros en las próximas elecciones, se asoma a los misterios científicos sobre los que disponen sus gobernantes. ¿Qué sé yo de investigaciones bioquímicas y genéticas? Existen tratamientos de fertilidad, existen almacenes de embriones humanos, rige una Ley de 1988 sobre reproducción asistida contra la que el PP presentó en vano un recurso de inconstitucionalidad y que quizá prohíba lo que autoriza la Junta.

Los congresos de bioética rechazan unánimemente la clonación humana, pero discuten sin fin acerca de la investigación con células madres extraídas de embriones sobrantes de la fertilización in vitro. Algunos católicos consideran al embrión una persona en potencia, intocable: hay vida desde la concepción, dicen. Otros católicos conocen al escritor policiaco-católico G. K. Chesterton y su detective, el padre Brown, que descubrió una vez a un falso sacerdote porque, mal teólogo, no respetaba la razón: contra el uso de los embriones la bióloga López-Moratalla, catedrática de la Universidad de Navarra, defiende la investigación con células madre adultas, procedentes del propio paciente o de un donante. No entra en si el embrión es una mujer o un hombre, sólo entiende que los embriones que sobran son poco fiables, vivos o muertos, siempre posiblemente alterados.

Soy católico de formación. Comparto la devoción por la vida, tan despreciada por los católicos a lo largo de nuestra poderosa historia. Leo el decreto del Ministerio de Sanidad que desarrolló en 1996 la ley de 1988, las normas de la inseminación artificial humana. Ahora sé algo sobre el registro nacional de donantes de gametos y preembriones, el examen del semen y la selección de donantes atendiendo a la raza, el color de los ojos o las enfermedades. En Alemania, por ejemplo, la ley es distinta: no se permite la donación de embriones ni óvulos, ni la congelación, ni el examen del material antes de implantarlo. Éstos son asuntos muy delicados: ¿no da miedo un posible mejoramiento de la especie a través del laboratorio?

Pero también es un asunto médico: ¿cuidamos del embrión, incluso considerándolo un ser humano potencial y olvidado en un congelador desde hace cinco años? ¿Cuidamos del ser humano real y dolorido, enfermo? El mismo día en que la Junta presentaba su plan, los diabéticos entregaban al Defensor del Pueblo 1,3 millones de firmas a favor de la investigación con células madre embrionarias. Motivo de movilizaciones y luchas legales, la ciencia no escapa de la política. El PP delirante ha llegado a considerar la iniciativa de la Junta un ataque contra el Estado, mientras la Junta sólo intenta ajustarse a su interpretación de la ley de 1988. Teófila Martinez, presidenta del PP andaluz, ni siquiera opina, y no por catolicismo: es que no se cree nada, dice. No creer rotundamente evita la ocasión de dudar o pensar.

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