LA OFENSIVA TERRORISTA

Roses

El mismo día en que las ejecutivas del PNV y EA presentaban en el Kursaal su programa electoral autodeterminista, ETA asesinaba en Roses a un miembro de la policía autónoma catalana. Y semejante coincidencia no puede ser una casualidad. Es cierto que concurren otras explicaciones: por ejemplo, que la banda iniciaba su clásica campaña de atentados turísticos para saludar las próximas vacaciones; o que demostraba un alarde de eficacia reorganizando en pocas semanas su comando catalán. Pero éstas y otras razones por el estilo palidecen junto al simbolismo de la sede elegida para su atentado, pues...

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El mismo día en que las ejecutivas del PNV y EA presentaban en el Kursaal su programa electoral autodeterminista, ETA asesinaba en Roses a un miembro de la policía autónoma catalana. Y semejante coincidencia no puede ser una casualidad. Es cierto que concurren otras explicaciones: por ejemplo, que la banda iniciaba su clásica campaña de atentados turísticos para saludar las próximas vacaciones; o que demostraba un alarde de eficacia reorganizando en pocas semanas su comando catalán. Pero éstas y otras razones por el estilo palidecen junto al simbolismo de la sede elegida para su atentado, pues Roses es el equivalente del Donosti vasco: la bahía por la que se abre al mar el corazón del territorio nacionalista situado junto a la frontera de escape, sirviendo de base de operaciones al nacionalismo radical.

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Este mismo fin de semana también se reunían en Cataluña los independentistas irlandeses, catalanes y vascos. Y en ese marco cabe entender que el atentado de Roses contra un policía catalán en pleno corazón ampurdanés del catalanismo histórico es un mensaje de aviso y exigencia dirigido por el nacionalismo violento contra el nacionalismo moderado. Se hallan reunidos así los ingredientes que Peter Waldmann señala como determinantes de la radicalización del independentismo: sagrado territorio propio, inmediata frontera de escape al exterior y polarización entre nacionalismo moderado y nacionalismo violento, enfrentados en una lucha de poder que pugna por el control del movimiento étnico. Y cuando se dan estos factores, la victoria de los halcones que poseen la llave de la espiral de la violencia resulta inevitable, imponiéndose siempre los radicales sobre los pacifistas.

En efecto, mientras los moderados de clase media y alto nivel de escolarización confían para su acción política en recursos culturales y propagandísticos (intelectuales en definitiva), el ala dura de los radicales sólo representa a las clases populares de bajo nivel de estudios, cuyos únicos recursos políticos son las redes comunitarias de apoyo y la violencia juvenil masculina. Por eso concluye Waldmann (Radicalismo étnico, Akal, 1997) que en las negociaciones entre moderados y radicales siempre termina por imponerse el ala más dura. Así sucedió en Irlanda y así sucede en Euskadi. Y si en Cataluña no ha sucedido es porque el catalanismo moderado nunca quiso negociar nada con sus radicales, impidiendo así que éstos se les impusieran.

Pues bien, hoy en Euskadi asistimos a una interacción como las descritas por Waldmann, pues la serpiente de ETA está cercando al pacífico buey nacionalista fascinándole con sus ekintzas hasta empujarle a radicalizarse. Cuando en Lizarra Arzalluz y Egibar creyeron haber domesticado a ETA, convenciéndola para que se pacificase, en realidad sucedió a la inversa, y la pista de aterrizaje de los violentos se convirtió en la pista de despegue del PNV hacia el independentismo. Acabamos de verlo en el Kursaal este mismo sábado, cuando por fin los nacionalistas vascos moderados, empujados por la presión de los violentos, se han decidido a presentar un programa electoral abiertamente autodeterminista. Pero enseguida se ha estrechado el cerco a que les tienen sometidos los radicales, quienes por boca de Arnaldo Otegi han manifestado que no les basta con que los moderados reivindiquen el derecho de autodeterminación: además, ahora les exigen que lo ejerzan.

¿Qué va a pasar? Que los nacionalistas pacíficos se quiten la máscara y descubran su verdadero rostro autodeterminista puede ser una bendición, si desengaña a sus electores moderados impulsándoles a votar a partidos constitucionalistas. Pero, por el otro lado, una parte de los electores radicales, avergonzados ante tanto crimen injusto, optará por votar al nuevo PNV radicalizado. En cualquier caso, el saldo neto entre uno y otro trasvase está por ver, aunque cabe augurar un cierto declive nacionalista. Y ello hace sospechar que, a última hora, la serpiente etarra suspenda las hostilidades mientras hablan las urnas, una vez cubierta con éxito su campaña de acoso al buey nacionalista.

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