Columna

Cuando la realidad rompió los trucos

La Primera Guerra Mundial trazó un antes y un después en la fotografía: las instantáneas de la barbarie, el documento puro y duro, precisaban de un contrapunto que incorporara al medio una vía de escape a la realidad, cuando no un replanteamiento crítico de su aproximación al mundo del arte. Lo que un principio eran simples trucos o meros juegos de diletantes, cuyos resultados se obtenían más por curiosidad que por cualquier otra intencionalidad plástica, dejaron de serlo.

Después de la contienda toda esta suerte de experimentos archivaron su vocación de pasatiempos. Comenzaba una carre...

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La Primera Guerra Mundial trazó un antes y un después en la fotografía: las instantáneas de la barbarie, el documento puro y duro, precisaban de un contrapunto que incorporara al medio una vía de escape a la realidad, cuando no un replanteamiento crítico de su aproximación al mundo del arte. Lo que un principio eran simples trucos o meros juegos de diletantes, cuyos resultados se obtenían más por curiosidad que por cualquier otra intencionalidad plástica, dejaron de serlo.

Después de la contienda toda esta suerte de experimentos archivaron su vocación de pasatiempos. Comenzaba una carrera de alternancia entre la realidad e irrealidad fotográfica que se mantienen en la actualidad. En aquel periodo la fotografía se puso en manos de autores provenientes de la pintura: John Heartfield, Man Ray, László Moholy-Nagy, entre otros. Todo empezaba a cambiar. Ahora, la colección del IVAM, que hace un recorrido histórico desde 1844 hasta el 2000, da fe de ello, tanto en su apartado de fotografía -a secas- como en el de fotomontajes, especialidad por la que ha sentido una singular sensibilidad desde su fundación. No en vano es depositaria de un importante conjunto de obras de uno de los más grandes fotomontadores del siglo pasado: Josep Renau.

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Diálogo

Aunque a John Heartfield se le considera como el padre del fotomontaje con su primera obra, Padres e hijos (1924, de fuerte corte antimilitarista), la historia de la fotografía, con todas sus corrientes, ha mantenido un diálogo permanente con este procedimiento para construir fotos a partir de una operación previa de deconstrucción. Sin duda, el movimiento lo capitalizaron los dadaístas y los surrealistas, si bien su aplicación política fue determinante en los periodos de entreguerras. Raoul Hausmann, quien también se consideraba como inventor de la especialidad junto a Hannan Höch (1918), definía el fotomontaje como 'como una nueva unidad separada del caos de la guerra y de la revolución, es una visión refleja, óptica y conceptualmente, nueva'.

Lo cierto es que durante toda su trayectoria esta estética no ha seguido otra regla que la de su propia autonomía creativa, desde su eclosión en el contexto de las diversas corrientes de las vanguardias de los años veinte. Así lo hizo en parcelas como el Dadá, el surrealismo, constructivismo, futurismo. Es una imagen única y múltiple, a la vez, seguida por todos los artistas que buscaban una ruptura plástica : Alexander Rodchenko, Max Ernst, Heartfield, conscientes de que la libertad de concepción es esencial (Frizot). La mayoría de estos conceptos quedan hoy relegados a la categoría de una mera arqueología del fotomontaje. Las nuevas técnicas informáticas han aparcado la tijera, el pegamento, el recorta, pega y reproduce, las plantillas en el laboratorio. Lo han hecho más democrático, más indisciplinado y por su puesto, otra vez (como ocurrió antes de la Primera Guerra Mundial), más banal.

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