El deseo oculto de Clara

"Todos conservamos la integridad hasta que la integridad no es nada en comparación con lo que deseamos. ¿Para qué seguir siendo tenazmente fiel a uno mismo cuando es otro quien está en uno?". Esto lo encontré en un libro de Clara Sánchez y fue como si la autora me diera la clave de su escritura. Naturalmente, ella estaba hablando del deseo que la pasión engendra. De esa suerte de fragor de aventura, de esa locura que se instala en el cuerpo de cualquiera y lo revuelve. Hasta entonces, hasta su novela El milagro de todos los días, la había leído con bastante calma. Fue en aquel libro cuando adv...

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"Todos conservamos la integridad hasta que la integridad no es nada en comparación con lo que deseamos. ¿Para qué seguir siendo tenazmente fiel a uno mismo cuando es otro quien está en uno?". Esto lo encontré en un libro de Clara Sánchez y fue como si la autora me diera la clave de su escritura. Naturalmente, ella estaba hablando del deseo que la pasión engendra. De esa suerte de fragor de aventura, de esa locura que se instala en el cuerpo de cualquiera y lo revuelve. Hasta entonces, hasta su novela El milagro de todos los días, la había leído con bastante calma. Fue en aquel libro cuando advertí que la escritora escondía, tras su letra sobria y su decir austero, una muy diferente lectura. Paso a paso, nos había estado mostrando, y no nos dábamos cuenta, la sabiduría de quien madura al reconocer que al huracán del tiempo y del deseo no hay que hacerles frente. Pero no había en la letra ni aspavientos, ni frases entre los personajes que surgieran entrecortadas, ni castillos de fuego extremos en la pasión de quienes la protagonizaban. Ella les hacía vivir a sus protagonistas el deseo, sin más. En aquel libro recuerdo que se trataba de un amor de los que podríamos llamar a destiempo: una mujer madura enamorada de un adolescente. Y entre ellos se produce el acercamiento. Y estuvo el sexo. Y llegó el vértigo. Y, por supuesto, la memoria con la que la protagonista avanza. Una memoria en la que está el desgarro de cómo uno ha ido amando. También el estupor de cómo ha sido amado. "¿Qué se puede hacer si el amor es un instante eterno?", se pudo leer en Desde el mirador. Y fue como si la pregunta la dirigiera al lector. Y Clara Sánchez no tuvo empacho en dejarlo bien claro: no se puede hacer nada. Escucho otra voz: "Cuando has sentido la verdad, ya nada te puede engañar, porque no llamas engaño a cualquier cosa". Así nos ha ido contestando Clara Sánchez, cuyos libros, los que he leído, parten de diversas historias, pero nos susurran los mil matices de una misma cosa, la diversidad de senderos que el amor procura. Cuando uno hierve, cuando la pasión se desata y la frialdad se destierra, cuando llega soberbia la memoria y señala la herida cerrada y la cicatriz amarga. Y luego el recuerdo feliz, el momento eterno, y el lujo de la lujuria y el deseo que aleja todo cuanto la razón sugiere y advierte. Y la autora, muy tranquila y con mucha calma. Es esto lo que le ha procurado intensidad a Clara Sánchez, como si en medio de una historia de sosiego una suerte de espejo interrumpe lo que lees y te enfrenta a lo que está sucediendo. No sólo a su personaje de esa página, de ese libro, de ese momento, sino a todos quienes han sido en los libros de Clara Sánchez, como si cada uno de ellos no fuera ni más ni menos que el eslabón de una saga. Como suele ocurrir en nuestro vivir de cada día, y ella nos los advierte: "¿Quién piensa en los inconvenientes cuando el deseo de querer se instala?".

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