Reportaje:

Y la industria se hizo arte

La Unesco abre sus rígidos criterios al patrimonio industrial del XIX a medida que éste se aleja del presente

A medida que nos alejamos de la industria, que las chimeneas empiezan a cascarse y las viejas fábricas pierden cristales a balonazos, crece el instinto de conservarla. El patrimonio industrial español, un conjunto de moles, vías, minas y torres que estaba sucumbiendo al tiempo mientras se aupaban las nuevas tecnologías, lucha ahora por un hueco en el reconocimiento que cada país debe a su historia. A pesar del retraso que España arrastra frente a otros países europeos, en distintas comunidades autónomas ha nacido ya un movimiento para recuperar la antesala de nuestra era: la revolución industr...

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A medida que nos alejamos de la industria, que las chimeneas empiezan a cascarse y las viejas fábricas pierden cristales a balonazos, crece el instinto de conservarla. El patrimonio industrial español, un conjunto de moles, vías, minas y torres que estaba sucumbiendo al tiempo mientras se aupaban las nuevas tecnologías, lucha ahora por un hueco en el reconocimiento que cada país debe a su historia. A pesar del retraso que España arrastra frente a otros países europeos, en distintas comunidades autónomas ha nacido ya un movimiento para recuperar la antesala de nuestra era: la revolución industrial. Un dato definitivo: la Unesco, que cada año premia las mayores bellezas artísticas y paisajísticas del mundo, ha anunciado ya que la industria merece un buen sitio entre los grandes. Esta misma semana, la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad la línea de ferrocarril de Semmering (Austria), construida en 1850.Pasó la hora de las catedrales, del románico y el gótico como concepto exclusivo del arte y la cultura. La Unesco ha abierto en sus rígidos criterios un espacio para las "culturas vivas", que competirán ahora con el arte rupestre, con los acueductos o con el Taj Mahal. En una palabra: las minas de Cornwall o las colonias industriales del río Llobregat, por ejemplo, podrán compartir con la Gran Muralla china o las Cuevas de Altamira el majestuoso podio que es la declaración de Patrimonio de la Humanidad. Ambos están ya en la lista de despegue como candidatos.

Nuevos criterios

"Hasta ahora, la Unesco siempre había destacado bienes culturales, como monumentos, conjuntos arquitectónicos, etcétera, o bienes naturales, como paisajes", asegura Carlos Spottorno, secretario general de la Comisión Nacional Española de Cooperación con la Unesco. "Pero ahora se ha abierto el criterio hacia una nueva tendencia, a otras manifestaciones como bienes inmateriales o industriales".Por eso, España ha incluido este año entre sus candidatos piezas tan poco ortodoxas como las colonias industriales de los ríos Cardener y Llobregat, que vertebraron durante décadas la vida de estas zonas catalanas, o la ruta minero-industrial de Castilla-La Mancha. Las canteras de S'Hostal, Robadones, Binicalssitx y Santa Ponça, en Menorca, por ejemplo, exhiben por igual las huellas de la extracción tradicional, a golpe de escoda, y de la moderna, mediante sierra mecánica. El centro alfarero de Arguayo, en Tenerife, el Canal de Castilla o el paisaje minero de la sierra de Cartagena son otras candidatas de signo productivo, dentro de una lista de más de 70 propuestas para los próximos años.

El Gobierno británico, pionero en el arte de proteger este patrimonio, presentó este año nueve candidaturas industriales en su lista de 32 ya que, según cuenta un portavoz desde Londres, "esta vez sentimos que teníamos que poner el énfasis en el patrimonio industrial".

"Ha habido tal cambio en las máquinas y en los instrumentos cotidianos del trabajo en 25 años que está ocurriendo lo mismo que cuando la revolución industrial sepultó la era agrícola. Sus utensilios quedaron anticuados y nació la idea de conservarlos", explica Eusebi Casanelles, director del Museu de la Ciència i de la Tècnica de Catalunya.

Para muchos, es incomprensible que esas chimeneas en los que se dejaron la espalda generaciones tenga protección. En el fondo, seguramente habría pensado lo mismo un segoviano hace 2.000 años si le hubieran dicho que su acueducto iba a ser otra cosa que eso, que una vía de agua potable. O que sus platos y ollas iban a mostrarse en un estante para deleite de futuros compatriotas. Pero nos alejamos de la industria decimonónica y por eso mismo, según los expertos, hay que conservarla. En palabras de Casanelles, "si no, corremos el peligro de que las nuevas generaciones no conozcan el eje de su historia más reciente".

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