Crítica:

Primera clase magistral

Al acto universitario de la mañana siguió, por la tarde, el concierto de los nuevos doctores honoris causa en el Auditorio Nacional, que contó con la presencia de la Reina y una asistencia masiva. Vino la Sinfónica de Bilbao con José Ramón Encinar, el gran servidor de la música de su tiempo, y un grupo de solistas de mérito: la clavecinista Elisabeth Chojnacka, los cantantes María José Suárez y Francesc Garrigosa y el organista Martín Haselbock. Después de interpretarse la Fanfarria para un hombre común, de Aaron Copland, habló en música el cuarteto, que no coro, de doctores a tr...

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Al acto universitario de la mañana siguió, por la tarde, el concierto de los nuevos doctores honoris causa en el Auditorio Nacional, que contó con la presencia de la Reina y una asistencia masiva. Vino la Sinfónica de Bilbao con José Ramón Encinar, el gran servidor de la música de su tiempo, y un grupo de solistas de mérito: la clavecinista Elisabeth Chojnacka, los cantantes María José Suárez y Francesc Garrigosa y el organista Martín Haselbock. Después de interpretarse la Fanfarria para un hombre común, de Aaron Copland, habló en música el cuarteto, que no coro, de doctores a través de algunos pentagramas de su invención.La de Carmelo Bernaola en Complutum, que acoge el recuerdo del himno universitario Gaudeamus igitur, todo discurre con claridad y reiteración vecina a los procedimientos minimalistas, pero accidentada por connotaciones y variantes contrapuntísticas o levemente autogenerativas.

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Tomás Marco volvió sobre Antonio Soler en su Apoteosis del fandango, todo un desafío y, como es normal en el músico madrileño, toda una muestra de inteligencia inconformista. Marco hace obra nueva e investiga en los diversos trasfondos del emblemático aire español, haciendo uso de dos instrumentos de tecla -piano y clave- y una amplia formación orquestal muy rica en percusiones. Seguimos así un proceso analítico, desintegrador y reagrupador que introduce más variantes rítmicas a las ya dispuestas por Soler. El éxito fue notable.

Lo alcanzó también Luis de Pablo, en una escena de su próxima ópera, La señorita Cristina, para mezzo y tenor, sobre el libreto del compositor basado en Eliade, y lo revalidó Cristóbal Halffter con sus Pinturas negras, de 1972, para orquesta con órgano concertante, una tensa traslación al mundo sonoro de la grandeza dramática del Goya sin colores. Los inmensos clusters, movidos en su interior por microacontecimientos estimulantes, poseen interés y grandeza. La fiesta se cerró con el Albaicín, de Albéniz, una de las piezas de Iberia terminadas por Francisco Guerrero a su inesperada muerte. Excelente el trabajo de José Ramón Encinar y la orquesta bilabína, que redondeó la primera clase magistral de los nuevos doctores, apoyada por la Comunidad de Madrid y la SGAE.

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