Tribuna:

El mal

Hace ya más de un año que Garzón comenzó su investigación sobre los españoles desaparecidos durante la dictadura argentina, y desde el principio fue muy criticado. Y es que al poder (a todo poder) nunca le ha interesado levantar alfombras, aunque sean las de la casa del vecino, no vaya a ser que, por efecto carambola, terminen apareciendo también los cadáveres propios.El asunto, sin embargo, ha seguido adelante, con el arrepentido Scilingo vomitando espantos, y a pesar de las pataletas del señor Carlos Menem, la verdad pugna por emerger, como siempre lo hace, por entre los silencios ofi...

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Hace ya más de un año que Garzón comenzó su investigación sobre los españoles desaparecidos durante la dictadura argentina, y desde el principio fue muy criticado. Y es que al poder (a todo poder) nunca le ha interesado levantar alfombras, aunque sean las de la casa del vecino, no vaya a ser que, por efecto carambola, terminen apareciendo también los cadáveres propios.El asunto, sin embargo, ha seguido adelante, con el arrepentido Scilingo vomitando espantos, y a pesar de las pataletas del señor Carlos Menem, la verdad pugna por emerger, como siempre lo hace, por entre los silencios oficiales. Y así, el presidente de la Corte Suprema argentina declaró hace poco que, gracias a Garzón, el caso incluso puede reabrirse en aquel país. Una buena noticia, porque tener muertos sin honrar y torturadores sin perseguir es algo que condena a un pueblo al envilecimiento.

Esto lo sabe bien, por ejemplo, Marta Francesse. Los militares le mataron a su hijo, de 21 años, e hicieron desaparecer a su esposo, el fiscal federal y conocido catedrático Antonio Bettini; al marido de su hija, el teniente de fragata Devoto, y a su anciana madre. Ahora, por las declaraciones de Scilingo en la prensa, acaba de enterarse de la suerte. del yerno: le tiraron del avión como a tantos otros, pero a él en vivo y sin narcotizar, porque, al ser militar de la Marina, sus verdugos le consideraban un traidor. Ya ven: las nietas de Marta, que tienen 20 años y viven en España, se enteraron así, leyendo un simple periódico, de la agonía de su padre. De este modo va aflorando el horror, poquito a poco, como la espuma negra de un pantano podrido: y aún no se sabe nada del doctor Bettini. No, desde luego que no, no se puede callar, olvidar, ocultar. Porque contra el mal no hay más defensa que el conocimiento y la palabra.

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