INAUGURACIÓN DEL GUGGENHEIM BILBAO

El encuentro para renovar una ciudad deprimida

La gestación del museo, además de absorber la mayor parte de los presupuestos de Cultura de la Diputación de Vizcaya y el Gobierno vasco de los últimos años, ha sido el mayor quebradero de cabeza de los responsables políticos encargados de administrarlos. La apuesta por un Museo Guggenheim en el País Vasco se hizo desde el principio sobre argumentos más relacionados con la necesidad de cambiarle la cara industrial a Bilbao y buscar un revulsivo capaz de revitalizar la zona, que con los intereses artísticos.La búsqueda de nuevos recursos para la Fundación Guggenheim y su deseo de expandirse...

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La gestación del museo, además de absorber la mayor parte de los presupuestos de Cultura de la Diputación de Vizcaya y el Gobierno vasco de los últimos años, ha sido el mayor quebradero de cabeza de los responsables políticos encargados de administrarlos. La apuesta por un Museo Guggenheim en el País Vasco se hizo desde el principio sobre argumentos más relacionados con la necesidad de cambiarle la cara industrial a Bilbao y buscar un revulsivo capaz de revitalizar la zona, que con los intereses artísticos.La búsqueda de nuevos recursos para la Fundación Guggenheim y su deseo de expandirse internacionalmente se encontraron, casi por casualidad, en 1991 con las inquietudes de los políticos del PNV. Un museo de arte contemporáneo, avalado por el nombre Guggenheim, podía impulsar la renovación de una ciudad deprimida, severamente castigada por la crisis de la industria pesada y sin expectativas de futuro.

La firma del protocolo que puso en marcha la creación del Museo Guggenheim Bilbao en 1992 desencadenó una catarata de críticas de diferentes sectores. El acuerdo estableció que las instituciones vascas destinaban más de 20.000 millones de pesetas por la construcción de un edificio singular, el derecho a exponer los fondos Guggenheim y la compra de obra para una colección propia. Por parte de las gentes de la cultura se censuraba un proyecto "faraónico" que propiciaba "el colonialismo cultural" y dejaba a los creadores locales sin el beneficio de las subvenciones que se canalizaron hacia la construcción del Guggenheim.

Los políticos, la oposición y los socios socialistas del Gobierno vasco discrepaban con las dimensiones, la inversión y la "entrega" a los intereses norteamericanos. En la calle reinaba el escepticismo. Otros proyectos menos ambiciosos se habían quedado en la maqueta. El paso del tiempo ha ido limando las críticas. El edificio de Frank Gerhy consiguió, tras introducir unos cambios, el apoyo del Parlamento vasco. La pequeña historia ha durado seis años.

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