45 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

En pelota picada

Cada año, público y crítica suelen coincidir en este festival de Donostia alrededor de una película que a pesar de no contar con grandes antecedentes, se convierte de inmediato en un pequeño fenómeno de aceptación masiva. Este año le tocó tal honor a The full monty, de Peter Cattaneo, una comedia deliciosa, construida con tiralíneas a partir de un guión de esos que merecen estudiarse en las escuelas de cine. Un grupo de seis parados de Sheffield descubre con perplejidad que las mujeres de su barrio, incluidas sus propias esposas, pagan de vez en cuando 10 libras esterlinas para ver espe...

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Cada año, público y crítica suelen coincidir en este festival de Donostia alrededor de una película que a pesar de no contar con grandes antecedentes, se convierte de inmediato en un pequeño fenómeno de aceptación masiva. Este año le tocó tal honor a The full monty, de Peter Cattaneo, una comedia deliciosa, construida con tiralíneas a partir de un guión de esos que merecen estudiarse en las escuelas de cine. Un grupo de seis parados de Sheffield descubre con perplejidad que las mujeres de su barrio, incluidas sus propias esposas, pagan de vez en cuando 10 libras esterlinas para ver espectáculos de strip tease masculino... Con lo cual no se les ocurre nada mejor que convertirse ellos mismos en practicantes de ese full monty, el desnudo integral que los hará ricos y sobre todo respetables ante sus propias cónyuges.Hacer de un tema tan peliagudo y serio como el fin de la cultura proletaria basada en los valores del trabajo, con las hondas repercusiones psicológicas y sociales que tal final supone, y hacerlo, además, con las fórmas genéricas de la comedia más clásicamente inglesa -la película parece casi una revisitación de los filmes de Ealing con un aderezo del vitriolo de Stephen Frears y la indignación ética de Ken Loach- implica a priori un coraje casi desmedido. Cattaneo lo hace sin dejar de poner el dedo en la llaga de la situación del (no) trabajo industrial en el Reino Unido, borda una comeia descarada y vitalista, llena de situaciones en el límite pero siempre manejada con mano maestra por un cineasta bien dotado para el control del ritmo narrativo, y sabio a la hora de homogenizar los trabajos actorales de sus (excelentes) intérpretes.

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De sus imágenes brota un chorro de inteligencia y de vida, un ejercicio de funambulismo que jamás cae en el ridículo, sobre todo porque el director sabe acabar a tiempo el gag, por una parte, y es capaz de lograr que el público se ría con sus personajes, no de ellos. El éxito de público que el filme ha obtenido en sus tres primeros pases donostiarras, la comunidad de goce que establece el espectador con sus imágenes, nos advierte que estamos ante uno de esos filmes que pueden marcar tendencia en tiempos venideros, un premio a la inteligencia de una propuesta por encima de la media de calidad de los filmes vistos aquí este año.

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