Tribuna:

El efecto CNN

No ha mucho que sir Michael Howard, maestro de varias generaciones de estudiosos de la guerra, recordaba el gran significado de una intervención que nunca ocurrió: la de Francia y Gran Bretaña en la guerra civil americana. Franceses y británicos estaban horrorizados por la violencia de ese conflicto. Razones humanitarias, junto a otros importantes intereses en juego, podrían haber llevado a tal intervención. De hecho, París y Londres la sopesaron en 1862, pero recelaban tanto el uno del otro que la guerra concluyó sin su participación.De haber existido entonces las cadenas de televisión de inf...

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No ha mucho que sir Michael Howard, maestro de varias generaciones de estudiosos de la guerra, recordaba el gran significado de una intervención que nunca ocurrió: la de Francia y Gran Bretaña en la guerra civil americana. Franceses y británicos estaban horrorizados por la violencia de ese conflicto. Razones humanitarias, junto a otros importantes intereses en juego, podrían haber llevado a tal intervención. De hecho, París y Londres la sopesaron en 1862, pero recelaban tanto el uno del otro que la guerra concluyó sin su participación.De haber existido entonces las cadenas de televisión de información continua y directa como la CNN o la BBC, con su capacidad de contaminación informativa al resto de los medios, ninguno de estos dos Gobiernos europeos podría haber resistido las presiones populares para una intervención humanitaria que sin duda habría tenido grandes consecuencias políticas. Aunque, bien pensado, el realismo británico, no exento de cinismo, quizás sí hubiera constituido un freno, hasta verse superado por el activismo francés.

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Estas semanas, con la crisis en la zona de los grandes lagos africanos, el llamado efecto CNN ha tenido una notable influencia sobre los Gobiernos occidentales, por encima de otras consideraciones (Francia y su política africana exceptuada). Las imágenes de refugiados hutus en las salas de estar del Primer Mundo hicieron casi imposible que los Gobiernos se resistieran a lo que, en el fondo, es la descarga de nuestras conciencias: el llamamiento a la intervención humanitaria. Ante este tipo de crisis se ha invertido la carga de la prueba: primero se propaga como la pólvora la idea de intervenir, y hay que demostrar que una intervención internacional no es eficaz para no realizarla, en vez de al revés. Que tal intervención se pueda separar o no de una acción militar con consecuencias si no fines políticos complica, además las posibles reacciones.

Bien es verdad que en un planeta poblado por 5.500 millones de habitantes cualquier tragedia cobra en seguida unas enormes dimensiones humanas. La intervención o la injerencia por razones humanitarias se puede ver perfectamente justificada, aunque este humanitarismo constituya en sí una cierta perversión, pues sólo se activa ante el primer acto de la tragedia, en vez de prevenirla. Y es que la diplomacia preventiva se ha hecho más necesaria; pero también más compleja y difícil. En todo caso, tanto la disuasión como la persuasión, e incluso la amenaza, tienen aún un papel que cumplir.

Son éstos temas sobre los que muchos estudiosos y decisores se han parado a reflexionar. Entre el mundo del imperativo político de la Paz de Westfalia, de no injerencia en los asuntos internos de un Estado, lo que constituye la regla internacional básica, y el mundo de los derechos humanos y de la CNN, con su inevitable mensaje moral, puede haber, aunque a menudo no resulte fácil encontrarlo, un terreno intermedio, que es, justamente, el la injerencia humanitaria.

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Ahora bien, no son los Estados como tales los que mejor ejercerían tal derecho, o incluso tal deber, sino, si se ganan la suficiente legitimidad para ello, las organizaciones no gubernamentales (ONG) e instituciones asimiladas, cuya labor -pese a que no todas merezcan el mismo crédito- es cada vez más necesaria. Quizás habría que empezar a pensar en desarrollar unos medios comunes, principalmente logísticos pero también de alerta temprana, para poder llevar la ayuda humanitaria a tiempo allí donde se necesite, con todas las cautelas disponibles respecto a la necesidad de juzgar si una intervención de este tipo es, en cada caso, aconsejable. Una fuerza de intervención militar a disposición permanente de las Naciones Unidas parece un proyecto de momento utópico. Por el contrario, la idea de fuerzas regionales -como en África, donde hoy se aprecia su carencia- sí tendría más viabilidad. En todo caso, habrá que comparar el coste de la intervención frente al coste de la no intervención. Pues ambas tienen siempre un coste.

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