Tribuna:

Una oculta edad dorada

En 1975, el cine español entró en su propio mercado en una dinámica de deterioro que en los primeros años noventa se hizo dinámica de extinción: su cuota bajó del 30 al 7. La caída comenzó al desaparecer bruscamente (y no gradualmente) el andamio proteccionista del franquismo. La producción cedió velozmente terreno ante la oferta opulenta (muy superior elaboración y abrumadoramente mejor promoción), coactiva (venta de filmes por lotes) y colonizadora (manos libres en mercados ajenos y cerrojazo en el suyo) americana, que se fue adueñando inexorablemente de las pantallas. La plena libertad de c...

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En 1975, el cine español entró en su propio mercado en una dinámica de deterioro que en los primeros años noventa se hizo dinámica de extinción: su cuota bajó del 30 al 7. La caída comenzó al desaparecer bruscamente (y no gradualmente) el andamio proteccionista del franquismo. La producción cedió velozmente terreno ante la oferta opulenta (muy superior elaboración y abrumadoramente mejor promoción), coactiva (venta de filmes por lotes) y colonizadora (manos libres en mercados ajenos y cerrojazo en el suyo) americana, que se fue adueñando inexorablemente de las pantallas. La plena libertad de comercio instaurada por la UCD en 1977-78 tuvo, por ello, aire suicida. Quince años después, a la pregunta: ¿Qué más quieren si tienen casi todo?, un jefe de Hollywood respondió: "Todo". Hay caraduras diáfanos.El galopante deterioro fue atenuado en 1984 con un gesto ortopédico del Gobierno socialista: un parche protector defensivo (y, por ello, injustamente tratado de proteccionista) que permitió mantener algún tiempo con hilvanes, en precario, la producción. Pero, en vez de plantar cara al fondo de la cuestión, aquel útil parche se prolongó en un inútil parcheo, que no afrontó, sino que aplazó, el problema y, por tanto, lo agravó. En 1990-93 se encendieron las alarmas profesionales, y en 1994 se logró un acuerdo de mínimos para una ley reguladora del sector que, tras un año en vigor, ofrece (imprecisos, pero ciertos) síntomas de que es posible vivificar en cantidad y calidad la oferta de cine español.

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En España hay (tantos o más que en la mejor cinematografía europea) excelentes creadores: intérpretes, directores, escritores, fotógrafos, músicos, técnicos de todos los eslabones de la cadena. Se echa en falta -cosa grave en la producción convencional- un número suficiente de escritores preparados para abastecer con buenas ficciones originales la demanda de ellas, que acarrearía alcanzar el volumen de filmación necesario para recuperar y ensanchar el enorme terreno perdido. Esta debilidad se observa en la oleada de novelas guionizadas, indicio de escasez de historias escritas para la pantalla y de tendencia a remediar la carencia con un recurso fácil, una línea de menor resistencia.

Esta escasez, junto a la de genuinos productores creadores y la entrega -un rasgo de la era audiovisual- a productores gestores, que se desentienden del proceso creativo, de las riendas del filme, puede convertirse en punto vulnerable de un esfuerzo de recuperación que en un solo año ha dado algunos primeros frutos notables. Es en agujeros como ésos por donde el futuro puede hacer agua, pues todavía son pocos los filmes españoles elaborados sin cabos sueltos, con pleno esmero y que cuenten con un guión armado sin fisuras: incluso en películas que alcanzan mucha audiencia es frecuente encontrar defectos de construcción, de reparto y de escritura que desequilibran la composición del filme y limitan su alcance.

Son rasgos de la encrucijada en que se encuentra nuestro cine. Que el vuelo de éste es posible, tanto en cantidad -pues existen, formados y en formación, núcleos solventes de producción- como en calidad -pues existen, formados y en formación, profesionales y artistas con muy pronunciada identidad, que han creado celuloide lleno con tan variado e indiscutible talento que configura una todavía oculta edad dorada del cine español- está fuera de duda: se ve venir, para quien sepa o quiera verlo, desde hace alrededor de una década.

Pero que el despegue ocurra está por ver, pues depende también de otros asuntos, sobre todo de la evolución de la política audiovisual europea, y, sobre todo, de que la futura regla de juego entre la UE y Hollywood frene primero y luego haga retroceder la dinámica colonizadora californiana, cosa no fácil. El cine español se enfrenta a años que bien pueden llevarlo en volandas o bien estancar su recuperación en su territorio, sometido durante dos décadas a una mordedura depredadora que en 1995 no ha hecho más que dejar de agravarse. Pero esto, que es alentador, no basta. Y convendría verlo no como llegada, sino como comienzo.

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