Reportaje:

De la guerra nuclear a la batalla del mercado

Las 'ciudades secretas' de Rusia, orgullo del poder industrial y militar soviético, luchan hoy por sobrevivir

Desgarradas entre la nostalgia de las bombas atómicas y el sueño de integrarse en el mercado civil de la tecnología avanzada, las antiguas ciudades secretas de Rusia, que se fundaron a fines de los años cuarenta y principios de los cincuenta para producir y mantener el armamento de la superpotencia, luchan hoy por encontrar una nueva identidad y dar empleo a los científicos de élite, que antaño fueran el orgullo de la URSS. Estas gentes, que se enternecen al recordar las explosiones nucleares, que ellos mismos prepararon, constituyen hoy un enjambre de profesionales insatisfechos y ...

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Desgarradas entre la nostalgia de las bombas atómicas y el sueño de integrarse en el mercado civil de la tecnología avanzada, las antiguas ciudades secretas de Rusia, que se fundaron a fines de los años cuarenta y principios de los cincuenta para producir y mantener el armamento de la superpotencia, luchan hoy por encontrar una nueva identidad y dar empleo a los científicos de élite, que antaño fueran el orgullo de la URSS. Estas gentes, que se enternecen al recordar las explosiones nucleares, que ellos mismos prepararon, constituyen hoy un enjambre de profesionales insatisfechos y mal pagados, cargados de hostilidad hacia los actuales dirigentes del país.Las ciudades secretas de Rusia, un total de 35 villas que formaron parte de un complejo militar industrial único bajo la tutela del Estado soviético, tratan hoy de encontrar su propia vía de salvación como barcos a la deriva. A fines del mes pasado, del 24 al 28 de octubre, Moscú fue escenario de un evento sin precedentes: las primeras jornadas de las ciudades cerradas, en las cuales los 10 municipios ultrasecretos dependientes del Ministerio de Energía Atómica debatieron sus problemas y expusieron las mercancías que producen como resultado de la reconversión de la industria militar -desde figuritas- de madera tallada hasta sistemas de alarma, pasando por leotardos infantiles y pasta de diamantes. Unos dos millones de personas viven en el conjunto de las ciudades cerradas de Rusia, y de ellas algo más de un millón lo hacen en las que dependen del Ministerio de Energía Atómica. Las jornadas de Moscú no mostraron producción bélica y dejaron al margen a las 25 villas dependientes del Ministerio de Defensa y del Comité de la Industria Militar.

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Las ciudades cerradas no están aún en los mapas, pero es por pura inercia, ya que su ubicación era descrita con todo detalle en la publicidad con que fueron bombardeados los potenciales clientes.

La oferta ante ellos era variopinta: sistemas de control paracentrales nucleares, acumuladores de automóviles, portamonedas, bioestimuladores del crecimiento vegetal, agua mineral embotellada, isótopos de uranio enriquecido, residuos de alta radiactividad, muebles de cocina, discos CD-ROM, equipo para gasoductos, minirrefínerías de crudo, fuentes de neutrones a base de plutonio 238 y polonio 210, fiambreras, contenedores de materiales radiactivos, equipos de selección de huevos y curtidoras de pieles de oveja.

En su afán de abrirse al mundo, las ciudades secretas han sido rebautizadas con nombres más hospitalarios que los que recibieron al ser fundadas, y para estar representadas en Moscú, a modo de tarjeta de visita, se hicieron vídeos bucólicos y folletos a todo color.

Sin embargo, pese al esfuerzo por aparentar normalidad, estos municipios rodeados de alambre de espino son aun organismos exóticos como centros de vida urbana, y llevan la impronta de la empresa militar alrededor de la cual fueron fundados. Séversk (Tomsk 7), una ciudad de 110.000 habitantes, fue construida en torno al Complejo Químico de Siberia, instalación destinada al enriquecimiento de uranio y la elaboración de plutonio. Novouralsk (Sverdlovsk 44), que tiene una población de 95.000 personas, lo fue en torno al complejo electroquímico, donde se fabricaban componentes de armas nucleares en serie. Sarov (Arzamás 16), centro de diseño de cabezas nucleares, donde residen más de 83.000 personas, es la sede del Centro Nuclear de Rusia, la institución que lidera la investigación rusa en la elaboración y modernización de las armas atómicas y el láser.

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Tras los tratados de desarme internacionales que el ex presidente soviético Mijaíl Gorbachov negoció en los años ochenta, las empresas militares, que se vieron privadas de la mayoría de sus encargos, han dedicado una parte de la capacidad liberada a desmontar sus artefactos, y tantean nuevos productos.

El Gobierno ruso no tiene hoy dineron para la paz ni para la guerra. En 1992, el presupuesto federal financió el 60% de los gastos planeados para la reconversión militar; en 1993, el 40%, y en 1994, el 20%, y este año la tendencia menguante continúa, según Stepán Sulakshin, vicepresidente del Comité de Industria de la Duma Estatal de Rusia, que se dedica a las ciudades cerradas en la Cámara baja del Parlamento. Los logros tecnológicos significativos en este sector se hacen desde abajo, gracias, sobre todo, a las empresas pequeñas, que han surgido en las ruinas de los grandes complejos militares, señala Sulakshin.

En los gigantes de la industria militar, los directores, acostumbrados a subvenciones estables del Estado, aprenden con dificultad a formar un plan de negocios y a manejar los instrumentos financieros. Yuri Zavalichin, el director de la fábrica Avangard de Arzamás 16, la primera productora de armas" nucleares en serie, se interesó en su día por uno de los créditos que el Gobierno español concedió a Rusia, pero acabó renunciando, según dice, por temor a los intermediarios.

Avangard, que fabricó el sistema de alarma del Mausoleo de Lenin en la plaza Roja de Moscú y el de la dacha de Mijaíl, Gorbachov en la localidad de Forós, en Crimea, produce hoy sistemas de seguridad para centrales nucleares y bancos. La empresa lucha por sacar a flote equipos de producción de leche, que se estrellan con la crisis de la industria láctea, y un riñón artificial que topa con un Ministerio de Sanidad más interesado en comprar los aparatos de diálisis en el extranjero que en la producción nacional, según dice Zavalichin. La empresa Start, de Penza 16, que antes producía sistemas de seguridad para las fronteras de la URSS, se dedica hoy a los modem de comunicaciones para los nuevos bancos.

Las ciudades cerradas carecen hoy del abastecimiento privilegiado del pasado, aunque sus dirigentes se jactan de tener un nivel de criminalidad inferior al resto de Rusia, gracias a los controles para evitar el terrorismo o el robo de materiales nucleares o biológicos en su territorio. Los municipios incluso tienen grupos de coros y danzas. Entre los cantantes de un coro de canciones folclóricas de Trejgorni (Zlataúst 36) había jefes de taller que llevaban meses sin cobrar el sueldo.

Aunque el nivel de paro en las ciudades cerradas oscila oficialmente entre un 2% y un 9%, los expertos estiman que estas cifras son mayores, teniendo en cuenta los talleres vacíos y los que se ocupan sólo de forma intermitente. La comunidad de científicos dedicados a la energía atómica ha envejecido y hay una falta de relevo generacional, ya que los jóvenes prefieren el comercio a la investigación.

Como el resto de sus compatriotas, los habitantes de las ciudades cerradas pueden privatizar sus viviendas, pero su capacidad para disponer de ellas es limitada, en caso de querer venderlas o alquilarlas, ya que el acceso es restringido. Aunque hay ejemplos logrados de cooperación internacional, tales como la producción de cintas magnetofónicas en colaboración con la empresa BASF en Zelinogorsk, las restricciones dificultan la relación con los socios extranjeros.

Para cooperar con Occidente, además, hay desconfianza y miedo a perder la capacidad tecnológica de la industria militar Soviética. Entre los profesionales de la industria militar rusa está extendida la idea de que la investigación militar es imprescindible para mantener el desarrollo tecnológico en Rusia e impedir que este país se transforme en una colonia de Estados Unidos.

Refiriéndose al Centro Internacional de Ciencia y Tecnología (CICT), creado por la Unión Europea, Estados Unidos y Japón para apoyar la reconversión en la ex URSS, uno de los ponentes de las jornadas afirmó que "bajo la alfombra" se está lidiando "una lucha en torno a la temática" de los proyectos que esta institución financia. Los occidentales,. señalaba el ponente, "intentan apartar a los rusos de los temas militares, además de dividir a los colectivos científicos mediante el apoyo selectivo de proyectos". El CICT ha financiado hasta ahora más de un centenar de proyectos de reconversión, entre ellos para el uso pacífico del plutonio y el reciclaje de la industria de armas bacteriológicas hacia la investigación de vacunas.

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