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Mientras Jorge Semprún hacía en la Residencia de Estudiantes el retrato sobrecogedor de su recuerdo vivo de los efectos nauseabundos de los dos totalitarismos, una comisión de la Real Academia Española empezaba a discutir el jueves una definición nueva de la palabra deseo.Mientras tanto, el escritor Rafael Argullol hablaba de Platón, Goethe y Nietzsche, en una sala abarrotada de público, en la Fundación Juan March. Lejos de ambos lugares, en Coslada, abrían un nuevo centro cultural -el Centro Cultural Margarita Nesken-, y cientos de personas de aquel barrio de aluvión acudían a escuchar...

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Mientras Jorge Semprún hacía en la Residencia de Estudiantes el retrato sobrecogedor de su recuerdo vivo de los efectos nauseabundos de los dos totalitarismos, una comisión de la Real Academia Española empezaba a discutir el jueves una definición nueva de la palabra deseo.Mientras tanto, el escritor Rafael Argullol hablaba de Platón, Goethe y Nietzsche, en una sala abarrotada de público, en la Fundación Juan March. Lejos de ambos lugares, en Coslada, abrían un nuevo centro cultural -el Centro Cultural Margarita Nesken-, y cientos de personas de aquel barrio de aluvión acudían a escuchar a quienes le hablaban de libros y de literatura; tan cerca y tan lejos del epicentro, jóvenes, viejos y niños preguntando por la escritura y por la vida. No para ser vistos, como pasa tantas veces en el centro, sino para saber, la curiosidad de estar sabiendo.

En Santiago de Compostela, escritores gallegos y canarios se reúnen para saber si es posible restarle al Mediterráneo su protagonismo literario a favor del océano en que ambos colectivos viven. El Mediterráneo como. la única metáfora de la cultura, la apropiación indebida del mar: hasta los portugueses son convocados como escritores mediterráneos.

La Abadía de José Luis Gómez resiste, a pesar del desconcierto cultural que el país mantiene, y estrena a un español, Fermín Cabal, cuyos Castillos en el aire se suman a una corriente nueva que parece que se produce en la literatura española: la preocupación por la realidad que nos pasa.

Fernando Trueba descansa de su experiencia con los astros y declara en España, en una de las entrevistas más frescas y lúcidas que haya dado un artista de éxito en mucho tiempo en este país, que tampoco es para tanto. Mientras tanto, el síntoma Tom Clancy recorre España y, contrastando con la ironía tranquila del oscar Trueba, el escritor norteamericano se siente tan henchido de sí mismo que responde así cuando le preguntan en qué novela anda ahora: "No suelo hacer comentarios sobre esto".

Heridos por lo que parece ser una trivialización cada día mayor de la palabra literatura, el citado Argullol y el escritor portugués José Saramago se encuentran en Madrid y hablan -como Semprún, Mario Vargas Llosa y Rafael Conte en la presentación del libro del primero- de la escritura y la vida. Saramago, que es reflexivo, paradójico e irónico, relata un coloquio que sufrió, en el que la gente se olvidaba de que él era, sobre todo, un escritor. "Y yo me pregunté", se dijo Saramago: "¿será posible Volver a hablar, y digo hablar, subrayando mucho, la palabra hablar, de literatura?".

Mario Vargas Llosa sí habla de literatura, antes de que le den el lunes el Cervantes y en la víspera del Día (barcelonés) del Libro, que en Madrid celebran Con la boca pequeña. En la presentación de Semprún, el peruano errante reivindicó la que ha sido su pasión real, el sentido de su existencia: "La literatura es la vida; sólo la literatura es la vida enfrentada a la muerte. Y todo puede ser tema de la literatura; incluso las experiencias humanas difíciles de convertir en materia literaria pueden llegar a ser -como en el caso de este libro de Semprún- un extraordinario documento literario sobre la inhumanidad y el horror del Holocausto".

Ustedes están acostumbrados a que los periodistas les contemos actos literarios; aquél fue un acto sobre literatura. Y sobre la vida. Semprún -lo han leído en los periódicos- hizo su relato -crítico, autocrítico- de su experiencia ante los totalitarismos; fue tan sobrecogedor como su libro.

Y, mientras tanto, como decimos, una comisión de la Academia -en la que tiene que ingresar, por cierto, Vargas Llosa- empezaba la discusión para definir de nuevo la palabra deseo.

"Una discusión mucho más viva que tantas tertulias que uno escucha", decía Emilio Lledó, el filósofo que forma parte de ese grupo que ahora se enfrenta a la responsabilidad de redefinir acaso la principal palabra, el océano del que parten todas las palabras, del diccionario: el deseo como la vida.

-Entonces, no es verdad que ustedes se aburran en la Academia.

-Para nada.

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