Tribuna:

Menosprecio al castellano

Escribo esta columna con cierto temblor, porque me disgustan tanto los perpetuos memoriales de agravios nacionalistas que no quisiera añadir ni un ladrillo más al más rancio de todos nuestros patrioterismos, el español. Pero cierto justificable egoísmo colectivo le impulsa a uno a veces a preguntarse a qué se debe el permanente maltrato cultural que sufrimos internacionalmente tanto en lo sublime como en lo ridículo. Subrayo lo de cultural porque no voy a entrar en si nuestro peso político en el mundo es tan destacado como merecernos: por definición, toda nación se siente políticamente ...

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Escribo esta columna con cierto temblor, porque me disgustan tanto los perpetuos memoriales de agravios nacionalistas que no quisiera añadir ni un ladrillo más al más rancio de todos nuestros patrioterismos, el español. Pero cierto justificable egoísmo colectivo le impulsa a uno a veces a preguntarse a qué se debe el permanente maltrato cultural que sufrimos internacionalmente tanto en lo sublime como en lo ridículo. Subrayo lo de cultural porque no voy a entrar en si nuestro peso político en el mundo es tan destacado como merecernos: por definición, toda nación se siente políticamente maltratada, incomprendida y traicionada por casi todos los demás países, especialmente los más próximos o los más poderosos. Gajes del oficio nacional. Pero ¡la cultura!, ¡el idioma! Hombre, eso ya me parece objetivamente más inaguantable.Hace pocos meses, Muñoz Molina publicaba en estas mismas páginas una razonable queja sobre dicha postergación, ejemplificada en la invisibilidad cosmopolita de algunos de nuestros mejores creadores literarios, como Valle-Inclán o Clarín. Supongamos por un momento que está justificada en razón de nuestra larga clausura histórica, de su idiosincrasia difícilmente estandarizable (que no universalizable) o motivos semejantes. ¡Satán me libre de unirme ahora a los especuladores especializados en los males patrios capaces de explicar los GAL a partir de las calumnias contra el oso que se comió a Favila o mostrar que el ninguneamiento de sus meritorios ensayos proviene en línea recta del salto de don Pedro Alvarado! Pero el menosprecio a la lengua castellana, a un idioma cuyo crecimiento no parece dudoso, que desde luego trasciende nuestras fronteras y nuestras insuficiencias nacionales, eso sí que resulta verdaderamente inexplicable. ¡Se diría que sólo Mitterrand, que lingüísticamente admite temernos, cree en él!

No creo que el castellano "corra peligro", por ejemplo, en Cataluña: corren peligro quizá los derechos de algunos de sus hablantes, lo que no es asunto desdeñable, y corren peligro de provincianizarse los que lo ignoren, pero nada más. Me parece en cambio grave que, en tantos museos europeos (recientemente lo he comprobado en Viena) o en congresos culturales de nuestra área, los únicos idiomas "oficiales" para catálogos, vídeos, y ponencias sean -junto al inglés, cuya preeminencia es lógica- el francés, el alemán y el italiano, es decir, tres lenguas que no suman juntas tantos hablantes como el castellano. Ítem más: que los folletos de instrucciones de algunos aparatos que se venden en España, supuestamente redactados en varios idiomas, al llegar al castellano manejen una jerga no ya incorrecta, sino ininteligible y paródica. A uno de mis hermanos le regalaron estas navidades un calentador de toallas, cuyas normas de manejo venían, al parecer, en inglés, alemán, francés y castellano. Las tres primeras lenguas, con mayor o menor propiedad, resultaron reconocibles, pero las reglas en castellano desafiaban al más fino hermeneuta. Verbigracia: una de las recomendaciones importantes nos prevenía así: "Para evitar quemadura acaso, no deje desnudo piel alcanzar caliente superficie, reserva superior barra cuando mudando". Más claro, agua. Otra imprudencia posible quedaba no menos nítidamente advertida: "No opera cerca de niños o inválidos, siempre que su toalla calentador es dejado operado y no concurrido". En efecto, ni a un calentador de toallas le gusta que le operen y luego nadie le concurra. Y también, por si acaso: "No arrolla cuerda cuando en servicio a evitar calor levantado". Lo del "calor levantado" es un hallazgo que les sugiero a próximos concursantes al premio de La Sonrisa Vertical, usen o no toallas.

Como no creo en conjuras internacionales, habrá que buscar por otro lado: desidia educativa o ministerial, falta de un mínimo control sobre algo que también forma parte de la calidad de productos que han de venderse en nuestro país, quizá abandono de ese proyecto de difusión de una de nuestras propiedades más ricas, la lengua, que los institutos Cervantes debieran llevar a cabo si contasen con medios para ello.

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