42 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Una historia inmortal

Paz Alicia Garciadiego, escritora de La reina de la noche y mujer del director de la versión cinematográfica, el mexicano Arturo Ripstein, que el año pasado ganó el gran premio de este festival con Principio y fin, comenzó el guión de aquella película por la durísima y hermosa escena final, que desde su proyección en mayo pasado en Cannes se ha convertido en un instante cumbre del cine actual.Todo converge, en esta obra desmedida y no obstante transparente e incluso pudorosa, sobre esta escena. Todo va hacia ella, como todo en la vida va hacia la muerte. Mediante un estilo...

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Paz Alicia Garciadiego, escritora de La reina de la noche y mujer del director de la versión cinematográfica, el mexicano Arturo Ripstein, que el año pasado ganó el gran premio de este festival con Principio y fin, comenzó el guión de aquella película por la durísima y hermosa escena final, que desde su proyección en mayo pasado en Cannes se ha convertido en un instante cumbre del cine actual.Todo converge, en esta obra desmedida y no obstante transparente e incluso pudorosa, sobre esta escena. Todo va hacia ella, como todo en la vida va hacia la muerte. Mediante un estilo y una cadencia casi opuestos, Ripstein conduce el tránsito de la cantante mexicana Lucha Reyes -personaje verídico que se mató hace cosa de medio siglo- desde la construcción de su rota identidad hacia la autodestrucción de esa identidad, a través del cauce abierto por Orson Welles en Una historia inmortal: la recuperación para el cine -en medio de la plaga de cuestiones efímeras que hoy infesta laspantallas- de las cuestiones mayores de la existencia, del puñado de verdades y realidades no efímeras, sino permanentes o, si se quiere, inmortales que palpitan bajo la muerte humana, y que, en palabras talladas por William Faulkner, son las únicas que merecen ser reconstruidas por la imaginación.

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La reina de la noche fue arrinconada en el Festival de Cannes y reconfortó entonces leer en los periódicos franceses Liberation y Le Monde palabras de indignación, de coraje y de vergüenza ante este acto de racismo cultural, destinado a premiar el espectáculo del tiro en la nuca, hoy tan de moda, mientras se encerraba en el gueto de las salas marginales a esta obra, acompañada de Entre los olivares, de Abbas Kiarostami; Caro diario, de Nanni Moretti, y Rojo, de Kryzstof Kieslowski, que fueron las cuatro cumbres de aquel festival y que significativamente son monumentos de paz y de reconciliación de los hombres con los hombres, los únicos que en medio del aluvión de muerte violenta exploraron la destrucción de la vida desde el punto de vista de esa vida destruida y no desde el de sus destructores, que se hicieron dueños de la escena.

No es casual, por tanto, que el proceso de creación de este monumento mexicano del cine moderno comenzase por el final. Es por el contrario una consecuencia del rigor moral con que el suceso de la destrucción de una vida es abordado en él por Garcia-diego y Ripstein. Es más, este último cuenta que el único debate que mantuvo a lo largo del rodaje con el director de fotografía fue precisamente el destinado a acordar qué tipo de iluminación requería esa crucial escena, por lo que la tensión ética creadora contagió a la propia mecánica de filmación, que así se convirtió también en tensión creadora. Y esto se percibe físicamente. en la imagen, apacible y dolorida, de esta obra generosa y solidaria, que asume desde dentro el estremecimiento de la muerte, negándose a verla desde fuera y convertirla en el gozoso espectáculo circense que algunos mercaderes de carroña montan con ella.

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