Tribuna:

Querida Taslima Nasrin

Adaptando la máxima más famosa sobre la justicia y la libertad de expresión, diré que no conozco la obra de Taslima Nasrin, pero defiendo su derecho a publicar según su punto de vista y sus convicciones, del mismo modo que defiendo el del escritor cuya obra conozco y admiro, Salman Rushdie.Resulta inevitable que los pensamientos de uno vuelvan a Rushdie en esta última secuencia de acontecimientos de la era de intolerancia religiosa arrogante, esta Inquisición de finales del siglo XX por la que estamos atravesando, y en la que los mortales se arrogan el absurdo derecho de la autoridad divina pa...

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Adaptando la máxima más famosa sobre la justicia y la libertad de expresión, diré que no conozco la obra de Taslima Nasrin, pero defiendo su derecho a publicar según su punto de vista y sus convicciones, del mismo modo que defiendo el del escritor cuya obra conozco y admiro, Salman Rushdie.Resulta inevitable que los pensamientos de uno vuelvan a Rushdie en esta última secuencia de acontecimientos de la era de intolerancia religiosa arrogante, esta Inquisición de finales del siglo XX por la que estamos atravesando, y en la que los mortales se arrogan el absurdo derecho de la autoridad divina para otorgar la vida y la muerte. Yo y otros muchos escritores señalamos, cuando se dictó la fatwa contra Rushdie, que esto constituía el ejemplo de la forma definitiva de censura: el edicto por el que no sólo se ha de destruir la obra, sino también el derecho del autor a la vida.

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Los escritores nunca están seguros

Viene de la primera páginaEn la época contemporánea hay precedentes de la supresión de la obra de autores musulmanes, practicantes o no, basándose en la religión musulmana, pero se trataba de escritores poco conocidos en el mundo occidental, al que a menudo hay que animar, con dificultad, a interesarse por problemas culturales distintos de los su yos. Ni siquiera cuando se le concedió el Premio Nobel de Literatura al egipcio Naguib Mahfouz, en 1988, se aprovechó, demasiado la oportunidad para dar la alarma por el hecho de que una de sus novelas, The children of Gabelawi, publicada en 1959 en Beirut, pero no autorizada en Egipto, siguiera es tando prohibida en su país de origen, al que había aportado semejante honor.

Los escritores nunca están seguros, la libertad de expresión para todos y cada uno de nosotros nunca está segura, cuando se suprime la palabra escrita o hablada, independientemente de lo lejos que se dicten esos edictos y por encima de cualquier barrera, ya sean las fronteras nacionales, ya las diferencias lingüísticas y culturales. Si nos encogemos de hombros y no hacemos caso de la prohibición de libros, el fanatismo ya está ahí entre bastidores atento a su entrada, y a continuación pedirá la muerte del autor tanto como la del libro. Y en cuanto eso le ocurrió a un escritor que tenía nuestra atención, Salman Rushdie, sin duda estaba claro que volvería a suceder, a no ser que se mostrase claramente a los terroristas que estaban deformando una gran religión para convertirla en un movimiento terrorista que las potencias mundiales no iban a tolerar. Porque el poder de la fatwa -y existen otras, aparte de la de muerte, que ordenan otras violaciones de derechos humanos- no se limita a su cumplimiento en la comunidad y país de origen. Al igual que Rushdie, Taslima Nasrin no tiene ningún lugar ni ningún país adonde pueda ir para protegerse del peligro. Quienes son perseguidos por motivos políticos pueden optar por el exilio y normalmente. encuentran asilo en alguna parte; pero el fanatismo religioso reivindica su jurisdicción sobre el conjunto de sus seguidores en todo lugar y no reconoce ninguna ley seglar que la limite. La fatwa de muerte amenaza a Nasrin dondequiera que vaya, aunque el riesgo disminuya cuando deje Bangladesh.

Estar en peligro tanto en el mundo como en el propio país es ser prisionero del mundo. Sólo podemos liberar a Taslima Nasrin de una forma, del mismo modo que, después de cinco años, sólo podemos libe rar a Salman Rushdie de una forma, y es que todos los Gobiernos que respetan los derechos humanos dejen de limitar se a hablar cuando se perpetran violaciones de los derechos de los escritores y ejerzan una ver dadera presión internacional sobre el Gobierno de los países donde impera el fanatismo religioso. Dichos Gobiernos, sobre todo el de Estados Unidos, tienen que darse cuenta de que la persecución de escritores es una más de las manifestaciones del fanatismo que les preocupa, la situación de países como Argelia, Nigeria, Egipto y otros. La amenaza es casi mundial: hoy es este país, mañana aquel otro. Oponerse a ello no es atacar al islam como tal, a los pueblos musulmanes del mundo, sino liberar a todos los pueblos de un despotismo religioso local en cualquier lugar y en cualquier creencia religiosa en que éste sé manifieste como una profanación de la humanidad.

Acabo de leer una entrevista con Taslima Nasrin en la edición del 8 de julio de La République des Lettres y me alegro de haber llegado a conocerla un poco a través de ella. Su valor y la vitalidad de su inteligencia saltan a la vista y, evidentemente, le son útiles en la terrible prueba a la que está siendo sometida su vida, como escritora y como mujer.

Valor no le falta, pero puede que para ella sea importante el saber que yo, al igual que muchos otros escritores, pienso en ella de manera solidaria, prometo hacer lo que pueda para verla libre y siento que nos representa a todos los que nos arriesgamos a utilizar la palabra en favor de la verdad tal como la conocemos.

Johanesburgo, 19 de julio de 1994

es escritora surafricana y Premio Nobel de Literatura en 1991. Esta carta forma parte de una serie que está publicando EL PAÍS en favor de Taslima Nasrin.

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