Crítica:

Desgarros interiores

El mundo de la holandesa Ansuya Blom, artista y cineasta, es el de los disturbios de la mente, el de la enfermedad y el de la reclusión. Son dibujos y pinturas aparentemente sencillos, que se revelan mucho más densos de contenido y más sutiles de realización al examen de una mirada atenta.En uno de ellos, una especie de cuerpo deforme, como si fuera una alveolada silueta de una víctima en el suelo, está unido por diversos filamentos a los muebles y enseres de una habitación. En otro, unos personajes femeninos blancos, sin brazos, cuelgan de una suerte de muelles que penden a su vez de un hilo....

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El mundo de la holandesa Ansuya Blom, artista y cineasta, es el de los disturbios de la mente, el de la enfermedad y el de la reclusión. Son dibujos y pinturas aparentemente sencillos, que se revelan mucho más densos de contenido y más sutiles de realización al examen de una mirada atenta.En uno de ellos, una especie de cuerpo deforme, como si fuera una alveolada silueta de una víctima en el suelo, está unido por diversos filamentos a los muebles y enseres de una habitación. En otro, unos personajes femeninos blancos, sin brazos, cuelgan de una suerte de muelles que penden a su vez de un hilo. Y en otro, una retícula de rayas negras que va a parar a diversos lechos de enfermo.

Ansuya Blom

Sala Monteada (La Caixa). Montcada, 14. Barcelona. Hasta el 20 de febrero.

Todas estas obras comparten el símbolo de las conexiones de un cuerpo con lo que le rodea, la relación entre mundo interior y exterior, e incluso, más concretamente, del enfermo y su cuidador, o de unos medios clínicos de los que depende.

El ser humano está visto como algo muy frágil o fragmentado, siluetas sin rostro ni sexo aparente, aunque, también como el receptáculo de puntos de energía, señalados a veces con manchas de pintura simplemente colocadas con el dedo. Ansuya Blom rinde homenaje a varios personajes marcados por la locura o por su condición de marginales de la civilización. Recientemente, Blom ocupó los pasillos de un centro psiquiátrico holandés con dibujos y un texto de Jean Rhys; otra de sus obras está dedicada a Kaspar Hauser, el niño salvaje encontrado en Núremberg y apuñalado en 1883.

El lado oscuro

Visualmente, la obra de Blom nos recuerda la tradición centro y noreuropea que continúa el interés de los románticos por el lado oscuro de la mente, la fragilidad del cuerpo, los desarreglos del alma. Una cierta tradición, de Odilon Redon a Max Ernst, de Meret Oppenheim a Wols, que Ansuya Blom posee, consciente o inconscientemente, tras de sí. Más de un espectador dirá que algunos de sus dibujos, realizados con un pequeño soplete, le recuerdan las pinturas al fuego de Polke; sin embargo, el sentido final es, en Blom, bien distinto, pues no se trata tanto de la alquimia de los materiales como de la laceración que implica, metafóricamente, la quemadura.En uno de estos dibujos, varios ojos asoman a través de los horadamientos del fuego, y en otro, las huellas de una mano aparecen sobre las siluetas, espectrales, de interiores domésticos. La mirada y el tacto, así, representados como actos de apropiación casi mágica. Y la sensación de que, en mitad de la angustia o de la enfermedad, el mundo no es algo compacto y definido, sino retazos de realidad que se escapa, invadido por la mancha negra de los desgarros interiores.

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