Tribuna:

Con ojos nuevos

Bruce Nauman ocupa un lugar paradójico en el panorama artístico de las tres últimas décadas, un lugar que es, a la vez, central y excéntrico, referencial y esquivo. Y no me refiero tanto al hecho de que se trate, sin discusión, de una de las personalidades más intensas y complejas que ha sedimentado el arte en este tiempo, como al modo en que su perfil y trabajo parecen responder a un modelo, por excelencia, de los comportamientos dominantes en el debate creativo reciente.De él se ha dicho que es, junto con Beuys, el artista que mayor influencia ejerce, al menos en un sector fundamental, entre...

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Bruce Nauman ocupa un lugar paradójico en el panorama artístico de las tres últimas décadas, un lugar que es, a la vez, central y excéntrico, referencial y esquivo. Y no me refiero tanto al hecho de que se trate, sin discusión, de una de las personalidades más intensas y complejas que ha sedimentado el arte en este tiempo, como al modo en que su perfil y trabajo parecen responder a un modelo, por excelencia, de los comportamientos dominantes en el debate creativo reciente.De él se ha dicho que es, junto con Beuys, el artista que mayor influencia ejerce, al menos en un sector fundamental, entre las generaciones últimas. Nada más equívoco. Cuanto distancia el carácter de Neuman del mesianismo y la vocación didáctica de un Beuys, marca también la ambigua relación entre los trabajos del norteamericano y muchas de aquellas propuestas y actitudes que le son aparentemente más próximas, y que, bien a menudo, basan su analogía antes en coincidencias escenográficas o instrumentales que en aquello que centra el interés de Nauman hacia un territorio particular.

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La razón fundamental de esa desconcertante excentricidad deriva de un aspecto vertebral del comportamiento de Bruce Nauman, en el modo como éste parte con frecuencia de situaciones aparentemente elementales -en relación a la conciencia del propio cuerpo, su relación con el espacio, la percepción de la temporalidad, ciertas paradojas de lenguaje-, para establecer luego vías de aproximación que nada dan por sentado y que tienden a forzar, hacia situaciones críticas, los aspectos paradójicos que cada situación encierra. Ese empeño en abordar, lejos de toda convención y prejuicio, cada situación concreta es lo que determina tanto la "ausencia de estilo" como esa invención itinerante a través de los materiales y medios más dispares -de las instalaciones objetuales al vídeo, la holografía, los neones, las cámaras en circuito cerrado, los espacios sonoros-, y el que esos desplazamientos tiendan a violentar, finalmente, las convenciones y certezas de cada uno de los territorios en los que irrumpen.

Esta excelente retrospectiva, organizada por el Walker Art Center de Minneápolis y el Smithsonian's Hirshhorn Museum & Sculpture Garden de Washington, nos brinda así la oportunidad de realizar un viaje iniciático a través de una de las aventuras más radicales, apasionantes y perturbadoras del arte de nuestro tiempo. La muestra reúne muchas de las realizaciones legendarias de Nauman, y compone una lectura esclarecedora y compleja de su reflexión laberíntica e intempestiva. En ese sentido, es preciso destacar, de un modo muy particular, el lúcido y fértil planteamiento del montaje, a través de un itinerario que rompe la secuencia cronológica de las piezas y dispersa las familias y géneros afines. Nada hubiera resultado, a la postre, tan empobrecedor como construir un relato histórico o un repertorio de géneros al abordar una reflexión como la de Nauman, en su voluntad de enfrentar una conciencia de la realidad, lejos de la historia y sus categorías, con ojos enteramente nuevos.

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