Una pésima película ítaliana sobre una obra de Chéjov situa al certamen bajo mínimos

El filme 'El vecino' compensó en parte la incomprensible selección de este 'chejovicidio'

Ignoramos cómo, por qué y por responsabilidad de quién fue seleccionado para concurso el (es un decir) filme italiano El jardín de los cerezos, dirigido por Antonello Agliotti y basado en la obra teatral del genial escritor ruso Anton Chéjov. El hecho es que aquí está, ocupando el lugar de privilegio que se merecen muchas verdaderas películas ausentes, una obra situada bajo mínimos profesionales, literalmente ridícula, deleznable. Le siguió el filme austriaco El vecino, de Götz Spielman, que devolvió a la pantalla el sabor del verdadero cine, que había barrido horas antes aquella ofensa a Chéj...

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Ignoramos cómo, por qué y por responsabilidad de quién fue seleccionado para concurso el (es un decir) filme italiano El jardín de los cerezos, dirigido por Antonello Agliotti y basado en la obra teatral del genial escritor ruso Anton Chéjov. El hecho es que aquí está, ocupando el lugar de privilegio que se merecen muchas verdaderas películas ausentes, una obra situada bajo mínimos profesionales, literalmente ridícula, deleznable. Le siguió el filme austriaco El vecino, de Götz Spielman, que devolvió a la pantalla el sabor del verdadero cine, que había barrido horas antes aquella ofensa a Chéjov.

Baste añadir dos cotilleos sobre este (es un decir) filme italiano. El primero: fue una de las varias películas que el jurado del Premio Autores -patrocinado por la Sociedad General de Autores y compuesto por el músico Carmelo Bernaola y los cineastas Antón Eceiza, Francisco Regueio, Agustí Villaronga y Joao Correa- tuvo presente para afirmar con dureza en el acta de su decisión final que "constata el bajo nivel general de los trabajos autorales (en dirección, guioniación y composición musical) sometidas a consideración". Dicho jurado premió al director del filme Abracadraba, del belga Henri Cleven, que no concursa, mientras su colega italiano lo hace a bombo y platillo.El segundo es un rumor y probablemente incierto, pero que todos aquí dan por creíble a tenor de lo que vimos en la pantalla bajo el título de El jardín de los cerezos y la firma de fondo de Anton ChéJov. Ese rumor dice que el jurado ruso de la competición oficial -Nikita Mijalkov, eminente actor chejoviano y director de Ojos negros, película en la que demuestra un profundo amor y conocimiento por la obra de ChéJov- se levantó de su butaca y, vulnerando su compromiso en cuanto jurado de asistir a todas las proyecciones de la competición, se fue airado del cine Victoria Eugenia.

Humillante sesión

No importa la verdad o falsedad de este cotilleo: importa su verosimilitud. Este y otros comentaristas, obligados igualmente por el compromiso de su trabajo a asistir a todas las obras en liza, se quedaron finalmente a verla, pero no sin antes discutir en un brevísimo aparte si era o no oportuno irse ostensiblemente de aquella humillante sesión de (es un decir) cine, como gesto de protesta frente a los criterios que habían hecho posible su elección.

En declaraciones previas alcomienzo de esta edición del festival donostiarra, su delegado general, Rudi Barnet, afirmó ante diversos medios de comunicación, incluido éste, que en esta ocasión se había subido el listón de exigencias en los criterios de selección. Todos nos congratulamos de ellos. En un escaparate de esta especie, tras el que hay muchos millones de dinero público, quienes los administran deben mirar con lupa cada metro de celuloide que exhiben y con mayor razón cuando lo exhiben en el concurso, que es la parte del encuentro que mayor incidencia tiene sobre el volumen de información que aquí se genera, que es enorme. Cada minuto de la pantalla de un festival de primera categoría es oro fluido y gratuito en cuanto eco publicitario. No puede, por tanto, desperdiciarse ni un solo gramo, pues es también oro ajeno público pagado por todos. Sin embargo, la selección de una (es un decir) película como ésta nos lleva por fuerza a una de estas dos explicaciones: bien que el señor Barnet falseó la, verdadera altura del listón de exigencia (pues la presencia de esta cosa lo sitúa por los suelos) o bien que su idea de exigencia carece de profesionalidad.

Este atentado contra la memoria de Chéjov no es materia opinable, ya que entra en el terreno de las puras evidencias de oficio. Una película puede y debe gustar a unos y no gustar a otros: eso es lo habitual y lo artísticamente rico, cuando se trata de una verdadera película. Pero la cosa italiana en cuestión se sale de la alternativa entre los gustos y los disgustos y entra en la órbita de otra opción más baja: lo que es y lo que no es cine. Y esto no es cine, sino una descarada simulación de cine: un trabajo in competente, que sólo una mirada incompetente puede contemplar como lo que sin discusión no es.

Nos devolvió el cine una película austriaca titulada El vecino. Más que estimable. Supera con mucho la bajísima media de la selección oficial. Pesimista, dura, amarga, austera y veraz imagen de una casa de vecindad de la pequeña burguesía vienesa de ahora mismo. Todo es lúgubre, opaco, desesperanzado en este pequeño hormiguero de mezquindades humanas, representadas por Götz Spielman con solvencia y una notable capacidad para ir al grano. Pero sus buenas maneras no nos hacen olvidar que en la jornada de ayer esta inteligente película vino de comparsa, pues la gran gala nocturna estuvo destinada a ofrecernos en bandeja un chejovicidio -título con que ya se conoce aquí al referido mejunje audiovisual italiano- sin atenuantes.

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