Editorial:

El futuro de Alemania

CON EL nacimiento de una nueva Alemania, resultado de la reunificación de los dos Estados en que quedé dividida hace 45 años, hoy finaliza la II Guerra Mundial.El problema de la unidad alemana ha ejercido una constante y poderosa influencia sobre la evolución de Europa, y del mundo, en ese largo periodo. Estuvo en el centro del enfrentamiento EE UU-URSS, que puso al planeta al borde de la guerra nuclear en momentos de gran tensión. Por eso mismo, la rapidez y relativa facilidad con que ha quedado resuelto ese corolario de la guerra ha superado cualquier previsión. Once meses han transcurrido e...

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CON EL nacimiento de una nueva Alemania, resultado de la reunificación de los dos Estados en que quedé dividida hace 45 años, hoy finaliza la II Guerra Mundial.El problema de la unidad alemana ha ejercido una constante y poderosa influencia sobre la evolución de Europa, y del mundo, en ese largo periodo. Estuvo en el centro del enfrentamiento EE UU-URSS, que puso al planeta al borde de la guerra nuclear en momentos de gran tensión. Por eso mismo, la rapidez y relativa facilidad con que ha quedado resuelto ese corolario de la guerra ha superado cualquier previsión. Once meses han transcurrido entre la caída del muro de Berlín y las ceremonias oficiales que consagraron anoche con toda solemnidad la aparición en la escena mundial de una Alemania unida, sin adjetivos. Simplemente, Alemania.

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Pero si ha habido sorpresa por el ritmo vertiginoso del proceso, no ha sido menor la producida por la facilidad con la que Estados y pueblos que han padecido en el pasado los efectos del poderío de una Alemania única -Polonia, Francia, URSS, entre otros- han aceptado sin excesivos recelos esta nueva realidad: una poderosa Alemania en el centro del continente, que va a constituir desde hoy uno de los rasgos definitorios de la Europa contemporánea.

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¿Por qué esta acogida apacible a la nueva Alemania? Una serie de factores históricos permiten pensar que ' esta Alemania ha roto profundamente, y no sólo en la táctica de sus políticos, con los demonios de ese pasado que varias veces ensangrentaron Europa. Hoy Alemania no nace como resultado de un triunfo militar, como cuando en 1871 Bismarck realizó la primera unidad alemana. Tampoco nace como fruto directo de una ola nacionalista arrolladora que hubiese empujado a unirse a los alemanes de los dos lados. El proceso ha sido más complejo. De hecho, nace en el marco de un enorme torbellino político que abarca al conjunto del Este del Viejo Continente: el hundimiento de los sistemas comunistas.

Ese hundimiento tenía, en el caso. alemán, el corolario obligado de la unidad. Y ese proceso ha generado un amplísimo consenso internacional, gracias al cual ha sido posible llevar a cabo con relativa facilidad todos los cambios jurídicos -en la Comunidad Europea, en la Alianza Atlántica, en los acuerdos Este-Oeste firmados al final de la II Guerra Mundial- imprescindibles para que hoy Alemania pueda ser un Estado único y, además, soberano e independiente. La actual unidad alemana es, pues, fruto de una coyuntura compleja, tanto alemana como europea: sin duda, la voluntad de los alemanes ha sido decisiva, pero también ha sido necesaria una voluntad colectiva europea, que no ha dudado en prestar su apoyo al hecho histórico que hoy se celebra.

Pero si el clima de los actos de hoy es más frío que el de hace 11 meses ante la Puerta de Brandeburgo, cuando cayó el muro de Berlín, es porque el color gris de los hechos ha ido ensombreciendo muchas ilusiones. Sobre todo entre la población de la ex RDA, que pensaba obtener, con la unidad, la posibilidad de vivir de golpe lo mismo que sus compatriotas de la RFA. Las crudas realidades económicas acechaban, sin embargo, detrás de la puerta.

La dimensión económica

La prioridad otorgada a los aspectos políticos de la unificación respecto a su dimensión económica se manifestó con particular relieve con ocasión de la integración monetaria: las recomendaciones técnicas del Bundesbank fueron desdeñadas en aras de consideraciones políticas -y electorales- del momento. La diferente eficiencia industrial, la muy distinta productividad de las empresas y el propio valor de mercado de las respectivas monedas quedaron supeditadas al gesto político del "uno por uno" (cambio paritario de los dos marcos). Pasada la euforia del instante, los ciudadanos de la extinta RDA llegan a este momento histórico agobiados por el doble espectro de la inflación y del desempleo como principales efectos de esa inserción en el nuevo sistema económico.

Productividad y competitividad constituyen ahora permanentes y fatídicas referencias estrechamente ligadas a las condiciones de supervivencia de las empresas de la Alemania del Este; el sobreempleo es una constante de las economías del llamado socialismo real que necesariamente desaparecerá a medida que estas empresas se inserten en los mecanismos de mercado.

La cuestión esencial es cómo absorber a esos millones de trabajadores de empresas obsoletas, cuya subsistencia es difícilmente imaginable en un mercado en el que las empresas modernas de la RFA impondrán lógicamente su superioridad. Se ha estimado que entre tres y cuatro millones de personas (de una población activa total de nueve millones), procedentes de empresas de la RDA, perderán su puesto de trabajo como consecuencia de la incapacidad de las mismas para adaptarse a los nuevos vientos de competencia. Si esa situación se prolongase y surgieran alemanes de segunda, las consecuencias podrían ser gravísimas en todos los órdenes. Los temores de ciertos intelectuales frente a la unificación de Alemania quedarían justificados.

A ello hay que añadir la falta de cultura empresarial entre los cuadros y dirigentes económicos, carencia que se pondrá más claramente de manifiesto en la necesaria proyección hacia los mercados internacionales de esa economía.

La cuestión europea

De otro lado, Alemania aparece en la escena como Estado unido en un momento en que está sometida a demandas apremiantes de sus vecinos, amigos y aliados. Con la URSS ha contraído compromisos serios, tanto para facilitar el retorno en un plazo de cuatro años de las tropas soviéticas como para ayudar a los esfuerzos imprescindibles por evitar un descalabro total de la economía. Con la CE, está metida en un proceso inminente -las decisiones deben tomarse antes de fin de año- para acelerar la unidad monetaria y política. Pero si desde un primer momento la nueva Alemania suscitó recelos acerca de su papel en la Europa comunitaria, actualmente existen algo más que síntomas de la pretensión de los gobernantes de la RFA de introducir un nuevo ritmo en ese proceso de unión monetaria y económica (UME). Las recientes declaraciones de Helmut Kohl y del presidente del Bundesbank apuntan en esa dirección, con lo que podríamos estar ante una maniobra dilatadora del horizonte de integración monetaria previsto en el plan Delors. La trascendencia política de tal retraso es tanto mayor cuanto que la UME constituía, hasta ahora, la única propuesta vinculante en el más amplio proceso de construcción de Europa.

Por otra parte, si Alemania diese señales de echarse atrás en un proceso del que ha sido hasta ahora motor, el efecto sena negativo. Cabe esperar que -al margen de arreglos técnicos, siempre sujetos a adaptaciones- su voluntad europeísta se siga manifestando con la misma fuerza. O incluso más, en la medida en que su peso será mayor.

Desde hoy vamos a tener en la vida internacional una Alemania independiente. Es una novedad considerable, y que no puede dejar de suscitar temores, al menos durante un periodo. Los gobernantes alemanes deben ser conscientes de ello y contribuir con su acción a reforzar la confianza que los europeos hemos depositado en ellos. Todo se produce, además, en un mundo mucho más interdependiente. Es la gran diferencia con el pasado. Por eso, también de nosotros, de todos los europeos -de que sepamos dar a la edificación de Europa el vigor que necesita- dependerá lo que sea la Alemania de finales del siglo XX.

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