La pobre Djuna Barnes
Lástima de Djuna Barnes. Tan poco conocida todavía aquí -y murió tan viejita, y hace tanto tiempo- y ya se echa encima de su Nightwood un director de escena de los llamados creativos, y hace de su novela otra cosa.Djuna Barnes tenía una escritura delicada, misteriosa, profunda y con un inevitable toque de humor de su generación británica (1892-1982). Y con sus personajes complejos, relacionados angustiosamente entre sí por formas de amor y de soledad.
Roberto Cortizo es el director y actor, que hace su dramaturgia personal y arroja a un trozo de escenario recubierto de arena a lo...
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Lástima de Djuna Barnes. Tan poco conocida todavía aquí -y murió tan viejita, y hace tanto tiempo- y ya se echa encima de su Nightwood un director de escena de los llamados creativos, y hace de su novela otra cosa.Djuna Barnes tenía una escritura delicada, misteriosa, profunda y con un inevitable toque de humor de su generación británica (1892-1982). Y con sus personajes complejos, relacionados angustiosamente entre sí por formas de amor y de soledad.
Roberto Cortizo es el director y actor, que hace su dramaturgia personal y arroja a un trozo de escenario recubierto de arena a los personajes, que dicen algunos retazos cuyos antecedentes y consecuencias no se aclaran, envueltos en músicas que no son suyas, en vestimentas lejanas. No se puede entender nada de lo que pasa, y lo que se dice no siempre es perceptible.
El bosque de la noche
Autora: Djuna Barnes. Traducción: Ana María de la Fuente. Dirección: Roberto Cortizo. Intérpretes: Concha Rosales-Nieto, Rodolfo Cortizo, Rosa Peña, Santiago Arteaga, Mentxu Peña. Producción: La Pajarita de Papel. Sala Mirador. Madrid, 4 de mayo.
No por la traducción, de Ana María de la Fuente, sino por la dicción, que acostumbra a terminar cada frase en murmullo -a partir del propio Rodolfo Cortizo, que acapara todo el interés para su personaje de relator, comentarista, crítico, y deja desnutridos a los demás- que resulta inaudible en perímetro grande y alto: el de la Sala Mirador, que siempre se esfuerza en programar -además de sus marionetas, de las que es asilo permanente- teatro de más trascendenxcia.
En este caso, la trascendencia añadida por la representación enfática y los ayes, gritos, ensimismamientos, voces tragadas, ahoga la de la palabra escrita. Una pena.