El patrón
Porque lo fue sobre todas las cosas. Un patrón que jamás obstaculizó, sino todo lo contrario, el trabajo, que a él le gustaba pulcro, y sintético, y bien hecho, de los que formamos a su vera como marinería. Antes de conocerlo personalmente en su mítica suite del hotel Suecia y a mediados de los sesenta, ya representaba todo lo que un torpe aprendiz de poeta podía anhelar: la guerrilla intelectual antifranquista, el refrescante contacto con Europa y los que entonces se anunciaban como prometedores cambios en América Latina. Es la época de los Premios Formentor, de la barba resistente y salobre,...
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Porque lo fue sobre todas las cosas. Un patrón que jamás obstaculizó, sino todo lo contrario, el trabajo, que a él le gustaba pulcro, y sintético, y bien hecho, de los que formamos a su vera como marinería. Antes de conocerlo personalmente en su mítica suite del hotel Suecia y a mediados de los sesenta, ya representaba todo lo que un torpe aprendiz de poeta podía anhelar: la guerrilla intelectual antifranquista, el refrescante contacto con Europa y los que entonces se anunciaban como prometedores cambios en América Latina. Es la época de los Premios Formentor, de la barba resistente y salobre, de la camisa de corte militar. Luego fue el amigo de tantos encuentros en este país y fuera de él. En el lúgubre momento de las despedidas quiero fijarlo, heráldico como a él le gustaría, en dos flashes: señalándome desde el hogar en llamas del chiringuito de Calafell, una oscura mañana de marzo, su barco varado en la arena: "¡Anda, moderno, acércate y dale un saludo al viejo capitán Argüello!". En aquel deambular gustosísimo, otra cenicienta mañana, esta vez de París, entre los bouquinistes de los muelles, bajo las ojivas de Nôtre-Dame, o tomando una cerveza en la Place du Théâtre. Ese Carlos vivaz, caluroso y cómplice, burlón y cálido permanecerá en mi memoria mientras aliente.
A. Martínez Sarrión es poeta.