Tribuna:EL ESTE CAMBIA

¿Volver a empezar?

Para el autor de la serie de artículos que se inicia hoy, uno de los problemas esenciales de la vida cotidiana soviética es la existencia de mafias económicas y políticas, que favorecen los mercados negros y la especulación, a la vez que se oponen con sus fuerzas a todos los intentos renovadores preconizados por Gorbachov.

Moscú, un atardecer de este otoño. En la sala, abarrotada de gente y de pasión, el Comité de Protección Social acaba de terminar su informe sobre la defensa de los derechos humanos. "Intervendrá ahora el compañero representante de los anarco-sindicalistas". Es un jove...

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Para el autor de la serie de artículos que se inicia hoy, uno de los problemas esenciales de la vida cotidiana soviética es la existencia de mafias económicas y políticas, que favorecen los mercados negros y la especulación, a la vez que se oponen con sus fuerzas a todos los intentos renovadores preconizados por Gorbachov.

Moscú, un atardecer de este otoño. En la sala, abarrotada de gente y de pasión, el Comité de Protección Social acaba de terminar su informe sobre la defensa de los derechos humanos. "Intervendrá ahora el compañero representante de los anarco-sindicalistas". Es un joven barbilampiño, de ojos azules y sonrisa transparente. Sus palabras, acogidas por la audiencia con la naturalidad de lo rutinario, resuenan sin embargo en mis oídos con ecos de historia y leyenda. "Todo Estado es opresión y el ruso más que ninguno. Libertad sin vanguardias. Autoemancipación. Federación de comunas. Tierra, pan y libertad. Ir hasta el final del proceso revolucionario. Sin violencia, pero sin miedo a la violencia". No, no estamos en una conspiración clandestina de radicales iluminados, sino en los lujosos salones del Instituto de Administración de Empresas (fundado por Lenin en 1917), en una de las sesiones del seminario sobre autogestión y poder local, con representantes de todos los confines de la geografia soviética.La presencia anarco-sindicalista no tiene trascendencia más allá de su valor simbólico: unos centenares de militantes en una veintena de ciudades. Pero la libre expresión de sus ideas marca la distancia recorrida por el proceso de profunda democratiza.ción que vive la Unión Soviética. Sopla un viento de libertad en las reuniones de los colegios profesionales, de los clubes políticos, de los órganos de prensa legales y semilegales. En las asambleas públicas del club perestroika de Leningrado se habla, con un amplio consenso, de la revolución de febrero y del golpe militar de octubre de 1917. Y ante los paneles de noticias de los periódicos de Moscú, centenares de personas discuten en la calle los últimos acontecimientos, generalmente criticando las políticas de Gorbachov, en uso de la libertad que sus reformas han permitido. Antes que nada, la perestroika es la recuperación de la palabra por una sociedad enmudecida por el terror durante décadas.

Escasez de alimentos

Pero no sólo de palabra vive el hombre. Y en la Unión Soviética de la perestroika la vida cotidiana es cada vez más dificil. Los alimentos escasean, los precios suben (tal vez un 20% de inflación anual en estos momentos), los productos de consumo más imprescindibles aparecen y desaparecen en los almacenes, de forma imprevisible. Las mismas tiendas bien provistas que visité hace cinco años exhiben hoy la desoladora imagen de sus repisas vacías. La especulación inmobiliaria ha hecho su aparición y los alquileres en el sector informal del realquiler (al que se ven forzados a recurrir, sobre todos los jóvenes) llegan a niveles del 50% del salario medio. Y Moscú es la zona privilegiada. Mis amigos de Novosibirsk me dicen que en Siberia hay ya una situación extrema de penuria alimenticia. Y relatos similares se refiren al Sur y a Ucrania. Sin embargo, la cosecha de este año ha sido buena. El problema es, sobre todo, la distribución.

La versión de los expertos económicos sobre el origen de la penuria es razonable: se ha puesto en cuestión el viejo sistema centralizado y aún no existe un nuevo sistema flexible de semimercado, capaz de suplantar al anterior; por tanto, se está en un período transitorio de desorganización económica, un mal necesario en todo proceso de cambio. De hecho, la situación varía mucho de una zona a otra y en aquellos lugares, por ejemplo en Bielorrusia, en donde los conservadores conservan su capacidad de conservar, los suministros son regulares y la gente come; eso sí, lo que le dan y tras la correspondiente y ordenada cola. Con lo que parece confirmarse la relación entre la intensidad del cambio y el castigo histórico a los descreídos del comunismo.

Pero hay también otros elementos más peligrosos y más sórdidos en la raíz de la crisis económica actual: la violenta reacción de la mafia soviética a la amenaza que representa laperestroika para sus negocitos.

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Economía sumergida

Como saben bien quienes conocen la Unión Soviética, la economía sumergida en ese país es, desde hace tiempo, una de las más importantes del mundo, como han documentado, entre otros, los trabajos económicos de Gregory Grossman. Buena parte de esa economía está organizada a niveles locales y regionales por redes de hombres de negocios, con fuertes conexiones con el aparato político. Esas redes controlan desde suministros industriales a productos de consumo suntuario, pasando por el mercado de trabajo paralelo, la prostitución y la especulación inmobiliaria, en base a la recalifica ción urbanística. Parece verosímil la versión según la cual la expulsión de Yeltsin de su puesto de alcalde de Moscú y del Comité Central no se debió tanto a sus divergencias políticas como a su intento de depurar de conexiones mafiosas el sistema político local. Su intento fracasó claramente, a juzgar por lo observado personalmente y por los comentarios fidedignos que he podido recoger. Existe hoy en Moscú una verdadera fiebre del dólar, que me devuelve al trágico recuerdo de Chile meses antes del golpe. Frente a la paridad oficial de un dólar por dos tercios de rublo, en el mercado negro (ampliamente difundido) el dólar se cotiza entre 10 y 20 rubios. Nada parecido ocurría hace cinco años. En el mismo sentido, productos de primera necesidad que no se pueden encontrar pueden obtenerse en base a contactos informales a precios altísimos. Los servicios públicos también han sido penetrados por la misma lógica. La medicina soviética es gratuita, pero si alguien necesita una operación urgente en un hospital público debe pagar al médico entre 1.000 y 2.000 rubios para que sea operado a tiempo. Y lo mismo ocurre con la obtención de medicamentos, los billetes de avión, las entradas para los espectáculos de alto nivel o el cambio de residencia o de puesto de trabajo. Parece que esta mafia económico-política actúa en estos momentos con redoblada energía, contribuyendo al caos de la economía y al incremento de la escasez.

Con ello, por un lado obtiene pingües beneficios de la situación de carestía creada, y por otro lado cierra caminos a un proyecto como la perestroika que, de conseguir su propósito, sería una amenaza mortal para su supervivencia como sistema. La alíanza entre la mafia económica y la nomenklatura política (o sea, el sector del aparato del partido comunista defensor de sus privilegios) es probablemente el mayor obstáculo con el que se enfrentan tanto Gorbachov como la gente que en la Unión Soviética comenzó a ilusionarse con una. vida mejor.

Manuel Castells es catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Ha dado una serie de conferencias en Moscú y Leningrado, en septiembre-octubre de 1989, por invitación de la Asociación Soviética de Sociología y la Escuela Superior del Koinsomol.

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