Tribuna:

Preguntas para un filme sin tregua

"Ya que no podemos cambiar país, cambiemos por lo menos conversación". Este consejo algo cínico de Joyce en ninguna parte es menos escuchado que en Euskalherria. Ahí está su cine para probarlo, siempre voluntariosamente concernido por "lo de casa", sea a través de la rememoración histórica o de la fotografía del presente. A vueltas con una adaptación ad hoc de las preguntas antropológicas kantianas ¿qué nos han hecho?, ¿qué hemos hecho?, ¿qué vamos a hacer?, ¿qué nos harán?, etcétera.En cuanto una película atreve a tomar el toro un poco más por los cuernos -es decir, con menos complacen...

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"Ya que no podemos cambiar país, cambiemos por lo menos conversación". Este consejo algo cínico de Joyce en ninguna parte es menos escuchado que en Euskalherria. Ahí está su cine para probarlo, siempre voluntariosamente concernido por "lo de casa", sea a través de la rememoración histórica o de la fotografía del presente. A vueltas con una adaptación ad hoc de las preguntas antropológicas kantianas ¿qué nos han hecho?, ¿qué hemos hecho?, ¿qué vamos a hacer?, ¿qué nos harán?, etcétera.En cuanto una película atreve a tomar el toro un poco más por los cuernos -es decir, con menos complacencia por ídolos de la tribu-, se le ex que plantee y resuelva todo que roe en silencio una convivencia en la que no suele habla más que para dar los vivas de gor. Así sucedió con Ander Yul, acogida con glacial reserva en el pasado festival de San

Sebastián. Para unos, se pasa ha la blasfemia; para otros, no menciona aquello ni tampoco lo otro. Lo que sorprende en la película al forastero es la ausencia de tan publicitada sociedad civil.- sólo hay bandas, bandos y banderías vagando asustados y feroces por calles semidesiertas. Pero sin duda no es justo pedir que una película diga tantas cosas calladas o responda a todas las mentiras dichas.

Provocación fecunda

Allí donde la subversión es conformismo, lograr una provocación fecunda es cosa dificilísima. Todos sabemos cuál es el común argumento revolucionario que podría tener hoy una película Euskadi: un guardia civil bueno que detuviese a un etarra malo le leyera pulcramente sus derechos. A la espera de este nuevo Acorazado Potemkin, mi película favorita es la Crónica de la guerra carlista, realizada con habilidad y mucho esfuerzo por José María Tuduri. Es de visión obligatoria para todo el que quiera saber de qué va la gresca del Norte.

Pero que conste que la afición al cine trasciende el morbo político y la manía del ¿qué me pasa doctor?". En Donosti, un tal colectivo Nosferatu -auspiciado por el Patronato Municipal Teatros y Festivales- ha organizado un ciclo semanal que va de Fritz Lang a Gary Cooper,de Mélies a Eiseistein: miércoles tras miércoles logran abarrotar nuestro viejo cine Principal. Lo que pueblo da de sí, ya se sabe; pero los ciudadanos aún no están vencidos del todo. Ahora hay que esperar en la pantalla y sobre todo en la calle nuestro demonio kafkiano: ¿no fue Kafka quien dijo que el juicio final consistiría en la aplicación definitiva de la ley marcial? Parece vasco, pues.

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