MÚSICA PARA LA LIBERTAD

Víctimas de la buena voluntad

De nuevo fue el público el que salvó la noche, la multitudinaria noche en la que derechos humanos y música tendieron su mano a 90.000 personas. De ellas, una buena parte llevaba ya muchas horas consumidas entre viajes y esperas cuando sonó Get up, stand up pero, a pesar de todo, tuvo un comportamiento ejemplar. Ni la Cruz Roja ni las fuerzas del orden tuvieron trabajo comentable. Había ganas de que la noche tuviera buenas vibracíones. De verdad se logró.Y se logró a pesar de que todos los allí presentes fuimos un po co víctimas de nuestra propia buena voluntad y, sobre tod...

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De nuevo fue el público el que salvó la noche, la multitudinaria noche en la que derechos humanos y música tendieron su mano a 90.000 personas. De ellas, una buena parte llevaba ya muchas horas consumidas entre viajes y esperas cuando sonó Get up, stand up pero, a pesar de todo, tuvo un comportamiento ejemplar. Ni la Cruz Roja ni las fuerzas del orden tuvieron trabajo comentable. Había ganas de que la noche tuviera buenas vibracíones. De verdad se logró.Y se logró a pesar de que todos los allí presentes fuimos un po co víctimas de nuestra propia buena voluntad y, sobre todo, de la incapacidad de la organización para organizar espectáculos de tal envergadura. El público, por ejemplo, sufrió la habitual presunción de culpabilidad que a la postre no se vio justificada. A pesar de todas las incomodidades padecidas, lucha con la reventa incluida, tuvo las ganas de poner más calor que nadie al lado de los artistas de Amnistía.

Otras víctimas de la noche fueron los informadores gráficos y televisivos, a quienes sólo se les permitía fotografiar y filmar a los artistas durante las dos primeras canciones de su repertorio. Una vez concluían, eran desalojados de la pasarela y conducidos a una habitación donde sus cámaras quedaban en custodia. Como un revólver en la entrada de una sala de juegos. Así, los artífices de las imágenes de la noche pasaron ésta entre idas y venidas, en un eterno vaivén de poco saludables efectos. Quienes no se movieron fueron los funcionarios del club que cortaban las entradas. A pesar de que había fundados rumores sobre falsificaciones masivas, ellos no tenían ninguna instrucción al respecto y se limitaron a cortar unas entradas que no conocieron hasta que se las mostraron los primeros espectadores. Uno de ellos se quejaba: "Con Julio Iglesias fue mucho más fácil, porque su foto salía en la entrada".

Las zonas reservadas a invitados de segunda clase y a informadores se vieron ocupadas al faltar el necesario control de los accesos. Horas después del inicio del concierto, el jefe de prensa de la sección española de Al, César Díaz, todavía estaba pidiendo disculpas por el desaguisado, al tiempo que ignoraba dónde se podía localizar un teléfono. La sala de Prensa, de cuya existencia no estaban al corriente todos los informadores, tan sólo ofrecía dos teléfonos de monedas en medio de una barahúnda de ruidos. Este hecho generó un notable tráfico de calderilla entre los allí presentes.

A pesar de todo, fricciones con empleados del FC Barcelona en la lucha por un teléfono razonable incluidas, lo más superrealista de la noche fue el aluvión de credenciales existentes. Las había de todos los colores y cada una permitía el acceso a una zona determinada -en el caso de que el público no la hubiese ocupado- En aquel friso sicodélico impreso en tarjetas de colorines, los numerosos miembros del inexistente servicio de coordinación ignoraban a qué color franquear el paso. Nadie sabía nada y, mediado el concierto, el caos organizativo fue irreversible. Si no trascendió, fue gracias al público.

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