Editorial:

Dinámica de paz en Centroamérica

EL ACUERDO de Esquipulas (Guatemala), firmado el pasado 7 de agosto por los presidentes de los cinco Estados centroamericanos para acabar con la tensión en la zona, ha puesto en marcha una verdadera dinámica de paz. En El Salvador, el Gobierno y las guerrillas han creado dos comisiones para establecer las condiciones del alto el fuego y de otros puntos del acuerdo. En el caso de Guatemala, las conversaciones de Madrid entre Gobierno y guerrilla, si bien no han alcanzado resultados satisfactorios inmediatos, no tienen antecedente.El hecho de que estas conversaciones sobre Guatemala se celebren ...

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EL ACUERDO de Esquipulas (Guatemala), firmado el pasado 7 de agosto por los presidentes de los cinco Estados centroamericanos para acabar con la tensión en la zona, ha puesto en marcha una verdadera dinámica de paz. En El Salvador, el Gobierno y las guerrillas han creado dos comisiones para establecer las condiciones del alto el fuego y de otros puntos del acuerdo. En el caso de Guatemala, las conversaciones de Madrid entre Gobierno y guerrilla, si bien no han alcanzado resultados satisfactorios inmediatos, no tienen antecedente.El hecho de que estas conversaciones sobre Guatemala se celebren en Madrid subraya el papel positivo de España en los esfuerzos de paz en la zona. Tanto el presidente Vinicio Cerezo como la guerrilla tienen razones para desear que el diálogo iniciado en la capital de España prosiga en un futuro inmediato. El primero necesita incorporar a la vida democrática, excesivamente condicionada aún por influencias militares, fuerzas sociales cuyos intereses están esencialmente ligados a un desarrollo progresista de la democracia. En cuanto a la guerrilla, necesita superar una situación en la que el uso de las armas aparta de la lucha política democrática a fuerzas imprescindibles para consolidar el poder civil. Con una amnistía efectiva y el respeto de los derechos humanos -aún violados por bandas paramilitares en ciertos casos-, lo lógico es dirimir los objetivos políticos en el terreno electoral, dando a las diversas fuerzas la posibilidad de presentarse a cara descubierta.

Nicaragua es el país al que todos miran para saber si Esquipulas 2 podrá cumplir su primera etapa decisiva en la fecha fijada del 7 de noviembre. Nadie puede negar de buena fe que los pasos del Gobierno sandinista han sido serios, sobre todo con la reaparición del periódico de oposición La Prensa, el permiso a Radio Católica de emitir de nuevo y el nombramiento del cardenal Obando como presidente de la Comisión de Reconciliación Nacional. La negativa de Managua a negociar con la contra -por considerar que es un instrúmento de EE UU- no contradice el acuerdo de Esquipulas 2, si bien crea dificultades evidentes para lograr un alto el fuego efectivo. Los sandinistas han decretado un alto el fuego unilateral en las zonas de mayor presencia de la contra y conflian en que las comisiones locales de reconciliación, con una fuerte presencia de religiosos, ayudarán a incorporar a la vida legal, sobre la base de la amnistía, a personas hoy ganadas por la contra. La dinámica de paz ha obtenido un apoyo esencial con el voto unánime de la Asamblea General de la ONU a favor del plan de Esquipulas 2. EE UU se halla en una situación contradictoria al aprobar con su voto ese plan, al que se enfrentan de hecho con su empeño de seguir ayudando a la contra. Pero esta ayuda sería, a partir del 7 de noviembre, una violación abierta del acuerdo de Esquipulas 2.

El presidente nicaragüense, Daniel Ortega, ha podido capitalizar ante la Asamblea de la ONU los pasos democratiz adores dados por su Gobierno. Su declaración de que el sandinismo abandonará el poder en 1990 si pierde las elecciones rompe el dogma leninista de que nunca se puede volver atrás de una revolución e implica aceptar criterios democráticos para saber si en 1990 el sandinismo cuenta de verdad con la mayoría de votos. En todo caso, el papel de los países democráticos es ayudar al pueblo nicaragüense a ser dueño de su destino en un régimen de libertad.

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