Tribuna:LA ESCENA PERUANA / Y 2

Los actores principales

En este segundo y último capítulo, su autor reflexiona sobre la etapa actual del Perú, con un presidente y un partido en el poder que lo alcanzaron tras 60 años de espera y represión. Las esperanzas que despertó el triunfo electoral del APRA se han visto empañadas por el baño de sangre que se produjo en el pasado mes de junio en tres penales limeños. Ejército y Sendero Luminoso parecen empeñados, más que nunca, en ocupar los papeles principales de la escena política peruana.

Se cumple un año De la llegada al poder del joven líder aprista Alan García. Al cabo de 60 años de dura espera, d...

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En este segundo y último capítulo, su autor reflexiona sobre la etapa actual del Perú, con un presidente y un partido en el poder que lo alcanzaron tras 60 años de espera y represión. Las esperanzas que despertó el triunfo electoral del APRA se han visto empañadas por el baño de sangre que se produjo en el pasado mes de junio en tres penales limeños. Ejército y Sendero Luminoso parecen empeñados, más que nunca, en ocupar los papeles principales de la escena política peruana.

Se cumple un año De la llegada al poder del joven líder aprista Alan García. Al cabo de 60 años de dura espera, debido al veto de las fuerzas armadas, muy bien logrado y alimentado por la vieja oligarquía, el APRA logró por fin imponerse como primer y único partido político nacional y, terminar con años de sacrificio, ilegalidad, catacumbas, retrocesos, pactos, y hasta tristes convivencias. La tarea por realizar es muy grande, imposible de cumplir en un solo mandato. Es enorme, por consiguiente, el esfuerzo que le espera a Alan García en los cuatro próximos años. Se trata de un verdadero desafío, y así parece haberlo comprendido el pueblo peruano cuando su apoyo a la gestión del presidente sigue superando el número de votos que le permitió un holgadísimo triunfo electoral.Sin embargo, el baño de sangre que se produjo el pasado mes de junio en tres penales de Lima, donde un centenar de senderistas fueron ultimados por las fuerzas del orden, después de haberse rendido y estando sin armas, y la rápida, violenta y sanguinaria respuesta de Sendero en diversos puntos de la geografía del país, me hacen recordar el pesimismo con que me hablara un conocido historiador peruano durante mi reciente visita a Lima. Me decía este investigador que a medida que las palabras y gestos de Alan García se alejaban de la realidad, Sendero Luminoso y el Ejército empezaban a convertirse en los principales actores de la escena peruana.

Descuidado el 'frente interno'

Por razones muy diversas a las de su predecesor, también Alan García ha descuidado notablemente el frente interno peruano. Su preocupación por alcanzar un liderazgo internacional entre los países del llamado Tercer Mundo podría resultar en un descuido tan importante de la grave situación nacional como aquel en que incurrió Belaúnde en su afán de seguir atrayendo el capital extranjero. De ser así, dos protagonismos muy distintos terminarían por producir los mismos efectos en un país al borde del colapso y de la guerra civil. Lo más curioso, sin embargo, es que la opinión internacional se haya escandalizado con los luctuosos sucesos de los penales limeños. Porque así como el toque de queda impuesto desde hace meses en Lima encuentra apoyo popular, una encuesta realizada días después de lo ocurrido en los penales demostró que el 715% de los limeños apoyaba abiertamente la actitud del Gobierno y de las fuerzas armadas, sólo un 14% lo desaprobaba y un 11% se ubicó en el grupo no sabe. ¿Significa esto que un alto porcentaje de peruanos apoyaría un toque de queda a escala nacional, pedido por algunos sectores políticos? Esto es en todo caso lo que menos desea el presidente. Pero pensando siempre en la imagen exterior el país.

La puntualidad con que los presos -en su mayoría políticos extremistas, aunque ello no impide que entre las víctimas en espera de juicio pudiera haber muchos inocentes- se amotinaron en tres lugares diferentes y alejados ha permitido que el Gobierno acuse a los senderistas de conjurarse en momentos en que en Lima se realizaba la reunión de la Internacional Socialista, cuyo éxito tanto interesaba a Alan García. La pregunta es la siguiente: ¿Debió ser Lima sede de ese congreso? ¿No podía esperarse que algo grave ocurriera en un país en el que ocurren cosas graves constantemente? ¿Importaba más un éxito personal e internacional? La pregunta es, como se ve, una, y dos, y tres preguntas, y pueden ser muchas más. Lo cierto es que en la verdadera escena peruana quedaron los dos actores a los que se refería el joven historiador: fuerzas armadas y Sendero Luminoso.

A mí no me asombra, por más que me apene y aterre, lo que ha ocurrido después. Al periodismo de actualidad le queda por ver, para luego informar, cuál será la capacidad de respuesta de la guerrilla senderista, cuál su futuro y recuperación. Por lo pronto, la inmediata respuesta comenzó al día siguiente y fue agravándose hasta que por primera vez las víctimas inocentes fueron unos turistas extranjeros en el Cuzco. Siempre habrá mucho que lamentar con Sendero Luminoso y siempre habrá mucho que hablar sobre derechos humanos cuando el Ejército responde con inusitada violencia. Hoy todos sabemos que Sendero Luminoso irá más lejos siempre que pueda y que el presidente García dará pasos atrás y adelante cada vez que pierda el control de las cosas y a medida que los roces con el Ejército, del que es comandante supremo, se vayan agravando. Por ese camino se pueden deteriorar muchísimo más las cosas, y algún día ya no se podrá usar a algunos cuantos policías como chivos expiatorios que curiosamente han cumplido órdenes del comando conjunto, que, lo saben todos los peruanos, ha cumplido órdenes de su jefe supremo. Y poco a poco irán descubriendo que al menos en este caso todo pudo resolverse con un operativo policial y que en el pabellón industrial del penal de Luringancho habría bastado con lanzar bombas lacrimógenas por las claraboyas. Y que entonces lo que se buscó fue aniquilar a los 150 senderistas -o no- que allí se encontraban, sobre todo ahora que Sendero Luminoso ha puesto en marcha sus terribles batallones de aniquilamiento y hasta ha empleado niños bomba.

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Pedir la ejemplaridad de la pena de muerte es anteponer la pasión y el interminable debate a la eficacia, que estaría en el rápido reconocimiento del origen de los problemas y de esos actores de la escena peruana a los que se refería el joven historiador. Algunos -sólo algunos- periodistas y comentaristas han especulado sobre Sendero Luminoso -qué no suele reivindicar sus acciones pero que sí ha hablado de sus fines, etcéteracreándose fama de senderólogos, pues han tratado de hallar lo más übvio, es decir, una racionalidad. El calificativo de Sendero Luminoso viene del vocabulario de José Carlos Mariátegui, fundador del pensamiento socialista en Perú y divulgador del marxismo americano. Los senderistas rechazan la denominación, que tildan de burguesa, odian el diálogo que no se dé por las armas, y su guerrilla ha sido calificada a menudo de polpotiana.

Miseria en los Andes

Su origen y explicación, dicen muchos, se encuentran en la situación de extrema miseria y abandono de extensas zonas andinas, el olvido total de parte de un Gobierno en crisis cuya rígida centralización es algo que el APRA no ha podido todavía remediar, optando entonces por las ya conocidas soluciones bélicas de extremada violencia indiscriminada. Todo esto, por supuesto, en medio de una crisis económica sin visos de solución ni siquiera a medio plazo. En este contexto ha nacido el Partido Comunista Peruano, como fracción de movimiento comunista internacional de inspiración maoísta. Ésta es una definición aportada por grupos de apoyo a Sendero Luminoso en diversos países de Europa, aunque de ahí a hablar de financiación extranjera hay tanta distancia como la que existe al presentarlo como un movimiento coherentemente andino, con su actual rama urbano-limeña: el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru.

Las atrocidades cometidas por los "dos actores de la escena peruana" han consistido a menudo en una cruel utilización de litigios campesinos que se pierden en la historia anterior al advenimiento de la República peruana. El que estos componentes de la nación peruana hayan sido objeto del mismo olvido por parte del Estado, hasta hoy, no quiere decir que presenten características comunes. Las comunidades indígenas son, en las regiones más alejadas de los centros urbanos, parias de los que la historia oficial de Perú sólo se acordó en su regunen tributario, en sus atroces despojos de tierrá, en las levas para el servicio militar y en guerras que para nada les concernían. A veces, la literatura indigenista ha sido la única que se ha ocupado de estos grupos humanos. En ese clásico de la novela social que es El mundo es ancho y ajeno vemos a los indios peruanos partir a la guerra "contra el general Chile". De aquellos feroces iquichanos que participaron en la cruelmente montada matanza de periodistas, en Ucchjuraccay, se había oído hablar por última vez en 1827, cuando "se levantaron en favor del absolutismo de Fernando VII, contra la recientemente independizada república peruana...".

Pueden odiarse por asuntos semejantes a los de las tribus africanas, porque según la altura en que viven son más o menos pobres, o porque unos son evangelistas y otros católicos. Pueden tener conexiones con el narcotráfico. Pueden no tenerlas. Sendero ha movilizado a algunas de estas comunidades; otras pueden haberse movilizado libremente. El Ejército ha recurrido al mismo procedimiento. Es el mínimo de estrategia que se le conoce desde que Belaúnde tuvo que autorizar su participación en la zona pauperizada de Ayacucho, donde simplemente estaban diezmando a la policía y apoderándose de un armamento a veces obsoleto, entre otras formas de autoabastecimiento.

La ferocidad de respuesta del Ejército peruano hace pensar que no es pequeño el número de oficiales que piensa que para matar a tres senderistas hay que matar a 100 personas, porque nadie sabe quién es senderista y quién no. Es el cálculo formulado por quien fuera ministro de Guerra durante el gobierno de Belaúnde. Otro general peruano opinaba hace algunos meses: "Estamos atados de manos. O estamos en guerra o no estamos en guerra. Y la guerra tiene sus reglas, y quien las conoce, vence. Y estas reglas no son sucias ni limpias. Son simplemente las reglas de la guerra". Creo que estas frases explican muy bien la crispación de los militares peruanos cuando se les acusa sólo a ellos de no respetar los derechos humanos. Lo grave, a juzgar por la encuesta sobre su actuación en los recientes episodios de los penales limeños, es que la mayoría de los peruanos empieza a pensar así. Habían seguido el motín y la matanza final, con todo lujo de detalles, en sus televisores y en la radio. Y la Prensa, en su mayoría, estaba de acuerdo en que el principio de autoridad tan vapuleado durante el gobierno anterior, se mantuvo incólume, aunque a precio muy alto, porque Sendero Luminoso ha abierto una profunda herida que será difícil cerrar por mucho tiempo.

La herida estaba abierta

Por mi parte, pienso que la herida estaba abierta ya y que hechos como éste podían haberse producido desde hace mucho tiempo en un país en el que las instituciones democráticas van perdiendo legitimidad desde que entró en crisis el Estado. Hace ya un buen tiempo que un presidente de la Corte Suprema de Justicia se cubrió de ridículo al pedir que tanto los militares como los presuntos senderistas acusados de violar la ley fueran juzgados por tribunales militares. Hoy son cada vez más los peruanos que piensan así. Y tanto los militares como los terroristas actúan a sabiendas de que nada podrán contra ellos los mal pagados y atemorizados jueces. Bajo esta misma impresión -cuando- no coacción- actúan también los narcotraficantes y demás delincuentes. "Parece mentira", afirmaba un conocido jurista peruano, pero a más de tres años de la puesta en vigencia de la ley antiterrorista sólo unos pocos han sido condenados por ese reiterado y casi cotidiano delito. Y no se conoce de ninguna instrucción por abuso de autoridad o tortura... Los tribunales a los que la Constitución otorga en exclusiva el atributo de ejercer jurisdicción están totalmente atados de manos. Los atestados policiales vienen plagados de vicios y con los visibles moratones y heridas de los interrogatorios, y la certeza de los jueces sobre la culpabilidad resulta tarnizada por una reflexión temerosa sobre las posibilidades de venganza de los terroristas". El artículo se titula Al revés del derecho.

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