Tribuna:

Desde una memoria feminista

Lo había asumido. Como su separación de Sartre, el fin de una relación de complicidad ontológica entre proyectos de existencia, por encima de los avatares del deseo, de las necesidades de autoafirmación en ciertos puntos críticos de los ciclos vitales. Sabía que "todos los hombres son mortales"; ella también, que lo que nos hace vivir, el proyecto apasionado de nuestra vida, es también lo que nos hace morir. Como decía su amigo Koestler, "morir es una cosa muy seria: no hay que hacer de ello un melodrama".Hay un modo de decir adiós con sabiduría, con sobriedad ceremonial. Hay un modo de desped...

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Lo había asumido. Como su separación de Sartre, el fin de una relación de complicidad ontológica entre proyectos de existencia, por encima de los avatares del deseo, de las necesidades de autoafirmación en ciertos puntos críticos de los ciclos vitales. Sabía que "todos los hombres son mortales"; ella también, que lo que nos hace vivir, el proyecto apasionado de nuestra vida, es también lo que nos hace morir. Como decía su amigo Koestler, "morir es una cosa muy seria: no hay que hacer de ello un melodrama".Hay un modo de decir adiós con sabiduría, con sobriedad ceremonial. Hay un modo de despedirse que es, él solo, una ceremonia. Las feministas y la comunidad de los filósofos deberíamos despedimos de Simone de Beauvoir como ella, maestra de ceremonias del adiós, hubiera querido ser despedida. Nunca como cuando nos despedimos experimentamos con tanta fuerza la necesidad de que se sepa quiénes somos en la forma, ya contundente, de ser lo que hemos sido. La despedida, ceremonia del adiós, es ceremonia de reconocimiento. Pero, ¡ay!, las ceremonias de reconocinúento son cosa de hombres, marcan un espacio simbólico que es el de los varones y sus juegos especulares de la confirmación del semejante por el semejante, el espacio del protagonisino social. Las mujeres somos novatas, torpes quizá, en ceremonias de reconocimiento. Pero quizá este ensayo mismo, con su novatada, sea el mejor homenaje que podamos hacerle a la autora de El segundo sexo.

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Reconocerla. Darle sus títulos. Identificarla. Delimitar el espacio de un ser humano del sexo femenino que siempre trató de ubicarse, de ser con y entre los demás, con una autoconciencia lúcida. Que mantuvo, entre los mandarines, una actitud distanciada e irónica ante toda megalomanía, ante toda, hybris. Nunca se creyó autora de un sistema filosófico propio, sino que se asumió como una epígona de Sartre. Y, sin embargo, en ella y por ella, a través de sus análisis de la condición humana en la vejez y de esa peculiar forma de inserción existencial que le ha tocado histó ricamente a los individuos del sexo femenino, el existencialismo se ha hecho carne. En El segundo sexo, las mujeres nos reconocemos en una elaboración reflexiva de nuestra experiencia que, aplicando e instrumental de la analítica existencial sartriana -y no es cuestión de discutir aquí la idoneidad o la inadecuación de este utillaje teórico para el problema que nos concierne-, logra un nivel de calidad teórica que nos hará volver a esta obra una y otra vez como el criminal al lugar del crimen. La teoría feminista, como autoconciencia de un movimiento social que ha modificado y sigue modificando aspectos esenciales de la cultura y de la vida humana, encuentra ahí uno de los momentos fundacionales. Y si la conciencia emergente que corresponde a un movimiento social de esta envergadura no puede por menos de configurar una memoria histórica -la herstory la llaman las norteamericanas-, si no alternativa a la history que se ha escrito siempre, al menos con capacidad para marcar sus propios énfasis y constituir como objetos de interés histórico todo aquello que es relevante para su interés emancipatorio, la obra de Simone ha de ser un hito de esta memoria. Y no es que para jalearnos vayamos a hacer ecos estruendosos magnificando las cajas de resonancia. Recortamos sólo un espacio y definimos una memoria.

Con la ausencia de Simone de Beauvoir, el movimiento feminista pierde una de sus figuras ejemplares más queridas, a la vez que uno de sus referentes teóricos clásicos más enjundiosos. Pero Simone de Beauvoir pensó el fenómeno histórico de la emancipación femenina. Y se trata de un fenómeno que afecta a la propia conciencia que de sí misma tiene, por fin, la especie humana, de estar compuesta del primero y del segundo sexo. Simone fue, pues, una filósofa. Pensó su tiempo en conceptos, como quería Hegel que hicieran los filósofos. Por eso, y no por ser una epígona -digna epígona que también fue, y así lo asumió- del existencialismo sartriano, la historia de la filosoria, y el feminismo teórico dentro de ella, deberán hacerle un lugar en su memoria.

Memoria feminista. Ceremonia del adiós, ceremonia de reconocimiento. Las conciencias dependientes quieren reconocerse, más allá de la muerte, en la lucha común que han emprendido para dejar de serlo. Por lo que te debe la nueva conciencia que tenemos de nosotras mismas y por lo que nuestra especie sabe de sí misma por tu obra, es decir, que la existencia humana como proyecto ético de un reino de los fines incluye al segundo sexo, y porque memoria es justicia, celebremos en la fidelidad a sus ideales emancipatorios nuestra ceremonia del adiós a Simone de Beauvoir. In memoriam.

Celia Amoros es catedrática de Filosofía de la Complutense de Madrid.

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