Las víctimas del terremoto, abandonadas por Pinochet

Cientos de temblores pequeños, réplicas del terremoto que el domingo sacudió el centro del país, han mantenido aterrórizados a los chilenos, mientras la lentitud del régimen militar en adoptar las medidas de emergencia y la desesperante insuficiencia de la ayuda estatal se han sumado a la catástrofe natural, aumentando sus dramáticos efectos."Queremos que alguien del Gobierno venga a ver cómo estamos. Nuestras casas y edificios se están cayendo solos y hemos tenido que improvisar unas carpas en este parque para escapar de los posibles derrumbes. No hemos recibído ninguna ayuda y ni siquiera no...

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Cientos de temblores pequeños, réplicas del terremoto que el domingo sacudió el centro del país, han mantenido aterrórizados a los chilenos, mientras la lentitud del régimen militar en adoptar las medidas de emergencia y la desesperante insuficiencia de la ayuda estatal se han sumado a la catástrofe natural, aumentando sus dramáticos efectos."Queremos que alguien del Gobierno venga a ver cómo estamos. Nuestras casas y edificios se están cayendo solos y hemos tenido que improvisar unas carpas en este parque para escapar de los posibles derrumbes. No hemos recibído ninguna ayuda y ni siquiera nos han venido a ver", clamaron decenas de fámilías que tres días después del terremoto permanecían abandonadas en el sector de Villa Portales, zona residencial de clase media en el área poniente de Santiago, a escasas 20 manzanas del palacio del Gobierno.

El abandono es peor en decenas de pueblos pequeños, cuyas estructuras, la mayor parte de adobe, se han venido abajo entre un 60% y un 90%. La falta de agua en los cerros de Valparaíso y San Antonio, los d.os principales puertos del país, está provocando ya las primeras enfermedades contagiosas, y las autoridades esperaban con impaciencia ayer las vacunas contra el tifus, ya que cualquier epidemia podría encontrar un campo propicio para diezmar al resto de la población.

Los hospitales, escuelas, iglesias y edificios públicos han sufrido igual suerte que la mayoría de las viviendas en Valparaíso y San Antonio. Por ello no pueden ser usados como albergues de emergencia, y los miles de damnificados que perdieron sus hogares ofrecen cada noche el penoso espectáculo de pernoctar al aire libre, cocinando en fogatas y tumbándose en colchones en las calles de Santiago, Ráncagua, Melivilla y los puertos citados.

Transcurrieron 48 horas desde la violenta destrucción antes de que el Gobierno militar del general Augusto Pinochet decidera declarar "zona de catástrofe" a las tres regiones más afectadas, donde viven seis de los 11,7 millones de habitantes del país. La "zona de catástrofe" permite al Gobierno destinar el 2% del presupuesto fiscal de 1985 para atender la emergencia. Pero las autoridades saben que aún el doble de eso sería insuficiente para iniciar la reconstrucción, que demandará, según las primeras estimaciones privadas, entre 200 y 300 millones de dólares (entre 37.000 y 56.000 millones de pesetas).

En medio del dolor de las familias que perdieron a sus parientes más cercanos y de la desesperación general por la ayuda que no llega, algunos comerciantes han iniciado una escalada especulativa, lucrándose con el pan, el agua y las velas, elementos vitales en las devastadas regiones cercanas al epicentro del terremoto.

Los niños buscan sus juguetes

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Más de 20.000 viviendas resultaron totalmente destruidas y otras 40.000 están seriamente dañadas, según los primeros informes oficiales. Un espectáculo común es ver a una familia deambulando cerca de lo que fue su vivienda, mientras los niños tratan de encontrar los restos de sus juguetes y los ancianos lloran calladamente sin esperanza."Llevamos cuatro días frente a nuestra vivienda sin que nadie nos haya venido a ver. Hemos estado viviendo de té y galletas. Dicen que están repartiendo ayuda, pero ¿dónde está la ayuda?", preguntó Fidelicia Mullato de Gómez, una joven madre de 24 años, cuya casa se derrumbó en la zona de Santiago Antiguo, un barrio que tuvo su esplendor aristocrático a comienzos de siglo y cuyas casonas ocupan ahora varias familias simultáneamente.

"No pudimos sacar ni los colchones. Estuvimos tres noches en el parque y ahora tratamos de conseguir una carpa, pero nadie parece ayudarnos. Necesitamos ayuda 'desesperadamente", se queja María Eliana Quevedo Villablanca.

La respuesta militar en Santiago, Valparaíso y San Antonio ha. sido decretar el toque de queda entre la media noche y las cinco de la mañana, para evitar el pillaje y elsaqueo de las casas a punto derrumbarse, según se ha informado oficialmente. Sin embargo, casi nadie lo respeta, por la sencilla razón de que la mayoría no tiene casas donde permanecer durante esas horas.

El general Augusto Pinochet que había partido a Punta Arenas, 2.000 kilómetros al sur de Santiago, un día antes del terremoto, volvió apresuradamente para visitar las zonas más afectadas, pero no odido ofrecer soluciones. su característico estilo, durante un recorrido por un barrio destruido en Santiago, instruyó a su ministro de la Vivienda: "Aquí las casas que se pueden habitar, se habitan las que se pueden reparar, se reparan, y las que hay que demoler, se demuelen". "Como usted ordene general", respondió el ministro.

Entretanto, la Iglesia y los medios de comunicación iniciaba una operación de solidaridad para distribuir ropa, alimentos, medicamentos y abrigo entre los miles de desamparados. Decenas de camiones repletos con la ayuda recolectada partieron a las zonas más afectadas, en una red paralela que apeló directamente a la conciencia de la población y que funcionó infinitamente mejor y con más rapidez que la red oficial.

El miércoles, tres días después del terremoto, el -Ejército creó uncuartel general de emergencia para coordinar labores de ayuda a las víctimas, pero muchos de los que llevan cuatro noches durmiendo al aire libre criticaron a los militares por no haber utilizado de inmediato sus enormes carpas de campaña, que habrían protegido a miles de personas.

El presidente del colegio médico, Juan Luis González, se quejó de que la policía de carabineros no haya abierto su moderno y casi desocupado hospital, mientras que otros médicos pedían que todos los hospitales de las Fuerzas Armadas -los únicos que han quedado en pie sin daños serios en su estructura- sean puestos al servicio de los cientos de heridos que se acumulan en los semiderruidos hospitales del Estado.

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