Tribuna:La muerte del autor de 'La destrucción o el amor'

La fuerza del ejemplo

La personalidad poética de Vicente Aleixandre es clave, decisiva, dentro de su grupo generacional; pero con estas líneas apresuradas yo quisiera subrayar la que me parece función esencial y extraordinaria de su magisterio: me refiero al papel que su persona y su obra desempeñaron en los años nada fáciles de la posguerra y en la formación de tres generaciones de poetas.Aleixandre quiso vivir, y vivió, como un fermento la suerte de nuestros escritores. Hasta bien entrados los 60, la poesía española se debatía -en sus defectos, no en sus virtudes- entre un neoclasicismo que nada aportaba y un pro...

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La personalidad poética de Vicente Aleixandre es clave, decisiva, dentro de su grupo generacional; pero con estas líneas apresuradas yo quisiera subrayar la que me parece función esencial y extraordinaria de su magisterio: me refiero al papel que su persona y su obra desempeñaron en los años nada fáciles de la posguerra y en la formación de tres generaciones de poetas.Aleixandre quiso vivir, y vivió, como un fermento la suerte de nuestros escritores. Hasta bien entrados los 60, la poesía española se debatía -en sus defectos, no en sus virtudes- entre un neoclasicismo que nada aportaba y un prosaísmo nada fértil. Aleixandre lo que hace es mantener presente y avivada la antorcha de su propia generación dispersa o silenciada, el fuego de una palabra, ora humanísima (Historia del corazón), ora exultante (Sombra del paraíso), ora indomable (En un vasto dominio).

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Su lenguaje, apasionado y vigoroso, no caía en la reiteración, en el cliché. Siempre se veía azuzado y encendido con las nuevas palabras de cada nuevo libro. Hasta cuando la reflexión sustituye a la pasión, en Poemas de la consumación y en Los diálogos del conocimiento, su palabra es siempre tensa y original. Más allá de los libros que no deseábamos leer, o que no podíamos leer, siempre estaba esa presencia increíble, casi milagrosa, de los libros de Aleixandre.

Esto en cuanto se refiere a su obra. Pero también sabemos todo lo que su persona supuso en esos años nada fáciles. Para el que supiera apreciar el equilibrio en la amistad, Aleixandre siempre fue generoso en consejos, consejos que en modo alguno coaccionaban la personalidad del que escuchaba. Aleixandre aconsejaba con flexibilidad, y luego cada uno buscaba sus propios caminos, su propia batalla con la vida, con el mundo literario, con la escritura. Aconsejaba y escuchaba mucho. Y en esto sí que cabe considerar a Aleixandre como a un español atípico.

Este magisterio de su obra y de su persona fue reconocido, y él tuvo el don de verlo. Pero, con todo su peso, el Nobel no dejaba de ser un reconocimiento formal. Lo importante, lo fructífero fue esa admiración de tres generaciones de poetas que vinieron detrás de él. Ese, creo yo, es el mejor premio que un autor puede recibir. Nada más diré, en esta hora triste para toda la poesía española, de Aleixandre. Casi todo está ya dicho a nivel crítico y teórico. Para el que no la conozca ahí está todavía la posibilidad de leer su obra, de descubrir que Pasión de la tierra es una de las cimas de la vanguardia literaria de nuestro siglo o que La destrucción o el amor es un libro de una incomparable originalidad.

Pero callemos para que cada cual aprecie la obra ejemplar en lo que ésta vale y en lo que ésta merece el tiempo. Hoy creo que el recuerdo quiere, aunque no puede, borrar el dolor.

En estos días va a hacer 20 años que, en un otoño quemado en sus hojas, un joven ascendía desde la Ciudad Universitaria, calle del Bosque arriba, para llamar a la puerta de Vicente Aleixandre.

Era sólo un estudiante que nada esperaba. Pero cuando la puerta del poeta se abrió brillaron unos ojos cordiales y se tendió una mano con naturalidad. A lo largo de los años, más allá de la muerte, brilló y se mantuvo el ejemplo de aquel gesto primero.

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