Tribuna:

La voz

Durante dos décadas, desde el final de la guerra civil hasta el umbral de aquella brutal convulsión que fue para la sociedad española el desmantelamiento gradual del franquismo originario y el comienzo de los planes de desarrollo, un chileno llamado Roberto Bobby Deglané Portocarrero fue para los españoles la Radio, con mayúsculas, la voz por excelencia, y, en cierta manera, la voz premonitoria. Me explicaré.Surgió aquella voz, teñida con raras suavidades del castellano de América, del relato de grandes broncas. Era la voz de un narrador de acontecimientos deportivos y, en concreto, de ...

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Durante dos décadas, desde el final de la guerra civil hasta el umbral de aquella brutal convulsión que fue para la sociedad española el desmantelamiento gradual del franquismo originario y el comienzo de los planes de desarrollo, un chileno llamado Roberto Bobby Deglané Portocarrero fue para los españoles la Radio, con mayúsculas, la voz por excelencia, y, en cierta manera, la voz premonitoria. Me explicaré.Surgió aquella voz, teñida con raras suavidades del castellano de América, del relato de grandes broncas. Era la voz de un narrador de acontecimientos deportivos y, en concreto, de combates de boxeo en el Luna Park bonaerense y del catch en sus modalidades más brutales, espectaculares y teatrales.

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Era una voz preciosista y gesticulante, experta en tracas de calculada arritmia, en aceleraciones transparentes y en grandes pausas espectantes, especialmente apta para conectar la conciencia de sus oyentes, sumergidos en un tiempo sin transcurso, sin calidades y sin matices, con una idea de esfuerzo exultante, de optimismo casi deportivo ante la vida. Era, por lo tanto, la voz precisa y exacta que pide a gritos toda posguerra, toda comunidad hundida.

Bobby Deglané penetró con las avanzadas del ejército franquista que intervinieron en la toma de Madrid. Había llegado a España seis años antes, a narrar lucha libre para los micrófonos republicanos de Radio Barcelona, y no había logrado descollar hasta la altura de su ambición. No era su tiempo. Luego, cuando, pistola en mano y uniformme falangista, penetró en las calles madrileñas del barrio de Argüelles una día de la primavera de 1939, enfiló directamente, a través de la calle de la Princesa y la Gran Via, la puerta de Radio Madrid. Se sentó ante un micrófono y, desde entonces, su voz fue parte, y parte viva y optimista, del pesimismo español.

Dos décadas después, la sociedad española comenzó a girar alrededor de otros ejes. La disolución del franquismo fue una larga, tediosa, casi imperceptible y tortuosa mutación, que poco a poco fue enterrando en vida a nuestros mitos cotidianos, entre ellos al gran Bobby Deglané.

La televisión desplazó poco a poco a la radio como interlocutor del profundo silencio interior de las casas, y la voz optimista de Deglané se fue apagando. Su rostro, sus gestos, sus ecos, sus cataratas verbales e incluso sus inteligentes silencios, no soportaron la prueba de su imagen, y el mito dejó de ser viviente para hacerse poblador y pasto de la epidemia de nostalgia que invadió a toda España, y que aun perdura.

Hizo Deglané escuela y aun hoy, en otras voces de una nueva concepción de la radio en la que el maestro no tenía cabida, resuena con sutil persistencia. Sobrevive imperceptiblemente Bobby Deglané y sobrevivirá, incluso en la voz de algunos de sus antípodas profesionales. Pereció con una época, pero, como el aire de esa época, aun se respira en los pulmones de otros, su voz vibra en las vibraciones de otras voces.

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