Crítica:CANCIÓN

'Sudaca': tristezas y miel de exilio

Hay dos posibles imágenes culturales de Suramérica. Una se encama en élite culta, europeizante, creadora de obras generalmente espléndidas, pero como alejadas de la realidad geográfica del continente. Es lo que en Argentina se llamó Escuela de Florida. La otra es la América luchadora, comprometida, revolucionaria. La Sudamérica de puño alzado y de las causas heroicas y sociales, bien pegada a la tierra. Una es Borges -por ejemplo-, mientras la otra fue el Che o fue Neruda. El espectáculo que vimos anteanoche en el Teatro Salamanca de Madrid, Sudaca, es un notable intento, ...

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Hay dos posibles imágenes culturales de Suramérica. Una se encama en élite culta, europeizante, creadora de obras generalmente espléndidas, pero como alejadas de la realidad geográfica del continente. Es lo que en Argentina se llamó Escuela de Florida. La otra es la América luchadora, comprometida, revolucionaria. La Sudamérica de puño alzado y de las causas heroicas y sociales, bien pegada a la tierra. Una es Borges -por ejemplo-, mientras la otra fue el Che o fue Neruda. El espectáculo que vimos anteanoche en el Teatro Salamanca de Madrid, Sudaca, es un notable intento, desde esa segunda América (la que frente a Florida se llamó Boedo, por un barrio popular de Buenos Aires), de acercarse, si no de alcanzar, la otra primera. Intento, obviamente desde un lado, por llegar a una imagen más total del canto y de la experiencia sudamericanos.Sudaca (reivindicando este término argótico y levemente despectivo) es una elucidación de la América hispana. Una búsqueda poético-musical de las raíces, y el recuento de la experiencia del exilio en España, tras la calamidad de las dictaduras. Un exilio naturalmente teflido de añoranza y de melancolía, pero también de amor hacia una tierra -ésta- con la que ellos necesariamente han de sentirse íntimos y hermanados.

Sudaca

Textos de Manuel Picón, música de Alberto Gambino, arreglos musicales de Alberto Gambino. Ambientación visual de Pedro Pont Vergés y Abel Rasskin.Teatro Salamanca. Madrid. 6 de junio de 1993.

La primera parte del espectáculo -integrado por músicos y cantantes, Olga Manzano, Manuel Picón, Claudina y Alberto Gambino y Rafael Amor, entre otros- es un recorrido por el mundo latinoamericano, en diversas voces y estilos. Desde el inaugural poema de Pablo Neruda, La tierra, pasando por aires de milonga, guajiras cubanas, cóndores y niacumbas caribeñas que hablan de Afroditas de ébano, hasta canciones de Mario Benedetti (Decir que no) o una sátira paródica del American way of life, quizá el texto más combatido del recital: conviven negros y blancos, entre amburguesas, crímenes y drogas. Confieso que Reagan no me cae nada bien, pero la frase es (cuando menos) demagógica. Vino después un poema musicado de García Lorca, Son de negros en Cuba, búsqueda o contacto con la raíz o la rama española, y de ahí se pasó a la segunda parte.

Es la propiamente Sudaca. Un espectáculo audiovisual, con diapositivas, músicas y canciones perfectamente ensambladas. Recitativos que inquieren en la esencia de lo latinoamericano, en la vida del exilio (especialmente en su vertiente española y aun madrileña) y en el recuerdo del país dejado, y de la lucha que continúa, con evidente solidaridad para con el heroico combate de las madres de mayo. Un verso define este segundo tiempo: No soy mucho ni soy poco soy latinoamericano. El espectáculo -con algo de experimental- está pensado y bien hecho. Creo que no logra del todo superar la estética del compromiso (siempre un tanto evidente), pero lo intenta. Mi amigo Leopoldo Alas decía: "Esto le encantaría a Julio Cortazar". Y es cierto. Quizá porque uno desea (como español) que la América culta y la América insurgente se den, definitivamente, la mano. Borges y Neruda, Paz y Guillén, el cubano.

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