Tribuna:

Treinta años en la historia de la literatura española

El Planeta de novela nació en 1952. Cercana aún la exaltación católica del Congreso Eucarístico, apenas se había suprimido el racionamiento y rayaba el tiempo en que la sociedad española esperaba a Mr. Marshall. Era entonces cuando el arte, que críticamente aceptaba la historia, buscaba ser testigo de la vida cotidiana, esa vida entristecida, agobiadamente cargada de olor a muerte y a cebolla. Era también el momento en el que José Manuel Lara ofrecía, por primera vez, un premio a la creación literaria caracterizado por ser uno de los mejor dotados de la historia de España. Como tal premio, pre...

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El Planeta de novela nació en 1952. Cercana aún la exaltación católica del Congreso Eucarístico, apenas se había suprimido el racionamiento y rayaba el tiempo en que la sociedad española esperaba a Mr. Marshall. Era entonces cuando el arte, que críticamente aceptaba la historia, buscaba ser testigo de la vida cotidiana, esa vida entristecida, agobiadamente cargada de olor a muerte y a cebolla. Era también el momento en el que José Manuel Lara ofrecía, por primera vez, un premio a la creación literaria caracterizado por ser uno de los mejor dotados de la historia de España. Como tal premio, presto a convertirse en mero mecanismo comercial cuya necesaria rentabilidad es ya un vicio originario, nacía dirigido a los mejores, apreciación como mínimo inconcreta que incluso explica los sonados enfrentamientos entre los mismos miembros del jurado; pero no ha sido nunca llamado a la renovación estética ni en él pueden imaginarse posibles indicios de una, alternativa cultural. Fue y es invitación mercantilista que estimula planteamientos ególatras, que promete una ostentosa difusión publicitaria y una suma nada desdeñable que acaso permita dejar ese metro diario de empujones y rostros hirientes, pagar un plazo importante del chalet que haga posible la creación pura o cubrir los gastos del crucero que, dicen, tanto enseña qué es la vida. En cualquier caso, un señuelo económico que si puede entenderse como opción individual no es nunca propuesta para un arte en libertad. En el mejor de los resultados la soledad y una falseada conciencia de la relación autor público, convertidos, por gracia de la cultura de masas, éste en mero receptor y aquél en objeto de publicidad que ve reducida su obra a una etiqueta -sexo, consumismo, -violencia, aventuras- que lo equipara al detergente, la lavadora o el donut.

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Recordemos que la fecha de fundación del premio Planeta coincide con una década y una época, rica en literatura trashumada, que, a vueltas con la censura, se conoce a hurtadillas -y sirvan de ejemplo las novelas de¡ neorrealismo italiano, textos como Los mandarines de Simone de Beauvoir, el beckettiano Esperando a Godot, las obras de lonesco, y con La modificación de Michel Buttor, las tesis del nouveau roman-. Tiempo de desacuerdos. Se premiaba En la noche no hay caminos, de Juan José Mira (1952), el mismo año que Cela proponía el "objetivismo a ultranza" porque, pensaba entonces, "han dejado de ser un problema novelesco por dilucidar las esposas casquivanas, sentimentales y soñadoras, pero sigue vigente el hambre, la mala fe, y la desazón del siervo de cien amos". Y es que esa opción comercial no podía acoger las inquietudes de los nuevos creadores, enfrentados a la dinámica misma del concurso y a sus connotaciones. Castellet, en 1955, veía en La colmena la única alternativa literaria; en 1957, Juan Goytisolo celebraba la aparición del texto celiano, de El Jarama de Sánchez Ferlosio y Los bravos de Fernández Santos, precisamente "porque proponen una visión de la realidad abandonándose al cuidado de tomar -o no tomar- partido frente a ella". El mes de junio de 1952 publicaba una encuesta en la que Caballero Bonald, Antonio Ferres, García Hortelano, Juan Marsé (que no hablaba entonces de La muchacha de las bragas de oro), López Salinas -con presupuestos compartidos, pese a todos los necesarios matices, por Sánchez Ferlosio, Martín Gayte, Alfonso Grosso, Juan y Luis Goytisolocoincidían en proclamar el acercamiento a la realidad como medio de creación estética, de conocimiento y, en algunos casos, de transformación del rnundo. Pero el Planeta sólo aumentaba en cuantía y aspirantes. Al tiempo que en París o Formentor los jóvenes novelistas se arriesgaban en la búsqueda de una nueva expresión -con mejor o peor acierto-, el editor Lara, con innegable claridad, hablaba de los objetivos de su Premio: "De lo que se trata ( ... ) es no de buscar valores nuevos puesto que éstos surgen por sí solos, sino de conseguir nuevos lectores. Personas que nunca han leído, aunque no sea más que por mera curiosidad, leen las novela premiadas. Muchos no vuelven a leer, pero a otros les entra el virus. He aquí como se cosiguen lectores". Nada ha variado en las décadas siguientes. Autores de muy diversa formación estética (Emilio Romero, Angel María de Lera, Xavier Benguerel, Jorge Semprún o Vázquez Montalbán); obras poco o nada significativas en la evolución de los más nombrados (como las mediocres de Ana María Matute, Ramón J. Sender o Juan Marsé); y temas a veces reducidos a su mero oportunismo de las hasta hoy 30 novelas premiadas no hay ninguna que marque un camino literario nuevo aunque la editorial Plane ta sí marque un hito en la difusión y tirada de cada una de ellas. En 1969 desapareció por problemas económicos -y no intentó fáciles maniqueísmos- el Biblioteca Breve, que contaba entre los ganadores con García Hortelano, Caballero Bonald, Vargas Llosa, Cabrera Infante y Juan Benet, y que partía de criterios literarios. El que patrocina el Lara no corre ese riesgo. Pero lo cierto es que el vinís del que ha bló no se ha alimentado, por des gracia, ni con Tiempo de silencio, Señas de identidad, Cien años de soledad o Paradiso. Se trata de un virus tan inmune a las discusiones sobre el realismo, realismo mágico, experimentación o imaginación creadora como adicto a motivos de falsa actualidad llámense seudo-noveIa histórica, manido anticomunismo, afrodisíacos cócteles con truco o impotencia senil. El problema de la difusión literaria no está en el que el Planeta tenga una tirada millonaria sino en la falta de una verdadera política cultural, en la ausencia de alternativas creadoras, en ese tan poco neutro desamor al arte. Mientras no exista la necesaria dignificación, en tanto el público sea una masa pendiente de la etiqueta que abraza al libro y el escritor tenga pocas opciones más que la de engrosar año tras año -alimentando sueños imposibles- esa sórdida lista de espera, justo será recordar aquel irónico verso de Cervantes cuando, en su Viaje del Parnaso exclamaba: "cuerpo de Dios, con tanta, poetambre!". Sigue la poetambre y el mundo de la novela es, también hoy, que fallado el premio Planeta, el de la novelambre.

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