Julio Cortázar explica su encuentro con la literatura de la solidaridad

El escritor argentino publica en España su último libro

Julio Cortázar, cuyo último libro de cuentos, Queremos tanto a Glenda, acaba de ser editado en España por Alfaguara, recibe estos días, en el hotel nórdico en que reside en Madrid, un promedio de dos llamadas cada cinco minutos. Su conversación, que es naturalmente fluida rica cordial y exacta, se convierte así en sincopada, lo que no le resta lógica y claridad. Son riesgos de la fama, le decimos cuando regresa, alto y barbudo, como un niño de 66 años que fuera alto y barbudo, de una de esas múltiples llamadas que él despacha con amabilidad, pero sin convencimiento.

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Julio Cortázar, cuyo último libro de cuentos, Queremos tanto a Glenda, acaba de ser editado en España por Alfaguara, recibe estos días, en el hotel nórdico en que reside en Madrid, un promedio de dos llamadas cada cinco minutos. Su conversación, que es naturalmente fluida rica cordial y exacta, se convierte así en sincopada, lo que no le resta lógica y claridad. Son riesgos de la fama, le decimos cuando regresa, alto y barbudo, como un niño de 66 años que fuera alto y barbudo, de una de esas múltiples llamadas que él despacha con amabilidad, pero sin convencimiento.

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« La fama no la busqué yo; vino por su cuenta. Lo lamento mucho, pero cuando se trata de luchar por las libertades por las que luchamos, usted sabe que esta fama viene muy bien. Si no fuera por mi fama, yo no estaría aquí, y no podría decir las cosas que pienso sobre las dictaduras latinoamericanas».Julio Cortázar, autor de obras tan importantes en la literatura contemporánea como Rayuela y Los premios, y de esa rayuelita que se tituló El perseguidor, usa dos lenguajes diferentes, que él deslinda con facilidad. «La literatura», dice, «contiene todas las posibilidades y todas las virtualidades de la imaginación y del lenguaje como arte combinatoria de esa imaginación. Es decir, cuando se habla de política se tiene la obligación esencial de trabajar dentro de un esquema racional. Y la imaginación y la razón no se quieren mucho».

Magdalena proustiana

Los mecanismos de ambos lenguajes, explica Cortázar, «s*e desconectan solos. Pienso que en el fondo es una cuestión puramente funcional. Cuando alguien me pide mi opinión sobre los derechos humanos en Bolivia, pongo por caso, por un lado acudo a la información mental y por otro lado recurro a todos los principios ideológicos que hay que aplicar frente a esa situación. En cambio, si usted luego me pregunta sobre Marcel Proust, pues yo me convierto un poco en Proust, me imagino tomando té con magdalenas, y finalmente respondo de otra manera».

Julio Cortázar está en Madrid, en parte, para participar en ^un acto multitudinario en favor de las víctimas de la dictadura militar de su país, Argentina. Su actividad política es incesante y su preocupación por la situación que vive Latinoamérica es latente. Cuando llegamos a su hotel y le proponemos hablar de literatura, exclama: « i Por fin! ». Luego su deseo se trunca intermitentemente, porque la suya es ya una conducta en la que el compromiso político es sustancial.

¿Cómo se defiende la literatura de Cortázar de las exigencias de ese compromiso político? «Mi literatura se defiende atacando. Hace ya muchos años que en lo qye yo escribo no rehúyo eso que se llama el compromiso político; lo que no acepto es someter mi literatura exclusivamente al compromiso político, porque yo creo que esa es una visión no sólo falsa, sino peligrosa, en la medida en que un escritor de ficciones para quien la imaginación es lo esencial renuncia a ese aspecto para dedicarse a darle un trata miento literario únicamente a lo político y a lo social. En eso hay dos perdedores: la literatura y la política».

«O sea», prosigue Cortázar, «que cuando a mi una situación de la realidad actual, sobre todo latinoamericana, me inspira un tema literario, lo hago con la misma autenticidad con que puedo tratar un tema inventado, pero desde luego nunca he creído en eso que se llama realismo socialista, porque creo que da mala política y mala literatura».

Años bohemios

La aparición del compromiso político en la literatura de Cortázar se puede precisar en el tiempo. «Las cronologías», explica él, «son siempre aproximativas. Retrospectivamente yo me doy cuenta del cambio que se produjo en la realidad exterior y puedo darme cuenta de que tanto Los premios como Rayuela tenían un contacto muy estrecho con una realidad inmediata; incluso lo imaginario estaba centrado en una realidad que había a mi alrededor: los viajes en barco, en el caso de Los premios; mis años bohemios de hace treinta años en París, en el caso de Rayuela... Lo que había a mi alrededor era la pequeña clase media, la burguesía argentina o la bohemia de Paris, pero yo no usaba conscientemente esa realidad para mi ficción. Cuando, cronglógicamente, me di cuenta de que la realidad se proyectaba más allá del centro de mi propia vida fue en Cuba, en 1961; entonces noté, de golpe, que nunca había tenido la vivencia de lo latinoamericano como encrucijada».

«A partir de ese tiempo», añade Cortázar, «se empezó a reflejar en mi, vida ese compromiso con el continente y me sentí feliz de ser argentino, pero más aún de ser latinoamericano. En esa época escribí el primer texto en el que se nota un compromiso de tipo ideológico o social. Fue el relato Reunión. Era el primer texto en el que el contorno inmediato de mi trabajo explota, estalla y busca una dimensión diferente. Y desde entonces continué y continuo dando cada vez más importancia a mi compromiso con el socialismo latinoamericano ».

Julio Cortázar da mucha importancia a esa evolución porque cree que «en un principio yo era excesivamente individualista. Pero tuve la suerte de que una experiencia personal me proyectara fuera de un mundo que era de nostalgia, porque si usted piensa en la meditación central que hace Oliveira en Rayuela, se da cuenta de que esa nostalgia era del futuro, de la edad de oro, del encuentro con la felicidad y la plena armonía... Ese deseo de felicidad existía en estado latente, pero llegué a comprenderlo por un camino doble y simultáneo: por un lado estaba la búsqueda filosófica e individual, y, por otro, el convencimiento de que esa felicidad no podría lograrse en lo individual, sino teniendo en cuenta el destino del hombre como integrante de un pueblo».

Como Oliveira, Cortázar, que «en un principio era excesivamente individualista », tuvo en un tiempo « la ansiedad, la esperanza de atravesar las paredes por un lado que no fuera la puerta»; esa obsesión se inició en El perseguidor y prosiguió en Rayuela. «Cuando terminé El perseguidor empecé a escribir esa novela, en la que se plantea la búsqueda de la verdad y de la armonía desde un plano muy metafísico, muy individual; inconscientemente estaba, sin embargo, yendo al encuentro de mis propios semejantes, de sus pueblos y sus destinos».

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