Reportaje:COYUNTURA ECONÓMICA

La comprometida situación de una economía debatida

El temido año 1980 está transcurriendo en el ambiente económico esperado. Las cifras disponibles revelan pocas novedades. El ejercicio económico se configura, según se temía -y se había pronosticado-, bajo el doble signo de la atonía de la producción y el crecimiento del paro, y con el temor creciente que suscitan los desequilibrios que acusa la marcha del proceso económico: el de los precios, el del sector exterior, el del sector público. En esos dos campos, íntimamente relacionados -producción y empleo, desequilibrios económicos-, se decide la suerte desigual de cada país. Aumentar la produc...

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El temido año 1980 está transcurriendo en el ambiente económico esperado. Las cifras disponibles revelan pocas novedades. El ejercicio económico se configura, según se temía -y se había pronosticado-, bajo el doble signo de la atonía de la producción y el crecimiento del paro, y con el temor creciente que suscitan los desequilibrios que acusa la marcha del proceso económico: el de los precios, el del sector exterior, el del sector público. En esos dos campos, íntimamente relacionados -producción y empleo, desequilibrios económicos-, se decide la suerte desigual de cada país. Aumentar la producción y crear empleos es una pretensión imposible sin reducir los desequilibrios. No crecen y emplean más los países que más lo necesitan ni los que más lo desean, sino quienes se ganan, con su conducta y sus esfuerzos, las posibilidades de hacerlo. La OCDE acaba de recordar a todos sus países miembros que el relanzamiento de las distintas economías depende del dominio de sus desequilibrios económicos. Como muestra concluyentemente la experiencia disponible desde el comienzo de la crisis energética, cualquier apoyo prematuro a la demanda antes de que los equilibrios fundamentales se restablezcan llevará rápidamente a acelerar la inflación y a hacer inevitable la apertura de un período de costosas restricciones estabilizadoras.Las cifras de producción

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¿Qué muestran las cifras disponibles de 1980 sobre el crecimiento de nuestra producción? Hay que decir, ante todo, que hablan desigualmente. Para la agricultura, con cierto optimismo y esperanza; para la industria y los servicios, con el pesimismo del estancamiento.

El año 1980 camina bajo la tónica de una climatología oportuna y favorable, hacia su conversión en un buen año agrícola, si por tal se entiende un año de buenas cosechas. Optima será la producción de cereales y leguminosas: sembrada una superficie similar a la de 1979, se esperan en este ejercicio rendimientos muy superiores. Peor tónica registran los resultados en frutas, cuya escasez se ha manifestado ya en el crecimiento del índíce de precios pagados a los agricultores de marzo, y que se está acusando, con especial resonancia, en el momento presente en los mercados de consumo final. La ganadería-en clara expansión- manifiesta sus crecimientos productivos en el exceso del ganado para abasto, que se asimila mal por los mercados. Desde el punto de vista agrario, pues, el año 1980 se va componiendo, a la altura de los meses transcurridos y producciones registradas disponibles, como un buen año. Adelantar desde hoy un crecimiento en la producción final agraria para el año 1980 sería un pronóstico arriesgado, puesto que, hoy por hoy, son muchas las incógnitas que quedan por despejar. Sin embargo, los datos existentes permiten asumir el riesgo del pronóstico optimista, que consiste en afirmar que, salvo la aparición de hechos catastróficos no previsibles, ese crecimiento positivo se producirá.

Contar con un buen año agrícola no es poco en tiempo de crisis económica. Es cierto que España no es ya hoy, como lo fue en otro tiempo, un país «fundamentaLmente agrario». La agricultura no va más allá del 9% en su aportación al producto interior bruto. Sin embargo, una buena cosecha sigue siendo para la sociedad española una buena noticia, por cuanto significa, de una parte, un alivio importante para frenar el crecimiento de la inflación, objetivo prioritario de los tiempos que corremos, y, de otra parte, puede ser también una ayuda no despreciable para la balanza de pagos, que vuelve a aparecer en el ejercicio actual, según luego se verá, con el carácter deficitario y problemático que ha tenido casi permanentemente a lo largo de la historia contemporánea española.

Con todo, las cartas pintan peor para la industria y para los servicíos. Comprobar esta afirmación no es, como bien saben quienes conocen los datos disponibles, tarea sencilla. Disponemos para ello de dos fuentes de información diferentes: lo que los empresarios nos dicen a través de la encuesta de coyuntura industrial, que realiza el Ministerio de Industria y Energía, y las variaciones en la demanda de electricidad, que constituye uno de los indicadores más expresivos y más rápidamente divulgados para conocer el crecimiento de la producción industrial.

Tal y como lo presentan los datos de la encuesta de coyuntura industrial del mes de abril, el año 1980 aparece bajo la característica dominante del estancamiento. Las cifras previstas de producción, la cartera de pedidos de los distintos sectores industriales, aparecen estancadas y decaídas respecto del pasado, y las expectativas, tanto de producción como de pedidos del mercado, empeoran en abril respecto de los datos de meses anteriores. El decaimiento de la producción industrial tiene particular incidencia en la industria productora de bienes de consumo (el sector que mejor se había comportado en el pasado inmediato). En especial, los grupos de industrias textiles, cuero y calzado, automóviles y electrodomésticos manifiestan retrocesos claros en sus tendencias de producción.

Si las cosas se contemplan desde la demanda de electricidad, la marcha de la producción industrial presenta la misma imagen. El crecimiento mensual de la demanda de electricidad se sitúa por debajo del 3% en sus últimas cifras (2,5% para abril, 3 % para mayo), tasas de crecimiento que, si se atiende a la experiencia disponible, se corresponden con un crecimiento nulo de la producción industrial.

Los resultados son también malos en la industria de la construcción. El pesimismo de los empresarios del sector -que se venía acusando en las encuestas de meses anteriores- no se correspondía, sin embargo, con las cifras de consumo aparente de cemento, que habían registrado tasas positivas en los meses de diciembre de, 1979 y enero y febrero de 1980. Cabía, por tanto, mantener la esperanza que estos datos contradictorios se resolviesen positivamente al final. Sin embargo, la cifra de consumo aparente de cemento del mes de marzo ha ratificado la mala situación del sector, ya que el índice ha caído en -8,9%, restableciéndose así un comportamiento homogéneo y negativo entre los dos índices. Si se atiende al índice en el consumo aparente de cemento, se comprueba que, a la altura del mes de marzo, su crecimiento anual se sitúa en 5,2%, mientras que su tasá de crecimiento era del 5,7% en diciembre de 1979, cifras que prueban el práctico estancamiento de este consumo y que parecen testimoniar la no recuperación del sector de la construcción, al que se dirige su oferta.

¿No sería posible conseguir un acuerdo social para la construcción de viviendas que mejorase las perspectivas del sector y, sobre todo, que alterase las terribles cifras de paro actuales? Es ésta una pregunta que debería responderse positivamente cuanto antes por empresarios, trabajadores.y Gobierno.

El sector servicios está siendo muy afectado por esta segunda crisis económica del petróleo que estamos padeciendo. La caída del turismo constituye la novedad más negativa (¡ -13,9% en abril!). Caen también el tráfico aéreo total (-15,3% en abril) y el interior (-11,7%), y descensos semejantes afectan al resto de los transportes interiores, como lo proclaman los valores negativos del consumo de gasóleos (-13,5% en marzo, -3,4% en abril). El resto del sector servicios revela comportamientos diferentes: en expansión los servicios públicos, aunque ésta sea insuficiente para compensar la menor actividad del resto de los servicios; por otra parte, las ventas comerciales registran un retroceso, en especial en bienes de uso duradero, como consecuencia de la caída en la demanda de consumo.

Las graves cifras de paro

No puede extrañar que esos registros negativos de la producción se correspondan con las crecientes y muy graves cifras de paro.

Atendiendo a las estadísticas de paro registrado, se comprueba que éste aumentó en un 25,5 % en marzo de 1980 respecto a marzo de 1979. Un aumento que se distribuye con gran desigualdad: las mayores elevaciones se las adjudica el paro joven que prácticamente casi duplican sus tasas de crecimiento al paro total: 40,3% aumentan las cifras del mes de marzo de 1980 respecto de 1979. Siguen a este paro dos sectores: servicios (31,5% de aumento) y agricultura (31,7%), valor más difícil de interpretar, y que probablemente pueda explicarse por el mayor registro de la población agraria en las oficinas de empleo. La industria (con el 19,5 %) y la construcción (con el 16,3%) presentan aumentos importantes del paro, situados, sin embargo, por bajo del aumento medio.

La gravedad de estos datos ha sido acentuada por la encuesta de población activa correspondiente al primer trimestre de este año, recientemente divulgada.

La persistente debilidad productiva y el crecimiento del paro son el doble testimonio de la gravedad de la crisis que estamos viviendo. La continuidad de estos resultados enciende con frecuencia el ánimo de muchos ciudadanos, que buscan «culpables» de tan lamentables hechos, tratando de descargar sobre un grupo social, sobre un medio económico o político, y con mayor insistencia sobre el Gobierno, la responsabilidad de esa costosa y crítica situación económica. No son pocos los políticos -de uno y otro signo- que tratan de ganar poder partiendo de esa preocupante situación, para la que ofrecen programas de relanzamiento económico que garanticen desde un mayor gasto nacional la solución a los gravísimos problemas económicos y sociales que plantea un mediocre desarrollo y un paro masivo. El principal riesgo de esta dolorosa y crítica situación por la que hoy atravesamos reside en creer que esos programas de relanzamiento del gasto público o privado sin más son verdaderas soluciones sólo diferidas por la in competencia o la pereza del Gobierno. Por desgracia, las cosas son mucho más complicadas.

Cualquier planteamiento económico realista tiene que partir del hecho de que vivimos el año séptimo de la crisis y el mundo occidental está atravesando los duros meses de asimilar el segundo gran Shock del petróleo, que tan negativos efectos produce sobre el crecimiento y el empleo de una parte y sobre los desequilibrios de la economía de otra. Relanzar el gasto nacional sin atender a esta situación sería una actitud irresponsable. Por ello, la gran pregunta de la coyuntura económica -en España y en todos los países- es: ¿autorizan los deseqvulibrios existentes de la economía una reactivación generalizada del gasto nacional o no?

Los desequilibrios económicos hay que buscarlos en tres frentes distintos: en el de los precios, en el de la balanza de pagos y en el del sector público. Tratemos, pues, de valorar esos desequilibrios en les datos españoles de 1980.

Los resultados de la lucha contra la inflación

El primero de los desequilibrios de una economía es hoy el de la inflación. Contra ella ha luchado positiva y tenazmente la política económica, incorporando el es fuerzo de la población española. La inflación, en efecto, ha retrocedido en los meses transcurridos de 1980 en casi todos los frentes: en los precios al por mayor, en el índice de precios de consumo, en los precios percibidos por los agricultores. La inflación decrece también en el frente psicológico de las expectativas: cada vez son menos los consumidores y los empresarios españoles que opinan que los precios van a aumentar este año más que en el pasado. «Sólo» en el campo del comercio exterior -aunque sea un «sólo» que cuenta por muchos- la inflación acelera -¡y de qué forma!- su marcha Tratemos de repasar las cifras de este breve parte general.

Los precios al por mayor, tras el incremento del mes de enero, que. recogió el alza de los crudos del petróleo y que elevó el índice en un 4,1 %, ganaron en febrero un clima de estabilidad, registrándose un crecimiento nulo.

Los últimos datos del índice de precios de consumo correspondientes al mes de abril registran un aumento del 1 %, frente a la elevación del 1,5% en 1979. Esta cifra debe estimarse como un activo importante conseguido por la política económica. Quizá la forma más espectacular de presentar esa situación sea la de observar el comportamiento de la inflación, medida a través del crecimiento trimestral elevado a tasa anual, que permite contemplar las aceleraciones y desaceleraciones del índice. Pues bien, sí esta contemplación se rea liza, como prueba el gráfico 1, la inflación española se ha situado ya en un dígito. Cierto que en el límite mismo: 9,9%. Es bien conocido que en este favorable comportamiento del índice de precios de consumo tiene una decisiva influencia el comportamiento alimenticio, que aumentó en el 0,2% en abril de 1980, frente al 1,79% en abril de 1979. Sin embargo, también se han desacelerado el resto de los componentes del índice, por cuanto su incremento en el mes de abril fue del 1,4%, frente al 1,9% en el mes de abril de 1979. Puntos negros en el comportamiento del índice de precios de consumo son los grupos de industrias de vestido, calzado y otros gastos, con aumentos claramente inflacionistas (2,3 % y 2,1 %, respectivamente).

Los precios percibidos por los agricultores acusan plenamente su contribución a la estabilidad económica general. El índice total aumentó en el 1 % en el mes de marzo. Con excepción del grupo de frutas (con aumento en el mes de marzo del 9,2%) y cítricos (con aumento del 7.4% en marzo), el resto de los productos agrícolas ha flexionado a la baja, con caídas tan espectaculares como la del ganado para industria (-3,5% sobre marzo de 1979) y la del vino (-25 % sobre marzo de 1979).

La inflación también retrocede en el campo de las expectativas. La encuesta a las familias, realizada en febrero del corriente año, para elaborar el índice de sentimiento del consumidor, manifestaba una caída (apreciable) en el porcentaje de los consumidores que creían que los precios iban a aumentar más en 1980 que en el pasado año. Lo mismo ocurre con los empresarios (33 %). Esta alteración en el clima psicológico de la inflación es importante, en cuanto que informa el, comportamiento de los distintos agentes económicos y condiciona las reivindicaciones por rentas y precios mayores, favoreciendo así el alza generalizada de costes y precios.

El sector exterior es una excepción en este clima de mayor estabilidad. En efecto, los precios de importaciones registran aumentos del orden del 26% (en el primer trimestre de 1980), decisivamente influidos por el aumento del petróleo (99,15% en marzo de 1980 sobre marzo de 1979). Nuestras exportaciones han aumentado también en sus precios en valores del orden del 16%, lo que equivale a que la relación real de intercambio se sitúa diez puntos porcentuales por debajo de sus valores de 1979 y de treinta puntos respecto de sus cifras de 1973.

Las elevaciones de los precios de importación, y muy especialmente las del petróleo, constituyen un obligado factor inflacionista que es preciso asimilar. Obligado se afirma, por cuanto si algo ha demostrado la experiencia de 1973-1979, es que los precios relativos del petróleo tienen que reflejar permanentemente su cotización internacional. Economizar el consumo de petróleo sin precios realistas es imposible. De ahí que limitar el impacto de los nuevos precios energéticos constituya hoy la preocupación prioritaria de las distintas economías nacionales. «En la actualidad existe un consenso generalizado de que no hay alternativa realista alguna a la práctica de una política antiinflacionista que limite el impacto del segundo shock del petróleo», acaba de afirmar la OCDE, lo que equivale a poner el acento, según el informe de la propia secretaría de la OCDE, «en contener la espiral precios-salarios y lograr una relación entre costes y precios que consiga un nivel de beneficios para financiar el crecimiento de la inversión productiva».

Tales son las prioridades que van a informar la política económica de los distintos países que forman el contexto en el que actúa España. El elevado ritmo relativo al que crecen los costes de trabajo españoles (por la acción del crecimiento de los salarios nominales y los costes de la Seguridad Social y por el preocupante comportamiento de la productividad) y los criterios que están inspirando la política económica de los países de la OCDE dejan, hoy por hoy, muy poco lugar para una expansión del gasto nacional con la que aumentar la producción y el empleo sin empujar la inflación. Las cosas son así de graves, si es que esos datos -al menos los internos- no cambian.

El desequilibrio del sector exterior

El año 1980 está registrando de nuevo un desequilibrio importante en la balanza de pagos, desequilibrio que ha limitado en el pasado, con más frecuencia que ningún otro, el crecimiento de la producción y la creación de empleo.

¿Con qué características se presenta hoy este desequilibrio de los pactos en el exterior? Tres son sus rasgos principales:

1. Un aumento de los pagos por inmportaciones. La factura del petróleo es causa fundamental, pero no única, de este crecimiento de la importación, que aumenta -en términos del registro de caja del Banco de España- en un 64,7% respecto de los cuatro primeros meses de 1979.

2. Las exportaciones de mercancías están sosteniendo su presencia en los mercados mundiales en 1980, pese a las mayores dificultades de este ejercicio. Su crecimiento monetario es del orden del 40%.

El empeoramiento de la balanza comercial es una consecuencia de la marcha expuesta de importaciones y exportaciones: el déficit comercial se sitúa en los cuatro primeros meses de 1980 en -3.628 millones de dólares (registro de caja), 2.198 millones de dólares más que en 1979.

3. La balanza de servicios está estancada prácticamente en su saldo favorable de 1979, como consecuencia del comportamiento del turismo.

Aunque la balanza de transferencias se haya comportado mejor en el año actual, el hecho cierto es que el considerable déficit comercial no ha podido compensarse por el saldo de la balanza de servicios y transferencias. De esta forma, el saldo de la balanza corriente ha empeorado de manera sustancial en 1980: frente a un saldo positivo en 1979 (86 millones de dólares), el déficit alcanza 1.901 millones de dólares en los cuatro primeros meses de 1980.

Estas cifras apuntan a un desequilibrio exterior apreciable en el año actual, aunque quizá exageren sus dimensiones, pues es probable que las importaciones desaceleren su precipitada marcha actual. Con todo, en la ocurrencia de ese déficit hay acuerdo general.

Existen, es cierto, reservas para financiar el desequilibrio exterior de 1980, pero despreocuparse de él sería una decisión torpe y equivaldría a tener corta memoria de sus consecuencias. Si se desea que la producción española crezca y, con ella, el nivel de empleo, debería definirse y practicarse una política comercial que lo permita. Y esta es, evidentemente, una gran necesidad actual de la política económica española.

El desequilibrio del sector público

El tercero de los desequilibrios que hoy padecemos, y que limita las oportunidades de desarrollo eficiente y empleo duradero, es el del sector público. Un desequilibrio que está financiando gastos corrientes (fundamentalmente, gastos de transferencia: subsidios de paro, subvenciones para cubrir déficit de empresas públicas y privadas), mientras se mantienen estancados -en términos reales- los gastos de inversión pública.

Un déficit con esas características lo que hace realmente es destinar recursos generados por el sector productivo para atender gastos corrientes, dificultando así las tareas de capitalización del país que en él incurren. Esta situación, denunciada con generalidad, debe ser resuelta cuanto antes. Que la cosa no resulta fácil se comprueba cuando se analiza la marcha del déficit del sector público en los tres últimos ejercicios, tal y como la muestra el gráfico 2. Disponer de unas cuantas líneas de acción aplicadas resueltamente constituye una necesidad de la propia política del desarrollo de la producción y del empleo.

Conclusión

No cabe duda de que la economía, sobre la que ha versado gran parte del debate político, se encuentra hoy en una situación comprometida. Esa economía necesita prioritariamente aumentar el empleo y la producción. Conseguir esos dos anhelos sociales será imposible si no tratamos de buscarlos a través del afianzamiento de los equilibrios económicos fundamentales. Es preciso evitar a toda costa el crecimiento de la inflación, buscando programas que no comprometan la estabilidad de precios, tan difícilmente conseguida; tratando de afianzar al mismo tiempo el equilibrio exterior para que éste no Pase la hipoteca que siempre ha girado, obstaculizando el crecimiento de la producción y el empleo. Precisamos, en fin, de actuaciones decididas para equilibrar el sector público, sin cuyo concurso es muy, dificil crear empleos duraderos. Pese a todas las dificultades, es preciso afirmar que, si los diversos grupos económicos y sociales están dispuestos a apoyarlas con sus comportamientos, existen posibilidades de mejorar aún los resultados de este ejercicio y, sobre todo, de los años que vienen. Pero insistimos que estas posibilidades se basan en afianzar los equilibrios de la economía, y ese afianzamiento resultará imposible sin el sacrificio y el esfuerzo de la sociedad española.

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