Crítica:

José Luis Zumeta

Tímidamente parecen ir descubriendo los artistas en Guipúzcoa espacios expositivos que sustituyan a las galerías privadas (en galopante proceso de cierre las que arriesgaban un compromiso con el arte que se está haciendo, o en franca postura de ignorarlo la mayoría de las veces las que permanecen abiertas) y a aquellas sostenidas en la ciudad y en la provincia por las entidades financieras (de delirante programación en su conjunto).No hace mucho tiempo todavía las semanas culturales vascas en barrios y pueblos dieron a conocer con indudable esfuerzo de los artistas, aunque no sólo de ellos, ob...

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Tímidamente parecen ir descubriendo los artistas en Guipúzcoa espacios expositivos que sustituyan a las galerías privadas (en galopante proceso de cierre las que arriesgaban un compromiso con el arte que se está haciendo, o en franca postura de ignorarlo la mayoría de las veces las que permanecen abiertas) y a aquellas sostenidas en la ciudad y en la provincia por las entidades financieras (de delirante programación en su conjunto).No hace mucho tiempo todavía las semanas culturales vascas en barrios y pueblos dieron a conocer con indudable esfuerzo de los artistas, aunque no sólo de ellos, obras actuales de pintura y escultura, música, teatro, etcétera; el interés general, de forma casi absoluta en cuanto a lo que se ve en la calle, se ha desplazado hacia la política. Y sólo en excepcionales momentos, como el reciente Festival de Cine o el más lejano carnaval, el pulso de la calle se anima, el abanico de comentarios se amplía y se vivifica, y un aire festivo logra temporalmente levantar la losa de desesperante negritud, de aburrimiento o de agresividad que pesa sobre la vida de nuestras ciudades.

José Luis Zumeta

Bar IkusmiraPasajes

Es por ello que, aun cuando nuestra alegría pueda parecer desmesurada, celebramos iniciativas como la que supone encontrarnos con una exposición de pintura al ir a tomar un café. En el bar Alboka, en San Sebastián, las exposiciones de obra de pequeño formato, de fotografía e incluso de escultura, se han convertido en agradable costumbre. Ahora acaba de abrir sus puertas en Pasajes Ancho el bar Ikusmira, de grandes y blancas paredes generosas para la pintura el dibujo, la fotografía... Allí se muestran estos días las obras recientes de Zumeta.

Para quien haya seguido la evolución de la pintura de José Luis Zumeta (Usúrbil, 1939), el radical cambio que ha experimentado en estos dos últimos años, pasando de una elaborada abstracción entonada en grises a furibundas criaturas casi reconocibles, puede resultar sorpresivo, aunque de ningún modo incoherente. La pintura de Zumeta, aquellas composiciones de fuerte colorido de finales de los años sesenta que pugnaban con la escultura desde el altorrelieve, fue ya desde un comienzo violenta sacudida para el espectador. En su actual figuración desfigurada, la capacidad de zarandear nuestra a menudo adormecida percepción sigue siendo igualmente poderosa.

El pintor, que no oculta las fuentes, somete a sistemática distorsión todo un repertorio de imágenes tan triviales como constantes en nuestra sociedad: la fotografía publicitaria, la postal de pareja sonriente o familia unida, etcétera. Y si la distorsión afectara tan sólo a la figura humana, creando tales monstruos, fácil sería caer en la mueca repetitiva. Sin embargo, el espacio del que emergen las figuras, alzadas en ligero relieve sobre el lienzo gracias a la utilización de masas de resina de poliéster, no está menos violentado. Falsas perspectivas, furiosas bandas de color sobre fondos neutros, desproporción en la proximidad y lejanía de los planos son algunos de los recursos utilizados para configurar el entorno espacial de estas tremendas criaturas de Zumeta.

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