La ruptura con el Kremlin cambió su historia

Tito había solicitado, en 1942, armas a Stalin, porque «Yugoslavia necesitaba una revolución y debía hacerla por sí misma.» El dictador del Kremlin tan sólo le envió buenos consejos que no irritaran a los aliados occidentales. Pero Josip Broz Tito había conseguido forjar un nuevo Partido Comunista, que estaba totalmente deslabazado antes de 1936, y ponerlo al frente de las fuerzas guerrilleras contra los nazis. Quería el poder y entregárselo a los comunistas, quienes patrocinaron el Consejo Antifascista, el 29 de noviembre de 1943, en una pequeña localidad de Bosnia, Consejo que fue la ...

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Tito había solicitado, en 1942, armas a Stalin, porque «Yugoslavia necesitaba una revolución y debía hacerla por sí misma.» El dictador del Kremlin tan sólo le envió buenos consejos que no irritaran a los aliados occidentales. Pero Josip Broz Tito había conseguido forjar un nuevo Partido Comunista, que estaba totalmente deslabazado antes de 1936, y ponerlo al frente de las fuerzas guerrilleras contra los nazis. Quería el poder y entregárselo a los comunistas, quienes patrocinaron el Consejo Antifascista, el 29 de noviembre de 1943, en una pequeña localidad de Bosnia, Consejo que fue la base del Estado institucionalizado tras la contienda, en noviembre de 1945, con las primeras elecciones.El control de la policía y el Ejército por los comunistas, la insignificancia de los partidos exiliados y la postergación de los políticos que no se unieron al maquis fueron factores que contribuyeron al triunfo de la Liga de los Comunistas, con el 90 % de los votos.

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Atrás quedó la fase de clandestinidad y organización, las heroicas batallas contra el fascismo, como la del río Neretva. Tito debía afrontar el trágico balance de dos millones de yugoslavos muertos y un tercio de la industria destruida durante la conflagración mundial.

Las primeras discrepancias políticas

Empezó la organización del Estado con una Constitución calcada de la estalinista, vigente en la URSS. Sin embargo, Tito había anunciado: «Por mucho que amemos a la URSS, aún más debemos amar a nuestro país.» Era una premonición de la ruptura con el Kremlin.

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El 28 de junio de 1948, el mundo occidental se sorprende. El Kominform adopta una resolución condenando a «los revisionistas yugoslavos». La URSS había fracasado ante Belgrado en su deseo de regular las economías de todos los países del Este desde Moscú. Stalin, tranquilo, confesó a sus íntimos: «Me basta con bajar mi dedo pulgar para que Tito caiga.» La cosa no era tan sencilla, los comunistas de Tito controlaban perfectamente el poder y el propio presidente confesó a su amigo de entonces, Milovan Djilas, que Estados Unidos no permitiría la entrada soviética en Yugoslavia para controlarla.

Fue, en fin, una fanfarronada de Stalin, que no podía enfrentarse a la potencia nuclear de EEUU, ni tenía los suficientes adeptos al kominformismo como para buscar hombres que hicieran factible la política de normalización tras el ataque.

A partir de entonces todo fue diferente en el Estado yugoslavo. Se inició un camino de socialismo reformado y de liberalización. «Cien flores» querían brotar también en Yugoslavia. Como en China, artistas, escritores, encontraron un clima de mayor libertad, sin atentar demasiado los principios oficiales. Era un época que describe el historiador Francois Fejtö como un intento de conciliar «el despotismo ilustrado del líder Tito con un grado sin precedentes de libertad individual y colectiva». Pero la libertad es indivisible y así lo interpretaron varios intelectuales. Djilas, su antiguo compañero, delator de la «nueva clase» que surgía en el Este europeo era depurado; el ca tedrático de Zagreb Mijail Mijailov, apartado de sus alumnos y revistas censuradas. La lucha en las altas esferas del partido comienza en aquellos momentos.

A partir de 1961, cuando las relaciones Yugoslavia-URSS estaban ya normalizadas, se establece una nueva lucha entre liberales y conservadores, estos encabezados por el «Beria yugoslavo», Rankovic, jefe de la oscura policía política, UBDA. Los primeros democratizan y modernizan el sistema de autogestión, en tanto los segundos critican la política por considerar que favorece a croatas y eslovenos en perjuicio de servios y montenegrinos (siempre el conflicto nacional es insoslayable en la política yugoslava).

En 1966, Rankovic y sus partidarios rusófilos son defenestrados, una vez que Tito adopta la posición reformista-liberal de los líderes esloveno y croata, Kardelj y Bakaric, respectivamente. La denuncia de los «crímenes» de Rankovic, creador de un Estado por encima del Estado», significó para Yugoslavia algo similar a lo que significó para la URSS el informe de Kruschev de 1956, sobre Stalin.

Mientras la Liga de los Comunistas y el Estado eran reformados y se trataba de desarticular la policía secreta rankovicista, la guerra de los Seis Días y la invasión de Praga atemorizan de nuevo a Tito, que vuelve sus ojos hacia los militares, sus antiguos compañeros de armas, cuyo peso permanece aún en el partido.

Las primaveras yugoslavas

Ya en 1970 y 1971, Yugoslavia fue sacudida por su última crisis política de envergadura. Por Servia y Croacia corrieron vientos democráticos, la descentralización amenazó con escindir al PC en seis organizaciones completamente autónomas, mientras el organismo central parecía debilitarse y la federación comenzaba, indefectiblemente, a convertirse en una confederación.

El «titismo» parecía desarbolar a Tito y, en Repúblicas como Croacia, primaveras semejantes a las de Praga hacían su aparición. El problema fue resuelto drásticamente con depuraciones y encarcelamientos. Tito fue elegido presidente vitalicio del Estado en 1974, queriendo significar con ello que la unidad del mismo debía permanecer intacta. En previsión de la desapari,ción del anciano líder se constituyó, en 1969, una dirección colegial. Pero ¿sin la personalidad de Tito saldrá airosa Yugoslavia de las vicisitudes históricas?

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