Un obeso podría estar trescientos días sin comer

«Es evidente que la obesidad aumenta la mortalidad. Y para adelgazar la solución es no comer. Podríamos resistir setenta o setenta y cinco días sin comer. Un obeso, hasta trescientos días. Lo que pasa es que no lo vamos a hacer.» Así piensa y así se expresa Grande Covián, profesor de Fisiología y director del Laboratorio de Investigación de un hospital adscrito a la Universidad de Minneápolis, en los Estados Unidos.

Según Grande Covián, la cuestión de la composición corporal es decisiva porque no todo el exceso de peso es exceso de grasa. Hay cuatro elementos decisivos en la composición...

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«Es evidente que la obesidad aumenta la mortalidad. Y para adelgazar la solución es no comer. Podríamos resistir setenta o setenta y cinco días sin comer. Un obeso, hasta trescientos días. Lo que pasa es que no lo vamos a hacer.» Así piensa y así se expresa Grande Covián, profesor de Fisiología y director del Laboratorio de Investigación de un hospital adscrito a la Universidad de Minneápolis, en los Estados Unidos.

Según Grande Covián, la cuestión de la composición corporal es decisiva porque no todo el exceso de peso es exceso de grasa. Hay cuatro elementos decisivos en la composición del cuerpo humano: agua, grasa, proteínas y elementos minerales. Por ejemplo, mientras en un grupo de hombres varones jóvenes de 29,6 años de media, la proporción de grasa era de un 18,3 por 100, un grupo de 70 años daba un 26 por 100 de grasa. En resumen con los años, el peso permanece pero la grasa aumenta. Y aumenta a costa de otros tejidos y componentes del cuerpo.Perder peso no supone necesariamente perder grasa. Las paradojas pueden ser considerables en este terreno. En otra muestra con las que Grande Covián ha realizado experiencias en Norteamérica, los datos cantan. Un joven de 94,1 de peso relativo -una modalidad más precisa de obtener el peso- tenía un porcentaje de grasa del 25 por 100. Sin embargo, un aparente obeso, un individuo de 110 unidades de peso relativo no tenía más que un 15 por 100 de grasa.

Tampoco sirven las famosas tablas peso-talla como criterio último y definitivo acerca de si a uno te falta o le sobra peso. La ciencia ha tenido que recurrir a otros procedimientos para medir la grasa de un organismo. Sumergir al individuo en diversas sustancias y trabajar con las densidades, según el principio de Arquímedes; medir los pliegues subcutáneos donde se concentra casi toda la grasa mediante finas punciones en profundidad, analizar cadáveres que no suelen servir porque murieron en condiciones no normales: medir la evolución del isótopo radiactivo potasio-42 y, quizás el de más porvenir, medir los gases inertes que absorbe un ser humano en un recipiente poniendo en relación la cantidad absorbida con la grasa que es quien lo ha absorbido. Por unos y otros caminos, los resultados son similares. Una experiencia fue decisiva. Tras intentos de hacer adelgazar a diez individuos, un 64 por 100 fue toda la grasa que se logró disminuir. El resto lo perdieron de células sobre todo (32 por 100). Pero esas grasas que constituyen el objeto de años y años de trabajo científico en Grande Covián, ¿son realmente dañinas? «Desde luego -es su respuesta-. La mortalidad aumenta con la obesidad. El problema científico - hoy es averiguar por qué y cuándo se produce el daño. La muerte por diabetes es tres veces superior en los obesos. La incidencia sobre las enfermedades coronarias no está tan analizada, pero existe.»

Y frente al exceso de grasa, la solución propuesta es única: «Habría que dejar de comer. Se podría resistir mucho tiempo así. Setenta o setenta y cinco días podría estar nuestro organismo sin recibir alimentos. Y unos trescientos veinte días, el cuerpo de un obeso. Sin beber, no. Beber es diferente.»

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