Rafael Canogar, artista: “He vivido la mitad de mi vida en dictadura y valoro la libertad como el bien más necesario”
El pintor, de 90 años, prepara el Espacio Rafael Canogar para la difusión y protección de su legado
Rafael Canogar (Toledo, 90 años) mantiene hoy casi el mismo ritmo de trabajo que tenía a los 19, cuando celebró su primera exposición individual en la Galería Altamira de Madrid. Si por entonces pintaba un cuadro al día, en lo que llevamos de año calcula que puede haber rematado 92. Es una bajada de ritmo de la que culpa a tareas burocráticas como las que conlleva la...
Rafael Canogar (Toledo, 90 años) mantiene hoy casi el mismo ritmo de trabajo que tenía a los 19, cuando celebró su primera exposición individual en la Galería Altamira de Madrid. Si por entonces pintaba un cuadro al día, en lo que llevamos de año calcula que puede haber rematado 92. Es una bajada de ritmo de la que culpa a tareas burocráticas como las que conlleva la creación de una fundación que se ocupe de su legado, el Espacio Rafael Canogar. También ha mermado su energía el divorcio de su segunda esposa, Purificación Chaves, con la que estaba casado desde 1992. Mientras tanto, acaba de inaugurar una exposición en la Galería Guillermo de Osma de Madrid y su plan es seguir trabajando sin parar y recuperar la frescura de los años cincuenta, de cuando su gran pasión era la pintura.
El estudio de Rafael Canogar está situado a pie de calle en un amplio espacio de más de 800 metros cuadrados en el barrio madrileño de Arganzuela. Aquí estará también la sede de su fundación. La obra del artista se extiende por todo el local. Cuadros de diferentes formatos se sujetan contra las paredes o reposan perfectamente colocados en grandes peines. Aquí el artista sigue pintando cada día a la vez que organiza y planifica con sus ayudantes todo lo que tiene que ver con el futuro Espacio Rafael Canogar.
Pregunta. Para su nueva exposición ha elegido obra histórica. ¿Qué obra escogió?
Respuesta. Es obra histórica de una exposición organizada conjuntamente con la Mayor Gallery en Londres. Son pinturas de gran formato que no me pertenecen a mí. Son de un período muy concreto: el informalismo, que va de 1958 a 1962, de los años de la creación de El Paso.
P. ¿Qué siente cuando oye que es usted el último testigo de todos ellos? El último de los que acompañaron a Fernando Zóbel en la creación del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca.
R. Era el más joven. No tengo mérito en eso. Pero puedo decir que con 90 años he tenido la suerte de estar en muchos de los lugares y momentos en los que ocurrían cosas importantes. Fue providencial para mí la formación de El Paso porque con ellos se consolidó un nuevo lenguaje que impactó en el mundo del arte.
P. Por entonces era la figuración de la Escuela de Madrid la que importaba.
R. Así es, pero yo ya había empezado con la abstracción en 1954. Venía de haber estudiado durante cinco años con Daniel Vázquez Díaz, gran artista y gran maestro que me supo inculcar varias cosas. Una de ellas fue una cosa aparentemente obvia: que un pintor tiene que saber pintar. No es una tontería, porque hay quien infravalora este principio básico. Y una vez dominada la técnica y el oficio, el artista tiene que ser fiel a su obra. Con él, a los 17 años, empecé a pintar un cuadro diario que, por supuesto, no se conserva porque una vez rematada la tela, lo borraba para poderla usar al día siguiente.
P. ¿No hubo prevención familiar cuando anunció que sería artista?
R. No. Somos cuatro hermanos y cuando en casa supieron que quería aprender a dibujar, no recuerdo ningún problema. Al contrario, mi padre, que trabajaba en la construcción, me traía lápices y papel y le pareció muy bien que estudiara con Vázquez Díaz. Estuve con él desde los 15 hasta los 19, con Cristino de Vera y con Ibarrola como compañeros.
P. ¿No decepcionó al maestro con su entrega a la abstracción?
R. En absoluto. A él le interesaba tanto la modernidad como la tradición. En mi caso, la abstracción tiene que ver tanto con la rebeldía como con mi condición de castellano.
P. ¿Cómo se notaba su origen castellano en la pintura?
R. En el paisaje que yo veía cuando viajaba de Toledo a Madrid. Era una sucesión de líneas de colores de tierra roturada, una materia que me acercaba entonces y ahora hacia mi niñez. La abstracción me permitió construir un nuevo lenguaje con el que confluir con otros artistas españoles que se alejaban del arte convencional.
P. Dentro de la abstracción, ¿qué diferencia sustancial había entre ustedes?
R. El paisaje es lo más importante y diferencial. Cada uno tiene un paisaje con el que ha vivido y lo ha llevado a su obra.
P. ¿Cuál cree que es su aportación personal al arte de finales de los cincuenta, aquel período glorioso para ese grupo de españoles?
R. Van Gogh escribió algo así como que tienes que hacer de tu pintura un lenguaje radicalmente personal con el que marcar tu esencia. En mi caso, la radicalidad nace del paisaje castellano. Es el mismo tipo de paisaje que aparece en las pinturas de Anselm Kiefer que he visto hace poco en la Royal Academy de Londres y me han dejado impactado por su belleza y modernidad.
P. ¿Y el rojo y el negro que tanto predominan en sus cuadros históricos?
R. En esos colores están Velázquez, Goya y todo el dramatismo de la pintura española.
P. Figura usted entre los fundadores de El Paso, en 1957, el grupo inicial formado por Antonio Saura, Manuel Millares, Manuel Rivera, Antonio Suárez, Luis Feito, Juana Francés, Pablo Serrano, José Ayllón y Manuel Conde. ¿Cómo se llevaban entre ustedes? ¿Se ponían fácilmente de acuerdo?
R. Éramos gente con una personalidad muy marcada que logró mucha visibilidad en poco tiempo. Eso es lo importante.
P. ¿Alguno de ellos fue amigo además de colega?
R. Tuve una enorme amistad con Manuel Rivera.
P. El reconocimiento de la crítica y del mercado le llegó a partir de las Bienales de Venecia y de São Paulo en 1958.
R. La dictadura decidió lanzar una señal de modernidad al mundo llevando a los artistas abstractos a las dos bienales, un potentísimo escaparate internacional que nos cambió la vida a todos. Por entonces, en los Giardini (el recinto principal de la Bienal), se reunía todo el que tuviera algo que ver con el arte. Allí se negociaban contratos y exposiciones. No existían ferias ni nada parecido. Yo tenía 22 años y venía de un mundo en el que los artistas malvivían de su trabajo, pero a partir de ahí todo cambió. En São Paulo me dieron uno de mis trofeos más queridos, el gran premio de la bienal.
P. The New York Times hablaría poco después de la Generación del 58. ¿A usted cómo le cambió la vida?
R. Me cambió de manera radical. Firmé con la Galería L’Attico de Roma y me instalé en la ciudad. Allí conocí a Ann McKenzie, una estudiante estadounidense con la que pronto me casé en Los Ángeles y con la que tuve mis cuatro hijos: Susana, Daniel, Diego y Roberto.
P. Llegaron entonces las exposiciones por todo el mundo.
R. Europa y Estados Unidos, para ser más precisos. Pero sí. Pintaba a un ritmo endiablado y se vendía todo. Al triunfar tan joven no sabes gestionar el éxito. Te reclamaban de todas partes, figurabas en las antologías de mejores artistas. Una locura. Solo me arrepiento de haber vendido tanto y de no haber guardado para mí algunos de aquellos trabajos.
P. ¿En qué momento decidió abandonar el informalismo y volver a la figuración narrativa?
R. En mayo de 1968 ocurrieron muchas cosas en todo el mundo. La demanda de justicia social crecía en toda Europa. Como joven español quise colaborar en el retorno de la libertad a nuestro país y decidí acercarme a la mayor parte de los españoles con el realismo crítico, un lenguaje al alcance de todos.
P. ¿Ese cambio fue bien recibido por sus galeristas y coleccionistas?
R. No eres libre si piensas en el mercado. Mire, no es que me quiera comparar, pero Picasso estuvo cambiando toda su vida. Cuando él lo necesitaba y lo deseaba. Nadie le impuso nunca nada. De Picasso admiro muchas cosas, pero de manera especial destaco su libertad para crear y vivir. He vivido casi la mitad de mi vida en una dictadura y valoro la libertad como el bien más necesario.
P. Lo dice en un momento en el que se frivoliza con el significado de la palabra dictadura.
R. Me pone muy nervioso escuchar a gente que desprecia la libertad y que justifica la dictadura. Nunca he militado en un partido político, pero siempre he estado con la defensa de los derechos humanos y de la libertad.
P. ¿En qué momento abandonó de nuevo la figuración y volvió a la abstracción?
R. Después de la muerte de Franco, en 1975. Cuando ocurrió yo estaba inaugurando una exposición en Oslo y allí se brindó por una España democrática. Desde entonces busco la belleza. Quise recuperar mi pasión y enamoramiento por la pintura que hacía en los 50. Sustituí el grito contra la injusticia y falta de libertad por la búsqueda de la belleza.
P. ¿Qué puede hacer un artista en estos tiempos de nuevas amenazas a la democracia?
R. Me descompongo cuando oigo algunas cosas. Desconecto y me pongo a pintar con la idea clara de que nuestra obra tiene que ser pura belleza nacida de lo más profundo, un testimonio auténtico y honesto.
P. Premio Nacional de Artes Plásticas en 1981, expuso en el Reina Sofía en 2001 y figura en las colecciones permanentes de muchos de los grandes museos internacionales. ¿Se considera bien tratado en su país?
R. Tengo muchos premios importantes dentro y fuera. El Reina Sofía tiene bastantes cuadros míos, pero no creo estar bien representado en su colección permanente. Tienen un cuadro o ninguno. Cuando viajas por el mundo y visitas los museos de arte contemporáneo, te haces una idea de qué es lo que hacen los artistas de ese país. Si visitas el Reina Sofía, sales sin la menor idea de qué es lo que hacen las nuevas generaciones de pintores. No me voy a quejar, pero sí quiero denunciar el trato injusto que sufre la compra de arte en España. Se aplica un IVA de un 21% a diferencia de otros países europeos. Esto demuestra una falta de sensibilidad terrible y tienen que arreglarlo por respeto a la cultura.