Una travesía por el Mediterráneo a través del ‘arte povera’ de Jannis Kounellis
El museo de arte contemporáneo Es Baluard de Palma dedica por primera vez una ambiciosa exposición a la relación del artista griego con el mar
En 1969, el artista griego Jannis Kounellis (El Pireo, 1936) metió 12 caballos percherones en la galería L’Attico de Roma. Fue un shock para el propio contexto del mundo del arte, que se encontró 12 caballos de tiro en un espacio expositivo donde ...
En 1969, el artista griego Jannis Kounellis (El Pireo, 1936) metió 12 caballos percherones en la galería L’Attico de Roma. Fue un shock para el propio contexto del mundo del arte, que se encontró 12 caballos de tiro en un espacio expositivo donde todo era noble y dominado por la escultura, fría e inmóvil. Kounellis, fallecido en Roma en 2017, quiso reivindicar entonces, con una expresión artística revolucionaria, un acercamiento del arte a la vida e introducir un fragmento de piezas en movimiento como los caballos para desvirtuar las abundantes esculturas ecuestres que se habían creado a lo largo de la historia del arte. Fue una muestra explícita de cómo el propio autor se autodefinía: como un hombre antiguo y un pintor moderno.
El máximo exponente del arte povera, movimiento artístico italiano surgido a finales de los años 60 y caracterizado por el uso de materiales pobres o de la naturaleza, protagoniza desde este miércoles en el museo de arte contemporáneo Es Baluard de Palma la exposición Laberinto sin paredes, que recopila por primera vez la relación del artista griego con el mar Mediterráneo a través de obras elaboradas a lo largo de distintas fases de su vida.
La instalación principal, presentada en la Bienal de Venecia de 1993, está formada por un conjunto de nueve enormes velas venecianas dispuestas en forma de abanico, ajadas, coloridas y adornadas, que abarcan desde el siglo XVII a la actualidad y que se complementan con otras piezas ejecutadas a través de fragmentos de un barco que encontró en la costa italiana, de velas mallorquinas retorcidas para marcar los pliegues sobre marcos de acero o de un enorme tapiz con más de mil conchas marinas recogidas de una playa cercana a Roma. El título de la muestra juega con el concepto de la inmensidad del mar, sin paredes, y la distribución de las velas en la sala, dispuestas como un pequeño laberinto que pretende reflejar el viaje interior del autor a través en su búsqueda del centro perdido que siempre reclamó.
Para la compañera de Kounellis, Michelle Coudray, la relación del artista con el mar llegó directamente de su lugar de nacimiento, El Pireo (Grecia), puerto principal de Atenas y una de las puertas de entrada al Egeo. Sin embargo, matiza Coudray, Kounellis no fue un hombre tentado por la navegación o por la vida en la mar. “Estaba imbuido por la atmósfera de los muelles y el deseo de viajar, de conocer gente, otras culturas. Era un viajero”. Las obras expuestas pretenden contar su historia a través de una excavación en la memoria y una relectura crítica del pasado, aunque para el comisario de la exposición, David Barro, el lenguaje del artista “es radicalmente contemporáneo”. Y es que estas piezas de Kounellis ponen el foco en la crítica que realizó sobre la transformación del comercio marítimo, que abrió la puerta al inicio de la globalización. “Su obra es crítica, comprometida con su tiempo. Llegó a la conclusión de que la sociedad europea de posguerra carecía de las formas estéticas adecuadas para reflejar la fragmentación que empezaba a tener la vida contemporánea. Estamos hablando de los años sesenta, pero es un discurso que podríamos estar haciendo hoy”, sostiene el comisario, que también habla de las referencias que su obra lanza hacia otros autores como Caravaggio, Pollock o Klint, y que el griego trabajaba de una manera natural “pero consciente”.
Kounellis siempre trabajó sobre materiales que él mismo seleccionaba, a veces con fragmentos de objetos olvidados o con los propios elementos de la naturaleza. En la muestra se exponen varias piezas de una embarcación colgadas como si fueran partes de un animal que ha pasado por el matadero, fragmentos que pertenecen a un barco que encontró en la costa cerca de Roma y que, efectivamente, ordenó cortar “como si fuera un animal”. Damiano Urbani, que trabajó como asistente del artista durante más de 30 años, explica que el griego siempre tenía la idea en la cabeza y después se lanzaba a buscar lo que necesitaba para ejecutarla. “Él lo decidía todo, desde la disposición milimétrica de las piezas, a cómo se colocaban las cuerdas o las piedras”. En una ocasión le acompañó a una playa cercana a Roma para recoger las más de 1.000 conchas que ahora forman parte de una de las piezas centrales de la exposición, una especie de tapiz en el que cada uno de los mil ejemplares están cosidos como líneas de escritura en una hoja en blanco.
A menudo, Kounellis aterrizaba en el lugar en el que tenía que realizar una exhibición con las manos vacías. “Llegaba, se ponía a pensar en muchas cosas, como la arquitectura del lugar en el que tenía que exponer o su cultura, siempre mirando los detalles. Con dos o tres cosas simples construía la exhibición”, rememora su compañera. Muy influido por una educación ortodoxa no practicante, Coudray se reafirma en que el artista vio siempre los peligros de la globalización que denuncian buena parte de las obras expuestas ahora en Palma, porque su generación fue sobrepasada por ella. “Él era internacionalista, pero no creía en la globalización. Ahora no estaría contento para nada”. La exposición Laberinto sin paredes se puede ver en el Museo Es Baluard hasta el 30 de agosto y después viajará al Centro Galego de Arte Contemporáneo, que coproduce la muestra.