El falso Tom Waits y otros engaños
La red se está llenando de canciones sospechosas, firmadas por misteriosos artistas que no tienen presencia en la vida real
Cuando finalmente fuimos conscientes de las capacidades de la Inteligencia Artificial (IA), muchos imaginamos que nos veríamos invadidos por falsificaciones de la voz y la imagen de ilustres artistas. Por lo que hemos podido ver hast...
Cuando finalmente fuimos conscientes de las capacidades de la Inteligencia Artificial (IA), muchos imaginamos que nos veríamos invadidos por falsificaciones de la voz y la imagen de ilustres artistas. Por lo que hemos podido ver hasta ahora, eso no está ocurriendo pero la IA sí parece ser el origen de numerosas canciones de contenido obsceno, atribuidas a vocalistas inventadas (sí, normalmente son vocalistas femeninas).
Resulta que suplantar a artistas establecidos, con potentes abogados, tiene riesgos evidentes. Los publicitarios del mundo entero ya han interiorizado que imitar a Tom Waits puede ser peligroso. Poseedor de una reconocible voz agreste, Waits peleó durante años contra las imitaciones. Así, en 1990, los fabricantes de Doritos quisieron contar con él para una campaña de publicidad. Ante su negativa, la agencia contrató a un parodiador. Waits no aceptó aquella jugada: se querelló e hizo morder el polvo a los responsables finales (Frito Lay, parte del imperio PepsiCo). El asunto llegó al Tribunal Supremo estadounidense y allí el cantante de Pomona consiguió una indemnización de más de dos millones de dólares.
Deberíamos preguntarnos lo obvio: qué demonios pensaban los “creativos” al asumir que la voz de un beatnik tan peculiar como Waits ayudaría a vender aperitivos. Más bien, apestaba a chulería por parte de Frito Lay: ”Somos los gigantes de los snacks y hacemos lo que nos place”. Olvidaban ciertos precedentes que recomendaban precaución: en los años ochenta, la cantante Bette Midler arremetió contra la Ford Motor Company por anunciar un modelo de coche con una imitadora recreando un éxito suyo de 1972, Do You Want to Dance. Se llevó 400.000 dólares en daños y perjuicios.
El asunto nos lleva a la peliaguda cuestión de la identidad musical. Ahí topamos con el caso ejemplar de John Fogerty. El hombre de Creedence Clearwater estaba a cara de perro con Fantasy Records, discográfica que publicó los inmensos éxitos de la banda. Saul Zaentz, fundador de la compañía, respondió demandando a Fogerty argumentando que su tema The Old Man Down the Road (1984) plagiaba Run Through the Jungle (1970), tema de la Creedence cuyos derechos editoriales controlaba Fantasy. Un jurado popular desechó la acusación del disquero; posteriormente, Fogerty hasta recupero las costas del litigio. Hizo bien en pelear: la vida se hubiera convertido en un infierno para todo tipo de artistas, que de forma instintiva suelen calcar sus propios aciertos.
En Estados Unidos, el asunto se ha desplazado a la protección de la integridad moral de los artistas. Las grandes empresas suelen creerse omnipotentes: Coca-Cola ha usado el eco de la voz de Johnny Cash para apuntarse tantos de americanidad. Y los herederos del intérprete de I Walk the Line ya han materializado su disconformidad. Seguramente, invocan la ley ELVIS (por las iniciales de su nombre oficial, Ensuring Likeness Voice and Image Security), con la que los legisladores del Estado de Tennessee quisieron proteger el legado del más universal de sus hijos, Elvis Presley.
Olviden lo de la “integridad moral” y demás conceptos rimbombantes. Finalmente, estos conflictos giran sobre el dinero. El dinero que (1) los anunciantes pretenden ahorrarse mediante triquiñuelas y, claro, el dinero que (2) buscan los descendientes de las grandes figuras, alegando que estas fueron víctimas de contratos infames. Y seguramente es cierto.