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Anecdotario vargasllosiano: seis voces del congreso de la lengua de Arequipa retratan sus encuentros con el Nobel

Intelectuales peruanos y cubanos, el director del Instituto Cervantes y un académico de la RAE cuentan la impronta que el autor peruano dejó en ellos

Su figura sobrevuela Arequipa, esa ciudad de carácter volcánico que muchos extranjeros conocieron al leer las solapas de sus libros. Mario Vargas Llosa está presente como un holograma que da la bienvenida en su casa-museo, en los apuntes de los libros que donó a la biblioteca que lleva su nombre y en las referencias de cada conversatorio del X Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE). Arequipa es la tierra donde vino al mundo, pero solo vivió su primer año.

Es aquí, donde ha bautizado a una calle, una alameda y una ruta turística, que se le rinde tributo en estos días convulsos. En medio de un programa sustancioso de actividades, seis participantes del CILE se animaron a relatar un pasaje de sus vidas junto a Vargas Llosa, ya fuera una charla en los pasillos de un congreso, una cena entre amigos, o incluso la cita con su obra, acaso la relación más íntima.

Jorge Fornet, director de la Academia Cubana de la Lengua

“Le regalé un libro mío, advirtiéndole que aparecía allí como villano”

“Vargas Llosa nunca se deshizo de su vieja colección de la revista Literatura Soviética. De hecho, me sorprende encontrar en los anaqueles de su biblioteca más de un centenar de números. Viniendo de La Habana, donde no creo que ningún escritor conserve una colección similar, el hallazgo me resulta insólito. Por razones familiares (Vargas Llosa y mi padre estudiaron juntos en Madrid a finales de los años cincuenta), lo vi por primera vez una década más tarde, en alguno de sus viajes a Cuba. Pero no recuerdo más que haberlo leído con voracidad en la adolescencia. En la única ocasión que hablé con él fue en un congreso en Venecia hace menos de diez años. Me presenté, conversamos un rato y me confesó que tenía ganas de volver a Cuba y reencontrarse con los viejos amigos, pero temía —fue el desconcertante argumento que utilizó— que no lo dejaran salir del país. Le regalé un libro mío, advirtiéndole que él aparecía allí como villano. Lo aceptó de buen grado, pero ni se lo firmé, ni él me pidió que lo hiciera. No sé a dónde habrá ido a parar aquel ejemplar. Sé, eso sí, que no mereció un espacio allí donde brilla la colección de Literatura Soviética".

Eva Valero Juan, catedrática de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Alicante

“El Vargas Llosa demiurgo creó, sin pretenderlo, una conversación maravillosa que en mi recuerdo ha quedado flotando”

“Madrid, 25 de febrero de 2020, Instituto Cervantes. Era impensable que en pocos días estaríamos encerrados en nuestras casas por la pandemia. En aquella tarde en la que el necesario homenaje al gran historiador de la literatura que fue José Miguel Oviedo nos reunió en el Cervantes. La mesa redonda en la que hablamos Luis García Montero, Juancho Armas Marcelo, Efraín Kristal y yo fue cerrada por un Vargas Llosa emocionado por el recuerdo de quien fue su ‘compañero de carpeta’ en el colegio. En su intervención quiso elogiar, ante todo, la magnífica Historia de la Literatura Hispanoamericana de Oviedo, pionero de la crítica literaria sobre su obra con el libro Mario Vargas Llosa: la invención de una realidad (1970). Pero lo más bello vino después, cuando aquel regreso a Oviedo y al pasado peruano de la juventud se tornó en un torrente de anécdotas sin fin a lo largo de una cena en la que su voz inconfundible discurría en contrapunto con sus sonoras risas constantes, marcando el compás de las historias encadenadas. Por ellas desfilaron numerosos nombres de críticos, escritores e historiadores peruanos de su época, y con ellas invadió de felicidad aquel espacio sobre el que se comenzaba a posar la inquietud de las noticias de la pandemia. Aquella noche, el autor con el que penetré muy joven en los Andes con su Lituma, que estaba en la biblioteca de mi abuelo, y ya en la universidad en la Lima de la Catedral se convirtió en protagonista de lo que fue un maestro en la prosa: el arte de la conversación, ese diálogo constante con el que construyó su literatura de rebeldías y personajes quijotescos en su desafío a los límites de la realidad. Porque como en el Quijote, es la conversación la que dota de vida plena a sus personajes. Y en aquella velada inolvidable, el Vargas Llosa demiurgo creó, sin pretenderlo, una conversación maravillosa que en mi recuerdo ha quedado flotando en el espacio de aquella catedral-restaurante salvada del naufragio. Oviedo, su Perú de la infancia y de la juventud, fueron el detonante de una extraña noche madrileña en la que, sin duda, fue feliz".

Luis García Montero, director del Instituto Cervantes

“Mario me dijo: Cuando escribo literatura, le doy la razón y dejo que mande, aunque se vuelva en contra mía”

“La primera novela que leí de Mario Vargas Llosa fue Conversación en La Catedral y después, claro, busqué La ciudad y los perros. Me fui haciendo de toda su literatura y la seguí hasta el final, hasta Tiempos recios. Alguna vez hablábamos de política Almudena [Grandes], Mario y yo. Y recuerdo que cuando se publicó Tiempos recios, le dije: ‘Mario, el argumento de tu literatura a veces me da la razón más a mí que a ti. Parece que tu novela está en contra de tus ideas políticas’. Y Mario me dijo: ‘Luis, es que cuando escribo los artículos del periódico pienso mucho en lo que digo. Pero cuando escribo literatura, le doy la razón y dejo que el libro mande, aunque se vuelva en contra mía’. Y eso se lo agradecí, como le agradecí siempre que su labor, que su pensamiento fuese generoso, no solo al contar con amistad de gente más joven, sino también a la hora de no enfadarse con alguien que opinaba de manera distinta. A la hora de valorar la creatividad, a él le gustaba mucho la poesía de gente que tenía un pensamiento político distinto".

Jerónimo Pimentel, director general de Penguin Random House en Perú

“Me lo ofreció (El pez en el agua) así como un converso invita a otro a un rito de iniciación”

“Dormía en el mismo cuarto con mi hermano, en Benavides 540. A veces le pedía que apagara la luz, a veces él me pedía que bajara la música, o viceversa. Pero esa noche no puso un casete, abrió un libro. Yo, dos años menor, me di media vuelta para evitar el reflejo de la lámpara que lo perfilaba desde la mesa de noche y me quedé dormido. Cuando desperté, mi hermano seguía leyendo. El mismo libro. Estaba feliz y febril y pasaba las páginas en un estado de concentración total. No desayunó. Su concentración me produjo una impresión enorme. Nunca había presenciado una rendición, una seducción tan fuerte como esa. Hacia el mediodía le pregunté qué estaba leyendo. El pez en el agua, me dijo. A la tarde había terminado y me lo ofreció así como un converso invita a otro a un rito de iniciación. Nada volvió a ser igual".

Raquel Caleya, directora de Cultura del Instituto Cervantes

“Cada regreso a la ciudad (París) que lo consagró ha sido también un reencuentro con la fuerza de su legado”

“Llegué a Mario Vargas Llosa por todo lo alto: en mis estudios de bachillerato leí Conversación en La Catedral, y desde entonces su obra me acompañó hasta que, ya en la universidad, la leí completa. La vida personal y profesional me dio después el regalo de trabajar en el Instituto Cervantes de París desde 2003, donde conocí a Mario por primera vez, cuando organizamos la presentación de la traducción de El Paraíso en la otra esquina. Tuve entonces el honor, siendo muy joven, de compartir una cena con él y con el equipo de la editorial Gallimard; recuerdo su afabilidad, su atención a todos y su generosidad desmedida con el Cervantes. En París presentamos todas las traducciones de sus obras al francés, como seguimos haciendo hoy en tantos centros de nuestra red. En 2010 publicamos en el portal Rutas Cervantes un recorrido por su París literario, en el que reconstruimos los lugares de esa época; por eso, cuando trabajé en la entrada “París” para el Diccionario Mario Vargas Llosa. Habitó las palabras, sentí que regresaba a ese universo vital y literario que tanto me ayudó a comprender su trayectoria. A lo largo de los años, cada regreso a la ciudad que lo consagró —con la publicación de su obra novelística en la Pléiade y su ingreso en la Académie— ha sido también un reencuentro con la fuerza de su legado. Como recordé en el prólogo y en la presentación del diccionario, la idea del proyecto nació precisamente al recordar su Dictionnaire amoureux de l’Amérique latine: qué mejor manera de rendir homenaje a su legado inconmensurable que hacerlo habitar por un centenar de autores y lectores hispanoamericanos cada uno con su propia historia dentro del universo Vargas Llosa".

José Manuel Sánchez Ron, académico de la Real Academia Española (RAE)

“Las pocas veces que tomaba la palabra [en los plenos de la RAE] se producía un silencio sepulcral, como si iniciara una ‘Conversación en La Catedral”

“Yo me inicié tardíamente en la lectura de la obra de Vargas Llosa. Estudiante de Ciencias Físicas, mis lecturas favoritas eran a finales de la década de 1960 y comienzos de la de 1970 escritos de científicos como Albert Einstein o Werner Heisenberg. Recuerdo, eso sí, que leí alguna novela suya; su divertida Pantaleón y las visitadoras (1973). Pero mi interés por su obra se intensificó cuando, mientras preparaba mi doctorado en Londres, escuché una conferencia suya en Oxford, debió de ser en 1976 o 1977 en St. Antony’s College. La conferencia de un gran intelectual (siempre fue un magnífico conferenciante, favorecido por su melodiosa, rítmica, voz). Ese es el Vargas Llosa que yo más he admirado. El novelista-intelectual que utilizó su maravillosa escritura no solo para construir vibrantes historias, sino también para mostrarnos lo peor de la condición humana. Y por su insobornable defensa de la libertad. Por eso sus libros que nunca olvidaré son La Fiesta del Chivo (2000), en el que daba vida al dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, y El sueño del celta (2010), en el que recreó la biografía del nacionalista irlandés —pagó con su vida por ello— Roger Casement, que denunció las atrocidades cometidas en el Congo Belga, impulsadas por el rey Leopoldo II. La civilización del espectáculo (2012) es otro de sus libros que me han influenciado. La denuncia que realizó allí continúa estando hoy acaso más vigente que cuando se publicó. La denuncia de una nueva cultura para la que son esenciales la producción industrial masiva y el éxito comercial. Una cultura en la que ‘la distinción entre precio y valor se ha eclipsado".

“Cuando coincidí con él, como otro de los conferenciantes en el Encuentro con Karl Popper —que Vargas Llosa tanto admiraba—, celebrado en julio-agosto de 1991 en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, no podía yo soñar que llegaría un día en el participaría junto a él todos los jueves en los plenos de la Real Academia Española, donde siempre mostró su exquisita educación y cercanía. Tomaba la palabra pocas veces, pero cuando lo hacía, en la sala se producía un silencio sepulcral, como si iniciara una Conversación en La Catedral. El silencio provocado por la admiración a una inteligencia que iba más allá de la literatura que, por otra parte, tanto nos dio".

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