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Joana Mallwitz y Lydia Steier dirigen un genial ‘Caballero de la rosa’ en la Ópera de Zúrich

Ambas encabezan una nueva producción de la célebre ópera de Richard Strauss, impregnada de la estética inquietante de Gottfried Helnwein y respaldada por un notable elenco

Durante las casi cinco horas que dura El caballero de la rosa, de Richard Strauss, pueden suceder muchas cosas, incluso un cambio de estación. El pasado domingo, quienes entramos abanicándonos bajo el sol veraniego junto al lago de Zúrich en el elegante edificio neobarro...

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Durante las casi cinco horas que dura El caballero de la rosa, de Richard Strauss, pueden suceder muchas cosas, incluso un cambio de estación. El pasado domingo, quienes entramos abanicándonos bajo el sol veraniego junto al lago de Zúrich en el elegante edificio neobarroco del Opernhaus, salimos bajo una intensa lluvia otoñal con la solapa de la americana levantada. Sin embargo, el tiempo dentro pasó volando.

Precisamente ese “extraño fenómeno” del paso del tiempo, que Hugo von Hofmannsthal evoca en el libreto de esta magistral ópera, es uno de los motivos de la temporada 25/26 en el teatro suizo, desde agosto bajo la dirección artística de Matthias Schulze. Este afable bávaro de casi dos metros, que durante la última década desempeñó el mismo cargo en la Ópera Estatal de Berlín con Daniel Barenboim, apuesta fuerte desde el principio: “Todo el mundo saldrá transformado de este Caballero de la rosa”, declaró hace una semana al diario suizo NZZ.

Y tiene razón. La nueva producción de esta célebre Komödie für Musik, estrenada en 1911, es una genialidad. Dos mujeres excepcionales lo han hecho posible: la directora de escena, Lydia Steier, y la directora musical, Joana Mallwitz. En ambos casos el tiempo ha jugado también un papel central. La régisseur estadounidense ya había dirigido una primera producción de esta ópera en Lucerna hace dos años, “una interpretación maliciosa y sardónica”, según reconoce en el programa de mano, pues entonces le parecía un título demasiado empalagoso. Pero en Zúrich ha concebido una puesta en escena “más cariñosa” y ha cumplido un viejo sueño: reutilizar los diseños sombríos y extravagantes creados en 2005 por el pintor y fotógrafo Gottfried Helnwein para la Ópera de Los Ángeles.

La estética fantasiosa y monocromática del veterano artista austro-irlandés, conocido por inspirar la imagen de Marilyn Manson, lo impregna todo. La escenografía y el vestuario del primer acto se tiñen de un azul rococó y fantasmagórico; el segundo adquiere un tono amarillo, más burgués y decimonónico; mientras que el tercero adopta el rojo lascivo y disoluto de un burdel. En este último, el grotesco y jactancioso barón Ochs, que en los dos primeros actos desentonaba con los colores de su indumentaria, finalmente armoniza con el ambiente en el que recibirá su merecido. Nada chirría, ni siquiera cuando la fantasía de Helnwein introduce personajes hiperbólicos sobre zancos o con cabezas de conejo y pájaro. Ahí se aprecia la excelente labor escénica de Steier.

Esto se percibe desde los primeros compases, cuando dos sirvientas forcejean con el telón para impedir que veamos a la Mariscala haciendo el amor con su amante Octavian. El ritmo de la escena se apoya siempre en la música y se enriquece con una magistral dirección de actores. Cada uno de los más de treinta personajes de la ópera está delineado con precisión, incluso aquellos sin intervención cantada. Se realza, además, el protagonismo de otros apenas citados, como Leopold, el hijo ilegítimo del barón, convertido aquí en un entrañable discapacitado a su servicio, interpretado por el actor Sandro Howald.

Los logros escénicos se suceden acto tras acto: la admirable escena de la visita y el evocador monólogo sobre la inevitabilidad de la vejez en el primero; el acierto de mostrar a un Octavian indiferente al entregar la rosa de plata, antes de caer a los pies de la encantadora Sophie, en el segundo. Tal vez Steier arriesga demasiado en el tercero, al reinterpretar la pantomima vienesa como fruto de la complicidad de los dos jóvenes enamorados, lo que deriva en una caricaturesca escena donde el barón revela su perversión sadomasoquista. Sin embargo, todo se recompone en el cierre, que recupera la cama inicial, ahora ocultando a Octavian con Sophie.

La dirección musical de Joana Mallwitz es también fruto del tiempo con esta partitura. Ya había deslumbrado en Oslo en 2019 y, tres años después, preparó una nueva producción en Núremberg, aunque no pudo estrenarla por haber contraído el coronavirus. Para ella, El caballero de la rosa es “una obra maestra genial”, pero ahora la interpreta también como “un reflejo del mundo actual”, al considerar el comportamiento del barón Ochs propio de un verdadero depredador sexual.

Así lo señala en el programa de mano, donde apunta además la principal novedad de esta ópera: la capacidad de Strauss para transformar la conversación, la charla y el parloteo en música con una precisión de ritmo y tono absolutamente naturales. Ahí radica uno de los grandes logros de su dirección, en la que todo encaja entre orquesta y voces con claridad y a un ritmo vertiginoso. El otro fue su habilidad para resaltar los pasajes camerísticos dentro de la densa orquestación de Strauss, al frente de una orquesta sobresaliente, de la que extrajo impulso y variedad en los numerosos valses que recorren esta partitura.

El reparto fue también excelente. Estuvo encabezado por la soprano Diana Damrau como una vivaz y cercana Mariscala, que destacó por su naturalidad expresiva, en especial en el célebre monólogo del primer acto. Fue la gran triunfadora de la noche junto al bajo Günther Groissböck, quien aportó un carisma auténtico al barón Ochs sin caer en la caricatura, con una voz flexible y carnosa.

La interpretación escénica de la pareja de enamorados —el Octavian de la mezzosoprano Angela Brower y la Sophie debutante de la soprano Emily Pogorelc— resultó destacada, aunque sin alcanzar el mismo nivel en lo vocal. El barítono Bo Skovhus fue un auténtico lujo como Faninal, y entre los secundarios sobresalió la contralto Irène Friedli en el papel de la intrigante Anina. La función del estreno fue retransmitida en falso directo por el canal ARTE y estará disponible en breve en su plataforma gratuita de streaming.

El inicio de la nueva temporada en la Ópera de Zúrich, con Matthias Schulz como nuevo responsable artístico, tuvo un atractivo preludio al estreno de El caballero de la rosa. Se trató de un festival de 24 horas, completamente gratuito, celebrado entre las noches del 19 y 20, en el que el teatro permaneció abierto para todo aquel que quisiera conocerlo por dentro. Incluso hubo quienes aceptaron dormir sobre el escenario y participar, a la mañana siguiente, en una sesión colectiva de yoga matutino.

El excelente clima veraniego en Zúrich favoreció numerosas actividades para niños y jóvenes en la plaza frente al teatro. Además, el público que lo deseó pudo asistir a un ensayo general de Manon, de Massenet, precedido por las explicaciones del propio Schulz, que vestía una camiseta como el resto de los trabajadores de su teatro. No fue una función menor, sino una interpretación de gran nivel que contó con dos de las principales estrellas actuales en los papeles protagonistas: la soprano Lisette Oropesa y el tenor Benjamin Bernheim. A la salida resultaba emocionante escuchar los comentarios de muchas personas que habían presenciado una ópera en directo por primera vez.

El caballero de la rosa

Música de Richard Strauss. Libreto de Hugo von Hofmannsthal

Diana Damrau, soprano (La mariscala); Günther Groissböck, bajo (El barón Ochs); Angela Brower, mezzosoprano (Octavian); Bo Skovhus, barítono (Faninal); Emily Pogorelc, soprano (Sophie); Christiane Kohl, soprano (Marianne); Nathan Haller, tenor (Valzacchi); Irène Friedli, mezzosoprano (Annina), entre otros.

Orquesta y Coro de la Ópera de Zúrich.

Dirección musical: Joana Mallwitz.

Dirección de escena: Lydia Steier.

Escenografía y concepción estética: Gottfried Helnwein

Ópera de Zúrich, 21 de septiembre. Hasta el 26 de octubre.

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