Itoiz, el eslabón perdido de la música vasca

Un documental reivindica a un grupo casi desconocido fuera del País Vasco, pero que marcó una época en la música en euskera

Itoiz, en una imagen de 1982. Desde la izquierda: Jean Maire Ecay (guitarra), Antton (teclados), Jimmy Arrabit (batería), Juan Carlos Pérez (voz y guitarra) y Foisis (bajo).Juan Luis Markaida

En el documental Itoiz, udako sesioak, que se estrena este viernes, el escritor Bernardo Atxaga define, en una sola frase y sin quererlo, la sombría atmósfera que se respiraba en la Euskadi de los ochenta: “Era uno de los pocos lugares del mundo donde no se escribían canciones de amor”, dice. Lo suelta en una charla con el protagonista del documental, Juan Carlos Pérez (Mutriku, 66 años), líder de Itoiz, una de las bandas vascas más influyentes de la his...

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En el documental Itoiz, udako sesioak, que se estrena este viernes, el escritor Bernardo Atxaga define, en una sola frase y sin quererlo, la sombría atmósfera que se respiraba en la Euskadi de los ochenta: “Era uno de los pocos lugares del mundo donde no se escribían canciones de amor”, dice. Lo suelta en una charla con el protagonista del documental, Juan Carlos Pérez (Mutriku, 66 años), líder de Itoiz, una de las bandas vascas más influyentes de la historia. Lo dice para destacar que en eso, como en otras tantas cosas, Itoiz, que grabaron ocho discos entre 1978 y 1988, eran la excepción.

En los ochenta se convirtieron en una de las bandas más grandes de Euskadi y, desde luego, la más grande de las que cantaban en euskera. Pero nunca se supo mucho de ellos. Fuera, porque su propuesta no cuajó. Dentro, porque no se prodigaron en los medios. Era un grupo ensimismado que funcionaba por su cuenta. “Tuvimos que hacer un llamamiento público para conseguir material sobre ellos en colecciones particulares, porque había muy poco. Recuerdo hablar con el periodista Roge Blasco y que nos dijera que hubo un tiempo en el que eran casi una leyenda urbana. Que se hablaba de un grupo muy bueno en la costa, pero que nadie les había visto ni sabía cuántos eran ni nada”, cuenta una de las tres directoras de un documental que es peculiar hasta en eso; está dirigido por tres mujeres: Larraitz Zuazo, Zuri Goikoetxea y Ainhoa Andraka.

En esa conversación con Atxaga, Juan Carlos Pérez resume su filosofía vital. Cuenta que era como el personaje que se tapa los oídos en El grito, el cuadro de Munch, y añade: “Ez zen nahi intzutia. Ixilik, mesedez”. Traducido: “No quería oír. Silencio, por favor”.

Juan Carlos Pérez, voz y guitarra de Itoiz, con las tres directoras de 'Itoiz Udako Sesioak' (Ainhoa Andraka -izquierda-, Larraitz Zuazo -detrás- y Zuri Goikoetxea) el pasado 15 de enero en Madrid. Claudio Álvarez

Aislarse era complicado. Itoiz nació en 1978 en Mutriku, un pueblo de la costa guipuzcoana. Y estuvieron activos 10 años en los que Euskadi era un volcán: terrorismo, paro, represión, heroína, sida… ”Por supuesto que me enteraba. Estaba ahí. En la calle estaba pasando de todo. Tus amigos eran yonquis, se estaban muriendo. Lo que pasa es que luego me ponía y no me salía eso”, cuenta Pérez en un encuentro con este periódico en Madrid. Ellos escribían canciones de amor como Lau teilatu, que hoy es un clásico indiscutible. O Hegal egiten, la historia de un chaval que sueña con volar y termina convertido en txantxangorri, petirrojo en castellano. Nada que ver con las diatribas antitodo de los grupos del rock radical vasco que dominaban la escena. “No teníamos un manifiesto, ni queríamos cambiar el mundo. Supongo que teníamos la ilusión de que nuestra música fuera para toda la vida, no solo para aquel momento. Con esas bandas nos movíamos en universos paralelos. A veces coincidimos, por el euskera, pero éramos nosotros: tocábamos solos y no entrábamos en ningún movimiento”.

Querían ser un grupo de rock progresivo cantado en euskera. En los setenta, Juan Carlos Pérez era un adolescente deslumbrado por Yes, Genesis o ELP. No les salía, sin embargo, la grandiosidad inherente a ese género. Sus primeros tres discos escuchados hoy son más pastoriles que épicos. “Es que yo soy muy poco épico”, reconoce el músico. El progresivo equipara complejidad con arte, pero Juan Carlos Pérez era un chaval tímido y hasta pudoroso y, a veces, su propia propuesta le causaba “un poco de vergüenza”. “Me estaba desnudando enteramente ahí y pensaba que igual me estaba pasando de pedante”, cuenta. Esa modestia hace aún disfrutables sus tres discos de la época —Itoiz (1978), Ezekiel (1980) y Alkolea (1982)—. “Son sobrios, en parte por las limitaciones que teníamos: No había productor, tocando llegábamos donde llegábamos… Pero los oigo y, jo, veo que hay mucho pensamiento musical ahí. No tirábamos a lo fácil”, explica.

Itoiz era el vehículo de Juan Carlos Pérez, hijo de emigrantes gallegos, que fundó el grupo con amigos, pero hubo mucho movimiento interno. En uno de esos cambios entra, en 1982, un guitarrista francés, Jean-Marie Ecay, y provoca un seísmo estilístico. “Es la segunda etapa, más vinculada a la música de esa época. Más comercial, si quieres”, recuerda. Publican Musikaz blai, en 1983, y es un tremendo éxito en el País Vasco. Después, Espaloian, en el 1985 y es la consagración absoluta. Itoiz suena en todas partes. Se abren un poco más a hacer promoción, a aparecer en medios, pero siempre con distancia. Juan Carlos habla de “su etapa comercial”. Y para él, “comercial” no es algo bueno. Incluso ahora, que parece haberse reconciliado un poco con ese periodo, en el que, en realidad, eran un grupo brillante, compacto, que en directo sonaba como un cañón y hacía canciones tremendas que iban del ska finísimo al pop new wave, sin cerrarse tampoco a experimentos, no termina de hacer las paces con esos años. “Parece que dejamos de ser tan tímidos y nos abrimos un poco más. Pero los que nos conocían de antes nos consideraban traidores, que nos habíamos vendido”, recuerda.

Todo aquello hizo mella. Pérez empieza a sentirse atrapado. Y además, a pesar de que se mueven por Iparralde, el País Vasco francés, no consiguen ampliar su territorio. “Euskadi es un país pequeño, y tienes que aceptarlo”, dice. En 1987, editan Ambulance, un disco más atmosférico, casi adelantado a su tiempo. Será su última grabación de estudio.

Juan Carlos Pérez, del grupo vasco Itoiz, fotografiado en Madrid, con motivo del estreno del documental 'Itoiz udako sesioak'.Claudio Álvarez

Desaparecieron cuando estaban en lo más alto en lo comercial, en lo artístico y como grupo de directo. En 1988, Itoiz había publicado su octavo disco, un directo… Eremuko dunen atzetik dabil, que sonaba sin parar en las emisoras vascas y en los bares de cada ciudad y pueblo de Euskadi. En la presentación, en el hotel Ercilla de Bilbao, anunciaron que se disolvían. Y eso fue todo. Su último concierto fue lejos de su hogar, en Francia. “No hicimos despedida”, recuerda Pérez. “El último concierto, en un barrio de Burdeos fue… no voy a decir triste, pero estábamos cansados. La televisión francesa, que sabía que era el último y tal, quería grabarnos y dijimos que no. Estuvimos un poco bordes. No nos despedimos bien, digamos. Pero iba dentro de nuestra filosofía, desde el principio hasta ahora. Dejarlo todo un poco a medias. Esta película va un poco por ahí. Estoy contento porque ha sido fiel a eso”, remata.

Es cierto, que nadie busque respuestas en el documental. No hay datos, no hay cifras, no es una entrada de Wikipedia ni una historia de ascensión, caída y redención. Es abstracto, poético y misterioso, como Itoiz. “Había mucha ausencia, muchos vacíos”, explica Larraitz Zuazo, una de las directoras. “El grupo es un icono en Euskal Herria. Lo que intentamos es entender cómo se fragua en un pueblo pequeño. Lo revienta, lo deja en lo más alto. Él da un carpetazo, no quiere hablar del grupo en 40 años. Era todo muy cinematográfico. En vez de hacer un documental clásico, abrazamos la emoción”. Juan Carlos Pérez nunca miró atrás. Siguió con su carrera, buscando nuevos retos. En 2024 estrenó en Bilbao una ópera, Saturraran, con libreto de Kirmen Uribe.

Hay un momento en el documental en el uno de sus antiguos compañeros le pregunta a Pérez por qué se separaron. Él recurre al símil más vasco posible: la historia de aquel levantador de piedras que tras subir el bloque de granito lo sostiene en su hombro a la espera de que el juez le diga que ya está y soltarlo. Pero el juez no dice nada y el levantador le espeta: “¿Esto qué es? ¿Levantar o tener?”. “En realidad, esa era mi sensación, dice el músico. “Si ya lo había hecho ¿para qué seguía aquí?” .

Pero Juan Carlos Pérez, esa persona esquiva que no quería hablar del pasado, tiene un orgullo, ahora que han pasado 37 años desde la disolución de Itoiz. “Una de las cosas que más me gustan es que ahora hay muchos grupos y muy distintos que están tocando canciones de Itoiz”, dice. “Es cierto”, dice Tom Lizarazu, cantante de Bulego, un grupo de la nueva generación de bandas que cantan en euskera. “Son un referente para muchas cosas, tanto en un plano consciente como inconsciente. Por un lado, es música que te gusta y una fuente de la que bebes y, por otro, fue una banda que revolucionó la música en euskera demostrando que se podían hacer cosas sin limitarte a la música tradicional. En ese plano, todos los que hacemos música en euskera les debemos mucho. Sin ellos todo sería distinto”.

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